"Fes-ho, però no ho escriguis!"
Pedagoga de formación, conocí de primera mano la tesis, entre otros, del Dr. Siguán, sobre la bondad de escolarizar los niños en lengua materna frente a la imposición de una lengua escolar que no fuera la propia en los primeros años de la enseñanza. Se aducía, como prueba, que los resultados escolares obtenidos por aquellos alumnos de las comunidades hispanas en Estados Unidos que recibían también en la escuela enseñanza en castellano eran mejores. Esa inmersión les aportaba ventajas cognitivas y de integración social.
A partir del curso 1992-1993 el catalán se convirtió en la lengua obligatoria de la enseñanza en todos los niveles educativos
La Ley 7/1983, de 18 de abril, de normalización lingüística recogía esta tesis al disponer: “Los niños tienen derecho a recibir la primera enseñanza en su lengua habitual, ya sea ésta el catalán o el castellano. La Administración debe garantizar este derecho y poner los medios necesarios para hacerlo efectivo.” (Un derecho que, por cierto, se ha respetado con éxito en muchas de las escuelas privadas a las que llevaban o llevan sus hijos algunos políticos catalanes).
Pero, una vez aprobada la ley, progresivamente la administración se olvidó de muchos matices de lo escrito. A partir del curso 1992-1993 el catalán se convirtió en la lengua obligatoria de la enseñanza en todos los niveles educativos.
Por este motivo, durante mi etapa como directora de una escuela de formación profesional (en el campo de la viticultura y enología), tuve que enfrentarme al siguiente dilema: aceptar alumnos extranjeros y de otras comunidades autónomas españolas que solicitaban su ingreso en la escuela o no hacerlo, puesto que la enseñanza se impartía en catalán.
Sabiendo que mi única arma era consensuar con el claustro de profesores que las clases se impartieran en castellano hasta que estos alumnos pudieran entender el catalán, así lo hice. Y, además, así lo escribí en el preceptivo Proyecto de normalización lingüística del centro. El resultado fue en éxito: alumnos que regresaban a su tierra y nos enviaban nuevos alumnos a la escuela o nos acogían en su tierra cuando realizábamos visitas de estudio a las bodegas de su zona; alumnos que se establecían en Cataluña y con su saber hacer contribuían al progreso económico del país. (En este sentido, recuerdo con especial cariño a una joven japonesa que, todavía hoy, trabaja en una empresa puntera del sector). Por otra parte, a muchos de los alumnos de la comarca, cuya lengua vehicular era el catalán, la experiencia les ayudó a adquirir un poco más de soltura en castellano.
Sin embargo, esta decisión tan de sentido común y tan enriquecedora para los alumnos y la escuela, lamentablemente, no pudo quedar plasmada por más tiempo en el mencionado Proyecto de normalización lingüística del centro. Inspección fue contundente: “Fes-ho, però no ho escriguis!”
Hasta ahí la anécdota personal. Con todo, es justo reconocer que, a pesar del modelo de inmersión lingüística en catalán, los alumnos catalanes al finalizar sus estudios demuestran, en las pruebas (¿también en fluidez verbal?), un nivel similar de conocimiento de la lengua castellana que sus compañeros de otras regiones españolas monolingües; pero, sobretodo, el modelo de inmersión puede considerarse exitoso porque ha evitado la discriminación posterior en razón de la lengua hablada, ya que todos los alumnos al dejar la etapa de escolarización obligatoria son capaces de expresarse en ambas lenguas, ya sea en castellano o en catalán.
Desconozco, sin embargo, si este éxito es solo debido al modelo o si, como en el caso que he citado, las personas responsables de aplicarlo, lo han llevado a cabo sin dogmatismos y así han conseguido soslayar los problemas que supone la aplicación de la norma. Personalmente creo que resultaría interesante que se dieran a conocer las buenas prácticas que se llevan a cabo en este campo, no solo porque nos ayudarían a desdramatizar el asunto, sino porque nos ayudarían a enfocarlo de manera mucho más positiva.
De lo que sí estoy convencida es de que los responsables políticos de este país atizan el debate sobre monolingüismo y bilingüismo con ciertas dosis de hipocresía y para finalidades que nada tienen que ver con el aprendizaje de las lenguas, ni con las necesidades del día a día de los centros educativos.
Convendría que los políticos cedieran el debate a los expertos y no olvidar que el dominio de las lenguas amplía horizontes en vez de cerrarlos
Es el caso de la polémica suscitada por el hecho de tener que aumentar preceptivamente el porcentaje de uso del castellano como lengua vehicular para el estudio de otras asignaturas. Polémica que seguramente no se plantea en muchos centros, porque de facto, y seguramente por diferentes motivos, ya se hace. No cabe la menor duda que el uso de una lengua, fuera del contexto del estudio de esa misma lengua en particular, incrementa la competencia lingüística de los alumnos. Por ello, es el método de enseñanza que utilizan las escuelas que quieren formar estudiantes bilingües. Siendo así que el método resulta positivo para el aprendizaje del inglés, francés o alemán, por poner ejemplos bien conocidos, ¿cómo no va a resultar positivo para incrementar el dominio del castellano?
Convendría, pues, que los políticos cedieran el debate a los expertos y no olvidar que el dominio de las lenguas amplía horizontes en vez de cerrarlos. No se puede hacer frente a los retos de una sociedad compleja, mestiza y globalizada des del monolingüismo. Lo saben muy bien, aunque lo escondan, nuestros representantes políticos. Preguntémosles, sino, a qué escuelas llevan a sus hijos o los han llevado (no sea que nos respondan como hizo alguno en las pasadas elecciones que sus hijos ya no van a escuela). Y, seguramente, descubriremos que los llevan o han llevado a aquellas escuelas en que un gran porcentaje de las asignaturas no se imparte en catalán sino en inglés, francés o alemán…Enfrentémosles a su discurso, no sea que el monolingüismo que predican lo prediquen, como decía un buen amigo “para nosotros los pobres, que no podemos escoger”.
¿Por qué no abandonar, pues, discusiones estériles sobre la enseñanza de las lenguas en la escuela y, en cambio, tratar de incrementar la calidad de la educación especialmente para los más vulnerables? Si no se hace así, la distancia entre los favorecidos – trilingües como mínimo- en términos de cultura y recursos económicos y los que no lo son se volverá insalvable. Ahí está en definitiva donde todos nos la jugamos, esa es la clave para la construcción de una sociedad en la que la gente pueda gozar de las mismas oportunidades. Dado que la a educación hoy, además de un derecho, se ha convertido en un bien al que los ricos pueden acceder sin restricciones, trabajemos para que las brechas sociales, culturales y económicas no se perpetúen por medio de la escuela. Dejemos a los expertos educativos el debate sobre la enseñanza de las lenguas y acojámonos a lo que según estos expertos es mejor y adoptemos los cambios en materia educativa que contribuyan a formar personas capaces de afrontar los retos del futuro. Eso es lo que verdaderamente importa.