Pásate al MODO AHORRO
Carlos Torres, presidente de BBVA

Carlos Torres, presidente de BBVA EUROPA PRESS

Zona Franca

Carlos Torres se estrella en la OPA del BBVA sobre Sabadell

"El desenlace de la OPA hostil deja lecciones. Que la política pesa más que la aritmética. Que la banca no puede desoír los códigos territoriales ni el valor de las percepciones. Y que el poder, en los despachos o en los mercados, se ejerce con inteligencia, no con impulso"

Publicada
Actualizada

El resultado no deja lugar a matices: el BBVA sólo ha conseguido el 25,47% de los derechos de voto del Banco Sabadell. La CNMV ha certificado que la OPA hostil no cumple los mínimos exigidos por el propio banco.

Carlos Torres Vila se ha estrellado. Su gran operación corporativa, la que debía consagrarlo como el estratega de la banca española, se ha convertido en un monumento a la soberbia.

El BBVA aspiraba a absorber al Sabadell y a cerrar el mapa financiero español en torno a dos grandes polos: él y CaixaBank. La realidad ha sido otra.

Torres ha perdido la batalla y, con ella, buena parte de su crédito dentro y fuera de la entidad. Su jugada, que pretendía resultar brillante, ha acabado siendo una demostración de ceguera institucional y de arrogancia empresarial.

La respuesta catalana fue clara. Cataluña no estaba dispuesta a entregar uno de sus últimos símbolos financieros. El Banco Sabadell representa algo más que una cuenta de resultados: es parte del tejido económico y sentimental de una comunidad que ya ha visto marchar demasiadas sedes y demasiadas decisiones.

Y esta vez, la política supo leer el pulso social. Salvador Illa movió hilos con discreción pero de forma eficaz. Logró que desde el Govern y el PSC se trasladara al Gobierno central un mensaje inequívoco: no se podía permitir una concentración bancaria que redujera la competencia y debilitara la autonomía económica catalana.

El resultado final tiene también su sello. Illa gana crédito político y emerge como un interlocutor institucional sólido ante el poder financiero.

Mientras tanto, Torres jugó al conquistador. Creyó que el mercado le seguiría, que las sinergias lo justificarían todo, que la política se rendiría ante la lógica del beneficio.

Pero la lógica de país se impuso. El Gobierno no quería un duopolio BBVA-CaixaBank. La sociedad civil catalana resistió sin nacionalismo empresarial. Los accionistas del Sabadell se mantuvieron firmes. Y el banco bilbaíno sólo logró un cuarto del pastel. Nada más.

Ana Botín, en cambio, observó el naufragio desde la orilla. No necesitó intervenir. Supo esperar. Mientras Torres se desgastaba en su guerra personal, el Santander reforzaba posiciones y consolidaba su poder sin ruido.

Como decía Winston Churchill, “el éxito es ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”. Pero en este caso, el entusiasmo de Torres solo ha servido para acumular fracasos.

El BBVA intenta disimular el golpe. Ha anunciado una recompra de 1.000 millones de euros, el dividendo más alto de su historia —0,32 euros por acción— y otra recompra pendiente del BCE. Son gestos, no estrategia.

La maniobra suena a compensación. Es un intento de comprar tiempo, de maquillar la herida antes de que los accionistas pregunten lo que todos piensan: ¿sigue Carlos Torres siendo el hombre adecuado?

Este desenlace deja lecciones. Que la política pesa más que la aritmética. Que la banca no puede desoír los códigos territoriales ni el valor de las percepciones. Y que el poder, en los despachos o en los mercados, se ejerce con inteligencia, no con impulso.

Torres no entendió ninguna de esas tres cosas. Se creyó dueño del tablero y ha terminado como un jugador sin fichas.

Salvador Illa ha ganado presencia. Ana Botín ha ganado poder.

Cataluña ha ganado autoestima al conservar un banco propio que simboliza estabilidad y resistencia.

Y el presidente del Banco Sabadell, Josep Oliu, podrá retirarse como lo que siempre fue: un banquero serio, correoso y con instinto político, capaz de plantarle cara al poder sin alzar la voz.

Carlos Torres, en cambio, ha perdido la OPA, el relato y el futuro.

Y todo en nombre de una ambición que confundió la grandeza con el tamaño.