Pensamiento
La mala educación
Los impulsos agonísticos, la belicosidad entre ellos, forman parte de nuestra naturaleza. Aunque muy relacionados con la testosterona y cierto grupo de edad masculino, ningún ser humano los desconoce. Uno de los descubrimientos más inquietantes que han hecho los neurocientíficos en las últimas décadas, es que la agresividad activa zonas del cerebro asociadas a la recompensa fisiológica. Da placer. Hay un potencial de gratificación intrínseca en la misma. Expresar superioridad, someter, ridiculizar y humillar a los otros produce gozo. Ampararse en una religión o en una ideología es el marco perfecto para dotarse de pretextos.
En el caso del nacionalismo, esta agresividad tiene un espectro de muchos colores y matices. Algunos de ellos, no evidentes en un primer momento. Por ejemplo, la reclamación de unos supuestos "derechos históricos" de unos ciudadanos por encima de los demás. A mi me encaja en este nivel la proposición de ley remitida por el Parlamento autonómico de Cataluña que exige la creación de un fondo para el rescate selectivo y la subvención de peajes para Cataluña disociada absolutamente de sus efectos en un conjunto al que ni siquiera consideran y que tan hábilmente desenmascaró el 8 de octubre la diputada de UPyD en el Congreso Irene Lozano.
El nacionalismo ha permitido que lo que antes era considerado petulante, camorrista, irrespetuoso y despectivo se convierta en meritorio y aplaudible
Pero, volviendo a la combatividad menos sutil, hay un tipo de mala baba que vive un momento glorioso: la mala educación. Cataluña está al borde de ser una tierra de bordes. Parece que sólo nos alarma a unos pocos, pero la autoindulgencia chulesca, el pavoneo jactancioso e, incluso, el matonismo verbal están a la orden del día. El nivel de agresividad del catalán está subiendo como la espuma. Podríamos tener ahí la clave de una de las consecuencias más desagradables de la aceptación del imaginario independentista: licencia para ser malo. La conducta agresiva prende con tanta facilidad porque es estupenda, y el personal, en Cataluña, se lo está pasando de miedo comportándose justamente como nos dijeron que no debíamos los profesores y educadores, laicos o religiosos, de nuestra infancia. Y los de todas las infancias en cualquier país con un mínimo de autoexigencia y capacidad para activar unos indispensables frenos sociales.
Al contrario, el nacionalismo ha permitido que lo que antes era considerado petulante, camorrista, irrespetuoso y despectivo se convierta en meritorio y aplaudible, simplemente por estar dirigido a quienes los nacionalistas han convertido en objeto de todos los odios. La borrachera de agresividad autocomplaciente está llegando a cotas tan elevadas, que cada vez se impone más la huida hacia delante para salvar la cara. Contaba Arcadi Espada hace unos días en su blog el penoso y sonrojante papel que hicieron Álex Susanna y Miguel de Palol en un encuentro de literatos en Asturias. Sobrados, cínicos y despectivos. ¿Le sorprende a alguien? Es el plan en el que van nuestros ungidos cuando salen a España.
Y en su propia casa no se comportan mejor. Hoy mismo, cuando escribo estas líneas, el tertuliano Bernat Dedéu ha insultado en Twitter al escritor y periodista de Ara, Christian Segura, por un quítame allá un premio a Mendoza, ese castellano. ¿El estilo? El que se lleva ahora: "Ven y chúpame la polla, subnormal profundo". ¡Y son aves del mismo corral!
Está llegando un punto en que el independentismo aumenta, ya no tanto por ideología o ensoñación lisérgica, sino por miedo a mirar atrás y ver el territorio que ha devastado uno mismo con sus cascos. La confianza en que el proceso secesionista es irreversible está creciendo en algunos por pura vergüenza. Yo diría que para convertir algún día en justificable el lodazal moral en el que han hozado, suinos, con tanta desinhibición. Así, el razonamiento ha pasado de un moderado diálogo acercador a una especie de "para lo que me queda en el convento...".
El problema es que hay convento para rato. Esa idea de montarse unos adosados en el terreno de la comunidad digan lo que digan los estatutos no prosperará. Y más de uno tendrá que volver atrás y pisar sus antiguas deposiciones e, incluso, ver como alguien con gorra le obliga a coger el cubo y el mocho. Por eso una parte de la ciudadanía catalana se ha vuelto peligrosa. Porque han sido malos con ganas y lo saben perfectamente.