Alumnos recibiendo clases en un aula de la Universidad de Salamanca (1614) Martín Cervera

Alumnos recibiendo clases en un aula de la Universidad de Salamanca (1614) Martín Cervera

Ideas

Los expertos, el pedagogismo y el tribalismo cognitivo

Las democracias no pueden funcionar con partidos únicos, mediante facciones únicas o con todos los gobernantes políticos defendiendo lo mismo, que es lo que acostumbra a suceder en materia educativa. 

Publicada
Actualizada

Hace semanas comenté un libro relevante: (Pos)verdad y democracia (Página Indómita), del politólogo Manuel Arias Maldonado. Tomé notas muy abundantes sobre esta obra que lanza muchas ideas originales y análisis lúcidos, pero no tuve espacio para escribir con detalle sobre un tema capital que el autor aborda: qué es un experto y por qué hoy en día parece que los llamados expertos parezcan más un problema que una solución, cuando es bien sabido que cuando un sistema carece de expertos, o los aparta, acalla o margina, la implosión pública es inminente porque el narcisismo autoritario suplanta muy rápidamente la dirección técnica de todos los asuntos públicos. Es lo que ocurre en Estados Unidos, y también lo que ha pasado en Hungría o Reino Unido. 

Concretamente, me interesó mucho el siguiente párrafo: “Sabido es que el experto puede participar en la vida política de maneras distintas. A menudo forma parte de comités especiales de asesoramiento en los distintos niveles de poder territorial, pertenece a think tanks que publican informes sobre materias de política pública, se le invita a colaborar de manera formal o informal en la producción de ideas de los partidos o las organizaciones de la sociedad civil”. El experto “suele ser reclutado por los partidos para que participe en la elaboración de los programas electorales o ayude a generar un ideario que produzca en el público la impresión de competencia técnica”. Y este es el quid de la cuestión, el meollo de lo que nos interesa, según Arias Maldonado: ¿Qué ocurre cuando la impresión de competencia técnica sustituye y aparta el criterio técnico real?

Porque más que de expertos quizás deberíamos hablar algún día de los disfrazados de expertos. Vayamos un poco más allá. Continúa el autor: “Eso explica que los desacuerdos tengan menos que ver con el reconocimiento del saber experto que con la pertinencia de contar con según qué expertos en detrimento de otros. Pero quizá se trate de una impresión engañosa, ya que a la vista de las características de la política y el público democráticos, pudiera ser que ni la competencia ni la imparcialidad del experto sean juzgadas de manera competente ni imparcial. O sea: cuando lo que importa no es la verdad, sino la conquista del poder o el éxito del partido con el que nos identificamos, el desempeño el experto será evaluado por el público conforme a estos últimos criterios”. Resumiendo: que los partidismos nublan o disimulan las intenciones reales de los presuntos expertos, y también las de sus auditorios. El resultado es un tribalismo cognitivo que termina alejando demasiado la conversación pública de los problemas reales o cuantificables: lo que tenemos es un choque guerracivilista de paquetes cerrados de ideas, en ningún caso un ágora suficiente.

'Posverdad y democracia'

'Posverdad y democracia' PÁGINA INDÓMITA

Pero señalemos otros problemas no menores. En su artículo 'El fin de los expertos conlleva al auge del narcisismo, la ansiedad y los populismos' (Educational Evidence, 2 de diciembre de 2024), Paco Benítez alertaba desde la plataforma OCRE (Observatorio Crítico de la Realidad Educativa) sobre las consecuencias de evitar prestar atención a los expertos educativos. A mi modo de ver, me preocupa también o incluso más el fenómeno del falso experto, es decir, el propagandista político que suplanta el papel del científico o abusa del estatuto del especialista, porque se convierte en una correa de trasmisión de ideas falsas (es decir, de creencias oficiales cómodas; en otras palabras: de ortodoxias) y anulan el debate público. Las democracias no pueden funcionar con partidos únicos y facciones únicas, o con todos los partidos defendiendo lo mismo, que es lo que ocurre en materia educativa. 

El pluralismo pedagógico lleva demasiados años cancelado o en peligro, y en los últimos años, desde que se aprobó la LOMLOE por la puerta de atrás, como con vergüenza, el problema no ha hecho más que agravarse. Las mismas caras, mensajes idénticos, todos los centros de poder respirando de nuevo el aire que ya huele a cerrado y ya huele también a caduco y casposo… Una administración que inyecta bulos y los sostiene contra todo tipo de pruebas y evidencias racionales se aleja rápidamente de la realidad y ya solo genera malestar, frustración y sensación de colapso. 

