Tracy Chapman durante un concierto

Tracy Chapman durante un concierto

Músicas

Tracy Chapman: el arte de no transigir y la fuerza (poética) de ser uno mismo

La cantautora norteamericana irrumpió a finales de los años ochenta con una propuesta musical austera y abiertamente comprometida. Fast Car, su canción más conocida, ofrecía una mirada distinta sobre los sueños de liberación personal

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Jorge Luis Borges, maestro de los elogios filosos –esos que se clavan como cuchillos de compadrito– definió una vez a Fogwill, el escritor argentino,como “el hombre que más sabe sobre coches y tabaco”. Ya ven: hombre y no escritor. No sabemos si esta misma puya sirve también para la música popular donde el coche y su imaginario –icono de fuga y libertad– han producido algunas de las canciones más hermosas del último siglo. Pareciera que no. Se nos vienen decenas de ejemplos a la cabeza. Pensemos en Bruce Springsteen y su Chevrolet descapotable de Thunder Road, o el Mercury desballestado y cuchufleto de Tom Waits o el Cadillac oscuro de Levon Helm, o aquel otro Cadillac, mucho más cercano, en el que la última rubia abandona a los pies de su ciudad a Loquillo. Pero nuestro vehículo musical favorito, por lo menos durante este artículo, es ese coche veloz y sin marca conocida con el que la joven protagonista de la canción de Tracy Chapman (Cleveland, Ohio, 1964) trata de escapar –junto a su novio blue collar– de la vida de abuso y alcohol de su entorno familiar. 

Al final sabemos que no sale bien. Que el coche no llega. O peor, sí llega, pero a un destino demasiado fiel al origen. Los protagonistas de la historia de Fast Car repiten los mismos errores de sus progenitores, como si estuvieran viviendo en los versos de una tragedia griega y no en una canción. El supuesto desclasamiento hacia arriba se descalabra con los años y el novio también es un padre ausente que empina el codo. 

Tracy Chapman

Tracy Chapman

A diferencia de muchos de los narradores masculinos del género –siempre son ellos los que aceleran o derrapan, los dueños del volante–, en este caso la protagonista no va al volante. Ella es la copiloto, pero marca la dirección de la esperanza. Ese ligero cambio de perspectiva en lo físico resulta sustancial en lo estético. La canción de Chapman rehúye de la épica habitual, su coche no es una metáfora romántica de la supuesta libertad sino la constatación de la imposibilidad de la huída de ciertas condiciones materiales y ciertos condicionamientos psicológicos. El deseo de cambio que se convierte en trampa. La Comedia Humana de Zola en tres minutos.

La que sí se salió del carril previsto fue la propia autora. Hija de madre soltera y clase trabajadora, raza negra, estudia Antropología gracias a las becas sociales, destaca en la escena universitaria y toca por las calles. Recoge el relevo de la larga tradición de cantautores con preocupaciones sociales en un momento en el que nadie parecía estar dispuesto a ello. Además, en condiciones claramente desfavorables. En 1988 las listas de éxitos estaban copadas por una mezcla heterogénea de brillantina, cardados y hombreras: George Michael, Bon Jovi y Whitney Huston. Las canciones de Chapman, sin embargo, beben de los discos de pizarra que enseñaron a escribir a Woody Guthrie, a Pete Seeger, a Joan Baez, al Bob Dylan anterior a la amenaza del hachazo de Woodstock. 

El disco de debut de Tracy Chapman

El disco de debut de Tracy Chapman

Lo que hizo Chapman fue actualizar esa tradición mediante una economía de recursos radical. Desde un minimalismo –también en su exposición mediática y mesiánica– muy nuevo. Dueña de una voz que parecía venir de otro planeta: grave, cruda, andrógina, sin voluntad de seducir. Décadas antes de que la fluidez de género fuera un debate en las redes sociales, Chapman ya desconcertaba. Lo que pocos saben es que su primer disco, el homónino Tracy Chapman (1988), estuvo a punto de descalabrarse varias veces. En los Powertrax Studios de California, David Kershenbaum, productor añejo con olfato pop, se esmeraba en pulir lo que consideraba un diamante en bruto. Elektra Records le había encomendado convertir a la joven de rastas tímidas en un producto radiable, con coros y teclados capaces de competir con Cindy Lauper. Chapman se resiste. “Esa no soy yo”, repetía, comprendiendo que, más que negociar con las expectativas de un sello discográfico, estaba defendiéndose de la usurpación de su propia voz.

