Pensamiento
Ante las elecciones europeas
Ante la proximidad de las elecciones europeas cabe preguntarse qué conviene hacer. Creo que lo primero es acudir a votar. Creo que de esa posibilidad, la de votar legalmente, no se debe abdicar nunca; cosa bien distinta es qué votar, a quién votar. Cuando se trata de un abanico de respuestas breve, la cosa suele ser más fácil, pero en la inmediata ocasión, sobre un asunto aparentemente lejano y con una sopa de opciones, amplia y un tanto difusa, realmente no lo es.
Si la política quiere dirigir y controlar la economía y sus consecuencias sociales, es obvio que debe compartir el mismo ámbito de actuación, al menos debe aspirar a hacerlo, a reglamentarlo y a fiscalizarlo
Creo que debemos mirar Europa como una realidad, a día de hoy, a medio hacer; y que lo más importante es seguir en su construcción de forma atinada y tan acelerada como sea posible, porque la marcha de la historia señala ese camino. Ello, no porque sea un postulado ideológico, sino porque es una consecuencia natural derivada del desbordamiento de la realidad contenida por cada uno de los estados. Es más, incluso reconduciendo las funciones de los estados, por fusión, en una sola estructura, ésta no dará respuesta a la totalidad de sus exigencias, pero las tratará con más suficiencia, tanto en su propio ámbito como en el de la convivencia internacional.
Si examinamos la realidad de la economía veremos que su dinamismo y su interrelación superan ampliamente el actual ámbito de los estados. El mundo de las transacciones se mueve por las redes, y estas son universales. Por otra parte, si la política quiere dirigir y controlar la economía y sus consecuencias sociales, es obvio que debe compartir el mismo ámbito de actuación, al menos debe aspirar a hacerlo, a reglamentarlo y a fiscalizarlo.
De la economía se derivan la mayoría de las relaciones humanas; en primer lugar la producción y consumo de bienes. De ahí el comercio, las materias primas, la energía, el transporte, la gestión del medio natural, los servicios, la formación, la enseñanza, la sanidad, la investigación, la información, la reglamentación, el derecho, las leyes... y así hasta el ocio y las costumbres. Así son las cosas y así debemos admitirlo y gestionarlo. Ello se puede hacer dejándose llevar por la inercia fatalista o tratando de conducir la realidad, que es, ni más ni menos, conducir nuestras propias vidas.
Por ello es preciso construir un espacio político común, en tanto que la política, dicen los teóricos, es la expresión condensada de la economía, y la economía, directa o indirectamente, abarca la totalidad de la actividad humana. Por ello, en Europa, es preciso ayudar e influir para construir un espacio legislativo común, un espacio laboral común, una armonización fiscal con vocación de ser común, una solidaridad común, una justicia común y armonizada, y sobre todo, reglamentación y práctica para que sea posible una democracia de calidad, en la que cada ciudadano pueda representar o ser representado en igualdad de condiciones y en la que cada ciudadano pueda desarrollar su realización personal sin condicionamientos de pertenencia a un "pueblo" u "otro pueblo".
Tenemos el deber de ser exigentes y decidir entre los que quieren ser activos en la construcción de nuestro futuro, defendiendo un sentido de Estado amplio y europeo, o los que quieren ir a Europa para construir una inmensa panoplia de "fets diferencials"
Caminamos en esa dirección, por lo que creo que los que quieren que les voten tienen el deber de clarificar para qué quieren ir a Europa. Del mismo modo, los votantes tenemos el deber de ser exigentes y decidir entre los que quieren ser activos en la construcción de nuestro futuro, defendiendo un sentido de Estado amplio y europeo, o los que quieren ir a Europa para construir una inmensa panoplia de "fets diferencials", una Europa de los pueblos, una suma ruidosa e ingobernable de minúsculas naciones, vistosa en folklore y en juegos florales, pero inútil y desbordada ante una economía que no se detiene en los particularismos.
De lo expuesto se deducen mis preferencias por los que suelen llamarse "partidos de Estado" y por los partidos que suelen llamarse "laicos"; creo que con esos requisitos se puede construir democracia de calidad en la que cada persona pueda desarrollar su realización personal sin condicionamientos de pertenencia a un pueblo, a una etnia, a una religión, a una creencia, a una tradición o a unas costumbres; en definitiva se trata de eliminar condicionantes, que juzgan, supeditan y marcan el campo de opciones de las personas al margen de sus propios deseos y posibilidades.
