Amar a España desde la cuna
En 1985 (sí, hace treinta años) me llamaron por teléfono de Radio Granollers para que diera mi opinión sobre un asunto tan actual como la independencia de Catalunya. El programa radiofónico de esa mañana iba de ese tema. Llamaron a cinco personas de ideologías distintas para que cada uno contara la suya. Mi opinión era, como siempre, la más diáfana contra el procés, cuando estaba palabra no se usaba.
Recuerdo que, a bote pronto, les dije que estaba en contra por tres razones de igual peso:
Catalunya tiene una tierra con escasas materias primas. Su riqueza está en la actitud de su gente: en la producción y en el comercio. Y su mercado natural es España
Por historia. Una Catalunya independiente no había existido. Cuando Catalunya fue grande, en la baja Edad Media, era bajo el estandarte de la Corona de Aragón y tras la conquista del Levante y las islas a los moros, ya con los valencianos, insulares y, por supuesto, los aragoneses. El Principat independiente no existió. Era la Marca Hispana oriental de los reyes de Francia.
La segunda razón, más íntima, era la de la sangre: basta echar mano del listín telefónico para comprobarlo. García es el apellido más común en las cuatro provincias. No diré la estupidez que es una tierra mestiza, porque para serlo previamente debía existir un pueblo primigenio. Y las tribus locales íberas habían sido conquistadas y colonizadas por los cartagineses, romanos, los visigodos y los árabes.
Alrededor del año mil los habitantes de los condados de la Catalunya Vella, la Nova aún estaba en poder sarraceno, se dieron cuenta de que no hablaban el latín, al no entender la lengua de la misa, sino otra lengua romance.
La tercera es económica, hoy y hace treinta años: Catalunya tiene una tierra con escasas materias primas. Su riqueza está en la actitud de su gente: en la producción y en el comercio. La importancia que se le da al trabajo para crecer. Y su mercado natural es España.
Eso fue lo que expliqué. Me acuerdo bien, porque tan pronto como colgué el teléfono escribí el editorial de la semana.
Han pasado treinta años. Tenía 27 años y ahora tengo 57. No pienso igual que entonces. Las personas no somos piedras de mármol que nos mantenemos inalterables al paso del tiempo, sino que estamos hechos de alabastro. Un mineral más maleable cuando está a la intemperie. Yo siempre he estado fuera del abrigo del poder. Al contrario, le he hurgado en su nariz...
El origen de mi pensamiento está en José Ortega y Gasset, el mejor pensador de la Historia de España. Si se pregunta a un hispanista europeo quiénes son las tres personalidades señeras de la cultura española del siglo XX, Ortega y Gasset es el que acompaña a Picasso y a Federico García Lorca (prefiero a Antonio Machado).
España, decía Ortega en su libro 'España invertebrada', es un proyecto sugestivo de vida en común. Ese sentimiento lo aprendí en la cuna
Ortega me enseñó a pensar. No es que sea el mejor filósofo de la historia, por supuesto; pero es el que más claro escribió. Decía que ‘la claridad es la elegancia del filósofo’. Tenía una forma de escribir periodística (breve y concisa), no en vano era hijo y nieto de periodistas, y en El Sol publicó el grueso de su obra. Ortega me atrapó.
Vuelvo al principio: España, decía en su libro 'España invertebrada', es un proyecto sugestivo de vida en común. Ese sentimiento lo aprendí en la cuna, pero la expresión me la dio Ortega.
El filósofo decía que una cosa son las ideas y otras las creencias. Las ideas van cambiando con el paso del tiempo, pero una persona honesta nunca cambia de creencias, porque son consustanciales a la persona. Están en el segundo nivel de la mente: el subconsciente. Si no están de acuerdo discutan con él. Yo solamente soy un lector suyo.
Perdonen si he entrado en la psicología. Vuelvo a la historia con una cita de Napoleón, un personaje que no me resulta simpático, si pienso en la invasión napoleónica, lo cual no quiere decir que me sea antipático: el amor a la patria es el sentimiento más fuerte del ser humano. Si se cultiva en la infancia llega a la vejez.
Pues fue en la cuna donde me enseñaron a amar a España (y a Catalunya), y Ortega me dio la frase exacta.