Pensamiento
¿Y el choque de trenes?
Y del choque de trenes, ¿qué se fue? El periodismo y los políticos jugaron con la metáfora hasta la saciedad para visualizar la posible catástrofe. Creían con cretina ingenuidad que bastaba con anunciar el peligro para conjurarlo. Rajoy solemnizaba el “no habrá consulta ni referéndum” con engolada y pastosa rotundidad. Lo mismo repetían a coro los demás, del PSOE a UPyD, pasando incluso por muchos anti-independentistas. No es que se equivocaran, es que se negaron a aceptar lo que era más que previsible. No quiero presumir de profeta, pero siempre dije que iba a pasar más o menos lo que pasó. Insisto, no había que ser clarividente, bastaba con conocer el pensamiento, la psicología y la capacidad manipuladora del independentismo. Los independentistas viven y se alimentan de estas hazañas, no podían dejar pasar la ocasión. Llevan 35 años sin ceder un milímetro del terreno conquistado; ¿no era evidente que ahora tampoco iban a dar marcha atrás? Conocían muy bien, además, la incapacidad de reacción y la pusilanimidad del Gobierno de Rajoy, que les puso las urnas en bandeja.
La mayoría seguirá empeñada en autoengañarse con eso del “butifarréndum”, minusvalorar el reto independentista, el desprecio a la ley y el hecho de que han dado un paso decisivo en su propósito
La mayoría seguirá empeñada en autoengañarse con eso del “butifarréndum”, minusvalorar el reto independentista, el desprecio a la ley y el hecho de que han dado un paso decisivo en su propósito. Darán vueltas y más vueltas al refrito de las cifras y las estadísticas (sin poner en duda siquiera su validez, prueba evidente del triunfo independentista). Lo mismo que Rajoy se encomendó a la Virgen de los Dictámenes, algunos siguen escondiendo la cabeza en los tanto por ciento para negarse a encarar el problema con toda su crudeza.
Volvamos a la metáfora, que ahora ejemplifica mejor que nunca lo sucedido. Lejos de chocar, el tren ha pasado a toda velocidad sin necesidad reducir la marcha. No ha encontrado ningún tren de frente, ni siquiera ha tenido que cambiar de vía. Podía haber descarrilado, que era lo único democráticamente exigible, pero el guardagujas se puso la gorra de plato, tocó el silbato e hizo aspavientos con la banderita roja para darle paso. El jefe de estación ni se movió de su asiento, siguió fumándose un puro, envuelto en el humo, noqueado, amodorrado. “¿Ya pasó?”, preguntó a su ayudante. “Sí”, le respondió, y respiró aliviado.
Rajoy se ha comportado como ese jefe de estación, o sea, de la forma más cobarde e imbécil posible. El tren se ha llevado por delante a la Constitución, al sistema judicial y a la autoridad del Estado, y él, lo veremos, se atreverá a presumir de prudencia política. No se ha enterado de que el tren, al primero que ha arrollado es a él y a todo su equipo de memos, claudicadores y prevaricadores que confunden la política con el entreguismo y las componendas. No se ha enterado, ni él, ni la mayoría de su partido; ni el líder del PSOE y la mayoría de su partido (por no hablar del PSC, IU, Podemos y el resto de comparsas), de que lo que está en riesgo es la democracia, la libertad y los derechos de todos los españoles, el orden constitucional, la tolerancia y la paz civil, las conquistas sociales, la estructura y el funcionamiento económico, los vínculos históricos, culturales, afectivos y familiares. O sea, todo lo que nos importa y afecta directamente a todos, desde Betanzos a Figueras, del Bidasoa al Guadalquivir, de Vallecas a Badalona.
¿Y ahora qué?, nos preguntamos la mayoría de los demócratas. ¿Es posible arreglar esto? ¿Hay alguna posibilidad de frenar al independentismo triunfante, que no duda en exhibir su poder y su capacidad -ya con total impunidad y sin escrúpulo alguno- para imponer su única hoja de ruta? ¿Volverán los burócratas -ahora muñidores cibernéticos- con sus estadísticas para seguir amodorrándonos y haciéndonos creer que no pasa nada, que la sangre no llegará al río?