Es decir, que el problema con la educación ya no es el enfrentamiento entre hinchadas iliberales o antirreflexivas, sino la sustitución de las ideas descriptivas por recetas públicas que reciben recompensas económicas. Se trata de un problema relacionado con la prensa subvencionada y con el miedo al estudio y a la realidad. Lo podríamos ilustrar con un ejemplo sencillo. Entre el año 2022 y el año 2023, la Asociación Rosa Sensat, que se dedica desde hace décadas a la renovación pedagógica y la innovación, pasó de recibir 149.735,16 € del gobierno autonómico a cobrar 231.547,18 €. Durante el 2022, la Fundació Bofill recibió más de 12 millones de euros procedentes del Ministerio de Inclusión. Esta situación lo que crea es que las recetas diseñadas en Bruselas y Madrid lleguen al destino autonómico y local sin ningún tipo de modificación crítica.

El debate queda reducido a la confirmación de la cadena de mando. Nadie muerde la mano que le da de comer. En lugar de expertos educativos, lo que parece que tengamos es gobernadores civiles de educación, capitanes generales de innovacionitis crónica, cuando no policía moral pedagogista. Cuando se denuncia la falta de pluralismo en el ámbito educativo catalán, los directivos de las asociaciones y fundaciones invitadas a participar en los medios reaccionan como si se les estuviera insultando o persiguiendo de algún modo personal; en realidad, el problema es de circulación (o no circulación) de según qué ideas. Es evidente que si su supervivencia como presuntos expertos (“impresión de competencia técnica”) y también su pervivencia, relevancia y hegemonía como tales asociaciones, depende de subvenciones gubernativas su discurso será siempre parcial, unívoco y también partidista. El sostenimiento de una cadena de mando, y poco más: la decoración propagandística habitual.

Repartir millones de euros no es promover el debate pedagógico, más bien es apagarlo. Gracias a esta situación de secuestro del pluralismo, podemos intuir cómo se sienten los ciudadanos cuando han de vivir bajo dictaduras decadentes o bananeras: cuando el poder no es suficientemente fuerte como para sostener sistemas de mentiras pero lanza tics autoritarios, resulta risible y lamentable a la vez, como en las novelas de Dovlátov. La solución pasa por que expertos diversos y solventes, no tecnólogos ni peones al servicio de lobbies y partidos puedan debatir públicamente con luz y taquígrafos, en un contexto en el que la opacidad y la evidencia de los pelotazos solo estimulan la indignación. 

Tecnocracia y populismo dejan el campo quemado y ya no queda nada por debatir. La fatiga resignada acaba siendo el resultado de todo. No podemos seguir confundiendo el poder con la experiencia. Un poder blando y crudo, sin metralletas pero con cierta carga de nerviosismo reactivo y violencia simbólica. Al comprobar que la bulocracia educativa ya prácticamente solo irrita, aunque sigue aportando pingües beneficios económicos, la misma bulocracia reacciona airadamente y deja al descubierto sus propias limitaciones. El resultado se parece más a cierto cuadro de Goya que a una política educativa saneada. Parece que últimamente el pedagogismo haya optado por recoger el viejo lema de los espadones liberales ultraconservadores, cuyo arquetipo era el Mariscal de Campo Ramón María Narváez, quien solía decir que “gobernar” era “resistir”. Solo resistir, es decir, sofocar al rival, acogotar al Otro.

Sobrevivir un día más en la ficción es ganar un poco más de tiempo acaparando la tribuna; creando un búnker e impermeabilizándolo. Ahora bien, ¿dónde queda el reformismo realista? ¿Cómo puede articularse públicamente una crítica exacta que aporte diagnósticos honrados y soluciones reflexionadas? ¿Dejaremos algún día la brocha gorda y la desfachatez bulocrática? ¿La “impresión de competencia técnica” dejará hablar a los datos y llegarán, por primera vez, al escenario los análisis y las responsabilidades? ¿Dispondremos algún día de leyes inteligentes, que no nos hagan sonrojar entre destrozos y vaciedades?

El búnker pedagogista ha llegado demasiado lejos, ha agotado su ciclo vital. Hace demasiado daño y sale al ventanuco a respirar demasiado poco. ¿Investigaremos y dejaremos hablar, o continuaremos defendiendo a ultranza el populismo transhumanista? ¿Volverán a interesar algún día los asuntos académicos, o continuaremos unas cuantas décadas más anclados en el gestualismo narcisista y el resistencialismo oficial? ¿Nos podremos dedicar a volver a enseñar o seguiremos obligados a consumir humo oficial y maquinaria obsolescente?