Imposible obviar referencias a la economía cuando se trata de opciones políticas. Básicamente hay dos visiones enfrentadas en sus fundamentos básicos: o las personas están al servicio de la economía o la economía está al servicio de las personas. Tradicionalmente, a la primera opción se le ha llamado capitalismo y a la segunda socialismo. También, tradicionalmente, la primera opción ha sido defendida por la derecha y la segunda por la izquierda. Enunciar esta diferenciación resulta simple, trasladar esta sencillez a la realidad actual resulta más complejo. Obviamente, mi sensibilidad se decanta por la izquierda, aun reconociendo que es un asunto en permanente elaboración. El reacomodo social y las diferencias de intereses no acaban nunca y la historia de las políticas inspiradas en una u otra opción y sus consecuencias sociales invitan a huir de dogmatismos.
Sin embargo, creo que es precisamente Europa, actualmente un escaso 5% de la población mundial, quien tiene posibilidad, y por tanto el deber, aunque no en solitario, de construir y ayudar a construir un mundo con bases de racionalidad para su uso, conservación y legado, al tiempo que construir una relaciones sociales y políticas que puedan ser adoptadas como ejemplo de ciudadanía. Para eso debemos recabar nuestro protagonismo como europeos, sabiendo que la construcción voluntaria y por medios democráticos de una realidad superadora de los Estados-nación requiere paciencia, perseverancia y tiempo; además, importan los líderes de pensamiento amplio y generoso, con ascendiente acreditado.
Las lenguas deben ser vistas en tanto que herramientas de comunicación. En realidad, ese es su papel y su esencia, por mucho que intereses espurios focalicen su sustancia a lo sobrenatural o trascendente
Este proceso de construcción, a sensu contrario, nos invita a convertir en quincalla las mimbres de las superestructuras que deben superarse, por muy sagradas y altisonantes que suenen las palabras patria, bandera, identidad, lengua propia... y tantas y tantas otras.
Es precisamente la lengua común para el entendimiento una de las realidades que tenemos que afrontar y resolver en este proceso. La cuestión es simple: caminamos hacia una integración social y política, ¿cómo nos vamos a entender?; y no solo entre europeos, sino los europeos con el resto del mundo. Las lenguas deben ser vistas en tanto que herramientas de comunicación. En realidad, ese es su papel y su esencia, por mucho que intereses espurios focalicen su sustancia a lo sobrenatural o trascendente.
Así que partidos de estado, defensores de la prioridad de las personas y su realización y ánimo para construir. Condiciones que se derivan de los planteamientos explicados en párrafos anteriores. Condiciones que descartan a muchos de los que nos piden el voto: los que no saben comprometerse ni con su propio estado actual; los que ven en Europa una amenaza a su identidad, ya que la ven en sus propios vecinos, que "els volen aixafar"; los que esperan de Europa súplicas para que vuelvan después de dar portazos; los que la política es un camino para forrarse y acumulan toneladas de corrupción; los que no se atreven a separar definitiva y radicalmente Iglesia y Estado. Los que confunden orden público con control social; los que remontan los agravios a los tiempos de Matusalén; los que siendo parte se arrogan la legitimidad de todos; los que no saben qué hacer con sus excedentes de cuadros y utilizan las instituciones europeas como "cementerio de elefantes"; los que son capaces de vender a su madre sin perder la compostura; los que no les gusta la redistribución de la riqueza; los que quieren poner "ordinalidad" en el desarrollo; los que su solidaridad acaba en el Ebro; los que si "España les roba", ¡qué no les robará Portugal o Hungría!; los que priman la representación de los territorios menoscabando la de las personas; los que quieren concierto fiscal y trato de favor; los que imitan a los padanos pero les molesta la comparación; los que creen que el "dret a decidir" está por encima del compromiso colectivo y de las constituciones; los que nunca miran hacia el tercer mundo; los que cultivan y difunden xenofobia; los que no comprenden que es imposible convertir Europa en un fortín; los que... Pero, ¿queda alguien más?, sí, por supuesto, queda, queda... ¿No recuerdan aquel anuncio de "busque, compare y si encuentra algo mejor, ¡vótelo!"?