Lejos de chocar, el tren ha pasado a toda velocidad sin necesidad reducir la marcha
Digámoslo claro: llagará la sangre al río. Hay muchas formas de violencia, de enfrentamiento, de subyugación y dominación. Llegará, porque se están poniendo las bases para que llegue. En algunos aspectos, ya ha llegado. La ausencia de cualquier disturbio o altercado el pasado 9N no es indicio de civismo o democracia, sino de hasta qué punto el miedo interiorizado, la impotencia y la resignación se ha adueñado de los no independentistas. El totalitarismo nunca ha empezado imponiéndose por la fuerza, sino con el miedo y la paralización de los dominados. Basta con convencer a la mayoría de que son más fuertes, no de que son más. Hagamos caso, por un momento, a las estadísticas: ¿Que un 30% no puede imponer su ley y dominar al 70% restante? ¿Que 30 soldados armados no pueden poner en fila a 70 individuos y llevarlos a donde quieran? ¡Esta es la verdadera estadística! Los apocados se escudarán en esos números para negarse a aceptar que una minoría, cuando tiene todo el poder, es más peligrosa que cualquier mayoría, a la que, además, acabarán poniendo de su lado, ya sea mediante el engaño, el miedo o la simple necesidad de supervivencia.
Haré una predicción, mitad diagnóstico, mitad vaticinio. Ni el PP ni el PSOE nos sacaran de ésta. Son dos partidos encerrados en su propio laberinto. No levantan ni levantarán cabeza. No hay ninguna posibilidad de que se regeneren, se libren del peso del aparato y arrojen toda la basura y la pestilencia que han acumulado en su interior. Ahora comprendemos mejor la claudicación de Felipe González en el caso de Banca Catalana, la traición y los cambalaches de Aznar con Pujol, la bobería de Zapatero, la cobardía y la incapacidad de Rajoy. A sus seguidores les cuesta reconocer esta cruda realidad, pero cada día son más los que rompen su fidelidad y su vínculo ideológico y emocional con estos dos partidos, que ya no son sólo inservibles, sino un lastre que impide el cambio radical que nuestra sociedad necesita. A muchos nos cuesta aceptarlo, pero cuanto antes despertemos, mejor.
La otra salida es igualmente suicida. El radicalismo vacío de Podemos, que apela a las emociones por encima de las ideas, es de consecuencias imprevisibles, pero igualmente catastróficas. Basta ver qué idea tienen de España y su condescendencia con el independentismo catalán y vasco para darse cuenta de la inconsistencia aventurera de su revolución populista. ¿No hay salida, no hay solución, no hay esperanza?
Existe hoy una mayoría social en nuestro país que está desamparada, que no encuentra ningún partido que de verdad responda a sus necesidades y expectativas y que se entrega al desánimo
Sólo se me ocurre una: el surgimiento de un nuevo partido político que aglutine los proyectos, focos e intentos de resistencia y renovación que han ido surgiendo hasta ahora, empezando por Ciudadanos y UPyD, pero también la Plataforma Libres e Iguales, Sociedad Civil Catalana y otros muchos grupos e iniciativas, locales, provinciales, de internet, redes sociales, asociaciones culturales, etc. Multitud de intelectuales, escritores, profesionales y trabajadores conscientes y preocupados, que sienten ha llegado la hora de actuar y abandonar la pasividad. Hay que aglutinar a todo ese entramado social y civil, dotarles de un proyecto nuevo, ilusionante y esperanzado para España, que busque no sólo solucionar el problema independentista, sino que encare la reorganización del Estado, la regeneración democrática, el establecimiento de la igualdad efectiva de derechos y obligaciones de todos los ciudadanos, la erradicación de la corrupción económica y política, la recuperación de las bases del bienestar social, el desarrollo de los vínculos culturales y emocionales que nos unen a todos los españoles, la extensión de la solidaridad y la colaboración frente a la obsesión por la autonomía, las diferencias y las identidades, la búsqueda del progreso económico de toda la sociedad, el aumento de la conciencia, el conocimiento y el desarrollo individual como fuente del desarrollo social. Un proyecto que nos libre definitivamente de la sombra alargada del franquismo, cuyos hijos, tardíos pero no bastardos, son precisamente la corrupción y el independentismo.
Creo que existe hoy una mayoría social en nuestro país que está desamparada, que no encuentra ningún partido que de verdad responda a sus necesidades y expectativas y que se entrega al desánimo, la apatía o la desconfianza, cuando no se refugia, de forma más o menos ilusionada o desesperada, en el radicalismo verbal de Podemos. Los votos de PP, PSOE e IU serán cada vez más residuales, los de aquellos a los que les cueste aceptar los cambios radicales a los que nuestra sociedad está abocada de modo inexorable. Podrán pasar diez años, vernos metidos de nuevo en ese ciclo secular que fatalmente parece amenazarnos (1930-2030) y estar otra vez obligados a elegir entre dos radicalismos igualmente destructivos. Cada día que pasa comprendemos mejor lo que vivieron nuestros padres y abuelos, cuya dramática experiencia no quisiéramos repetir. Pero que nadie se sienta tan ciego o engreído como para pensar que ya estamos inmunes de todos esos males del pasado. ¿Se acuerdan de Yugoslavia? ¿Creen que somos mejores, más pacíficos y civilizados?