Las personas se dividen en dos grandes grupos: quienes ponen precio al trabajo de los demás y aquellos que no tienen más remedio que aceptarlo, obligados por las circunstancias. En esto consiste todo. La visión bondadosa del ser humano, sin embargo, nos viene diciendo desde hace siglos que el comercio --que es la única actividad que crea riqueza-- es una transacción económica que se produce por la libre voluntad de las dos partes implicadas en cualquier negocio. Uno de los signos inequívocos de que vivimos un cambio de época es que este viejo principio liberal ha pasado definitivamente a mejor vida asesinado por los propios liberales. Gran Bretaña y Estados Unidos han decidido enterrarlo y convertir lo que era susceptible de negociación en pura imposición. Éste es el giro que anuncian, con el sonido metálico de las trompetas del Apocalipsis, el Brexit y la entrada de Donald Trump en la Casa Blanca. No son temblores. Es el terremoto que viene: la nueva era imperial del proteccionismo. Una forma de guerra posmoderna amparada en un viejo lema de los años treinta: Beggar thy neighbour.
El cambio en la cúspide política de ambas economías no va a frenar la globalización. Lo que sí pretende cambiar por completo son sus bases de partida, alterando según la conveniencia de los más poderosos sus escasos equilibrios. Norteamericanos y británicos seguirán vendiendo sus productos al orbe. Pero no van a asumir más la coherencia que exige el viejo liberalismo, que consiste en aplicar el principio de fronteras abiertas a las personas, no sólo a los capitales. Quieren una globalización a la carta. Con señores y súbditos, como siempre. La justicia británica decidió la pasada semana que el Parlamento británico controle los planes de desconexión con Europa del gobierno de Theresa May, que a finales de 2016 ya avanzó --con el aval tácito de los laboristas-- un endurecimiento de la política de inmigración y un alud de impuestos disuasorios contra las empresas que quieran contratar talento foráneo.
No son temblores. Es el terremoto que viene: la nueva era imperial del proteccionismo. Una forma de guerra posmoderna amparada en un viejo lema de los años treinta: Beggar thy neighbour
Los americanos, que llevan mucho tiempo tratando la inmigración como si fuera una amenaza terrorista --toda una paradoja en un país fundado por inmigrantes--, van a hacer algo similar con las empresas. El señuelo es el mensaje de Trump de mantener abiertas las fábricas y alimentar a los obreros. Obama ha dejado la presidencia con un 4,7% de paro. Cinco puntos menos que hace un lustro. Pero su éxito no nos ha alejado del precipicio. Nos sitúa al borde. México es el primer ejemplo. Vendrán muchos más. En su discurso de investidura, Trump anunció que la nueva democracia americana comienza con su llegada a la Casa Blanca. Anula así toda la historia previa de su propia nación. Se dispone a atracar a los norteamericanos mientras apela por tierra, mar y aire al patriotismo, el argumento habitual de los miserables.
La patria, como sabemos muy bien en la España de los nacionalistas, consiste en un robo perpetrado desde las instituciones que se justifica con la existencia de un pueblo elegido, que casi siempre es el principal estafado del cuento. Todo indica que va a ocurrir algo similar en Estados Unidos. Es el comienzo de la dominación absoluta de los millonarios, que aspiran además a imponer(nos) la lectura única de la realidad: los alternative facts. Cobrar aranceles a los productos extranjeros limita la competencia. Y anula la libertad de los consumidores, que tendrán que comprar una oferta de productos menor y a mayor precio. La receta ya se aplicó en Estados Unidos en la Gran Depresión. La economía norteamericana no logró salir de la recesión hasta la Segunda Guerra Mundial.
Algunos entonces se suicidaron lanzándose desde las ventanas de las oficinas, incapaces de asumir la ruina. Otros se hicieron inmensamente ricos. Toda crisis es una tragedia para unos y un negocio para otros. Así es el darwinismo económico. Qui prodest?, se preguntaban los clásicos. El obsceno mundo de las altas finanzas. Y todos aquellos que, con la sonrisa de los que conocen la ruta señalada, celebran a Trump como el César del Pueblo. No es que el nuevo emperador nos vaya a poner un sueldo mísero. Es que llega directamente para aplastarnos. Cuando grita America, first quiere decir otra cosa: (You are) not welcome.