El Parlamento no es la solución…
…hay que hacer la revolución. Más o menos esto se coreaba el sábado pasado en la plaza de Colón de Madrid, en el marco de las Marchas por la Dignidad que en columna de a nueve congregaron a decenas de miles de personas bajo la lluvia (triste, descorazonadora…) para protestar contra tanta austeridad, tanto recorte, tanta chorizada, tanta incompetencia.
Hay algo definitivamente esquizofrénico en querer formar parte del sistema y a la vez soltarse el vientre en él
El día después, domingo, votábase en Andalucía, pistoletazo de salida de un año endemoniadamente electoral, cargado de comicios como de varices. Pues da la sensación de que cuánto más se vota, menos convence. Este sistema de decidir las cosas, digo.
El Tribunal Supremo acaba de enmendarle la plana a la Audiencia Nacional condenando a tres años de cárcel a los jóvenes que asaltaron el Parlamento autonómico de Cataluña, acosaron a los parlamentarios y los rociaron con spray, etc. No ha faltado quien se rasgue las vestiduras, claro. Tres años de cárcel parecen muchos a mucha gente (sin ir más lejos, a la Defensora del Lector del diario El País) sólo por ir y zarandear un poco la caja de resonancia de la soberanía catalana.
Bueno, a mí lo que me parecía de aurora boreal era la sentencia de la Audiencia Nacional. Ya tiene pelotas, si se piensa, que sea precisamente la Audiencia Nacional (tantas veces criticada por ser la heredera del Tribunal de Orden Público de nefasto recuerdo para tantos) la que con sin igual desparpajo jurídico declarara que cuando los poderes del Estado aprietan y además ahogan, se comprende cierto “exceso” en la protesta para que esta sea “eficaz”. Yo no digo que ese punto de vista tenga sus razones. Pero, ¿no les parece raro, por no decir rarísimo, que lo enarbole un Alto Tribunal como la Audiencia, uno de esos poderes del Estado, precisamente, que entre todos estamos poniendo de chupa domine?
Hay algo definitivamente esquizofrénico en querer formar parte del sistema y a la vez soltarse el vientre en él. En reivindicar que la soberanía catalana sólo se entiende y sólo consiste en la negación de la española y a continuación tomar el Parlament de Cataluña por asalto. En salir a las calles a protestar el año en que más se vota, proclamando en neones el desengaño definitivo, el no esperar ya nada de las urnas.
Ojo que todo esto, además de divertido, es ominoso. ¿Se acuerdan de la famosa primavera árabe, cuya versión local quiso ser el 15M? Yo ya advertí entonces que una cosa era rebelarse en la calle en sitios y países donde la represión antidemocrática es brutal y otra tirar por la calle de en medio desaprovechando otras vías menos épicas pero más consolidadas y capaces de cambiar las cosas.
Basta con votar a otros, coño. Pero a otros de verdad.
Con todo lo que llevamos luchado, conquistado y padecido, la revolución debería ser el último recurso, no el primero.