Para que se hagan una idea, cuentan que hubo una versión de Talkin’ ’bout a Revolution con sintetizadores, y otra de Fast Car con batería estridente. El productor al final pareció entender que Chapman tenía más vocación de grieta que de estrella, y el álbum se quedó en los huesos: percusión, bajo, guitarra y voz. Tenía la fuerza de lo verdadero. Un clásico inmediato.  O casi. Poco después, el destino, que en ocasiones parece tener buen oído, tuvo que echarle una mano determinante.

'Fast car'

'Fast car'

Durante el concierto por el setenta cumpleaños de un Nelson Mandela todavía encarcelado, Stevie Wonder no puede salir a cantar después de UB 40 porque un problema técnico –dicen que se olvidó un disquete para su teclado Synclavier– se lo impide. La retransmisión en directo para todo el planeta debe seguir adelante y es así donde entra Chapman con su guitarra acústica. Ya había tocado antes, sin demasiada trascendencia. Pero en esta intervención improvisada –era una invitada menor– canta Fast Car. Más de 90.00 espectadores en Wembley y millones en la televisión entienden, de repente, que aquello trasciende su aparente pequeñez y se convierte en universal.

La verdad es que en la radio comercial de 1988 era difícil encontrar canciones tan crudas. Apenas algunas de Suzanne Vega o Tanita Tikaram. La multitud pareció recordar de golpe –al menos por un instante– la fuerza que puede tener una buena canción comprometida.  Antes del concierto, Chapman solo había vendido unas 250.000 copias de su disco debut. En las dos semanas siguientes, las ventas se dispararon a más de dos millones y su álbum alcanzó el nº 1 en el Billboard. Resulta extrañamente coherente –decimos extraño porque la realidad no suele atender a criterios narrativos– que el éxito se debiera a un contratiempo tecnológico y la respuesta fuera enunciada por una cantante casi ludita: guitarra sin adornos y voz ganan a la farándula adicta al brilli-brilli. 

'Crossroads'

'Crossroads'

La canción abre la puerta a la atención –y las ventas– de un álbum imposiblemente maduro. Y tras ese primer disco llegan otros. Ninguno llega al éxito del primero pero ninguno desmerece su calidad. Aquí somos mucho del segundo Crossroads y del más barroco Telling Stories. En la memoria popular también han quedado la balada Give me one reason. Algo que puede resultar sorprendente a miradas contemporáneas es la animadversión que despertó entre algunos artistas negros, que miraban con recelo esa fórmula que descreía del brillo y la exuberancia que se le presuponía. Uno de los componentes de Public Enemy la acusó de sonar blanca, como si el color tuviera copyright musical. Chapman no respondió más que con sus canciones. 

Con el tiempo Chapman ha dejado de hacer grandes giras o publicar discos –ella asegura que sigue componiendo a diario– pero sus pocas apariciones públicas convocan multitudes. Casi no concede entrevistas. Su marcado carácter antiestrella implica no tener redes sociales ni manager. No esconde su condición de mujer lesbiana pero no se enrolla en la bandera multicolor para ganar notoriedad o audiencia.

'Telling Stories'

'Telling Stories'

En 2023, el cantante country Luke Combs versiona Fast Car y tras las acusaciones de apropiación y sacrilegio la lleva a de nuevo a los primeros puestos de lo más escuchado. Ella, que siempre se ha negado a que se utilice su música en publicidad y que perdió un juicio por el uso de otras de sus canciones como sample, agradece el gesto. Cantan juntos en los Emmy y los Grammy del 24. Sin su concurso resulta difícil explicar la eclosión de cantautoras posteriores. De Sinead O’Connor a Lauryn Hill, de Tori Amos a Macy Gray o Alanis Morrissette o Annie DiFranco hasta llegar, si lo pensamos bien, a la misma Chappell Roan.

Lo escribió Zadie Smith al rememorar la retransmisión de la BBC que ella siguió siendo niña del concierto homenaje a Mandela: “Muchos artistas famosos tocaron ese día. A la mayoría no los recuerdo, pero a una nunca la olvidaré: Tracy Chapman… Nadie la ovaciona cuando sube al escenario (…) Su voz tiembla un poco en la primera línea de Fast Car. Por un momento, vislumbras a la artista callejera de Harvard Square… Pero un segundo después, tiene la atención completa de todos. Ahora solo están su guitarra, la melodía, las palabras… Es maravilloso ver a esa multitud gigante caer en un silencio reverencial”.

Su éxito no fue el resultado de una estrategia, sino la consecuencia, casi accidental, de una personalidad insobornable. Su carrera no solo es valiosa en lo musical. También es una lección sobre lo que ocurre cuando alguien decide no transigir. La maravilla de comprender, por un instante, que todo lo que eres también merece el aplauso.