La investigadora musical Tania Safura, en la entrevista con 'Letra Global'

La investigadora musical Tania Safura, en la entrevista con 'Letra Global' GALA ESPÍN Barcelona

Músicas

Tania Safura: “Perseguir el esencialismo musical es incluso fascista”

La investigadora, autora de Voces negras, señala que las culturas africanas "son más permeables" que las occidentales, que temen verse "pervertidas" en un mundo "híbrido", donde las músicas beben unas de otras

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Tania Safura Adam (Maputo, Mozambique, 1979) asegura que su libro Voces negras, una historia oral de las músicas populares africanas (Malpaso) ha supuesto el encaje de muchas piezas, y que todo “ha cobrado sentido”. Investigadora y comisaria, fundadora y editora de Radio África, plataforma de pensamiento crítico y difusión de las artes y culturas negras, Safura considera que se puede explicar el continente africano a través de sus músicas, y que no se pueden olvidar los efectos del colonialismo. Pero con los ojos puestos en el futuro, Tania Safura, que dirige la investigación España negra, viaje hacia la negritud en el espacio-tiempo (Museo Reina Sofía, MACBA, Artium, CCCB, IVAM), apuesta por un mundo “híbrido”, con diversos centros, con la idea de “ciudadanía” frente a esas “resistencias” que apelan a los valores ‘nacionales’, en una alusión a los movimientos de ultraderecha.

La música puede y debe unir, y ésta viaja en todas direcciones. En África hay una enorme variedad de músicas, desde la música de Bonga, en Angola, a Mahmoud Ahmed, en Etiopía, o Celina Pereira, en Cabo Verde. Los más jóvenes, como ella misma señala, estarán más pendientes de ¡kokoko!, en la República Democrática del Congo, o de Dub Colossus, en Etiopía, o de Issa Bagayogo, en Mali. En su libro Voces negras, Safura incorpora códigos QR, para poder escuchar músicas de diferentes artistas y también las entrevistas que realiza. El libro acaba siendo un gozo para la lectura y para los sentidos. En esta entrevista con Letra Global señala que el futuro de la música, siguiendo esa misma idea para la sociedad, debe ser “híbrida”. Y afirma: “Perseguir el esencialismo musical es incluso fascista”.

El libro tiene un carácter sociológico, sobre los países africanos y toda la relación que se establece con la música. ¿Hay una reivindicación de la esencia, de esa música popular africana?

Yo nací en Mozambique, y a los diez años vine a España. Viví en un ambiente que no te acaba de pertenecer. Y el libro creo que se comenzó a escribir mucho antes, es un libro que he llevado, de alguna manera, conmigo durante mucho tiempo, con la curiosidad por la vuelta al continente africano. Hay, es cierto, una reflexión en clave sociológica, pensando en un contexto en el que se defendían medidas como el 0,7% del PIB de los países occidentales para la cooperación, que, después, acabé criticando. La cuestión es que no podía explicar África desde el prisma desarrollista, que tiene que ver con el colonialismo. A través de la música entendí que todo cobraba sentido, y que África es algo increíble, con artistas enormes que han luchado por ese continente.

¿La música es identidad, ofrece identidad a los pueblos?

A mí me gusta hablar de identidades, aunque yo misma participé de una idea que tenemos muy asentada en Europa. Es una narrativa que no se puede aplicar en África, porque hay distintas identidades. Mi nombre mismo: Tania es de origen ruso, del marxismo-leninismo. El apellido Safura tiene una clara connotación árabe. Mis familiares vienen del índico, los llamados árabes del mar. Todo está en contacto. Y los sonidos han permeado de un lugar a otro. Las culturas africanas permiten permearse, no tienen miedo como las occidentales a que se puedan pervertir. En parte, eso explica por qué se produjo la colonización. Al margen de la existencia de la violencia, la colonización fue posible porque esas sociedades eran permeables a nuevas culturas.

Tania Safura, durante la entrevista con 'Letra Global'

Tania Safura, durante la entrevista con 'Letra Global' GALA ESPÍN Barcelona

Hay instrumentos, como el Mbira, en Zimbabue, que son parte del pueblo, y que se llegaron a prohibir. Eso es identidad.

Sí, porque se quiere apostar por el estado-nación, que es algo artificial, y se seleccionan elementos que puedan ser representativos y se dejan de lado otros. Con el poder, se impone la identidad del estado-nación, y eso ha atravesado el continente. Ocurrió en Senegal, con Senghor, con 30 años en el poder, a través de la cultura de los griots (los juglares africanos), por ejemplo. Se imponen instrumentos de un grupo étnico, y se toma una parte para aplicarla al todo, que es, de hecho, una construcción ficticia. Son identidades que se construyen desde los años 60 del pasado siglo, con la independencia de los países africanos. Hay que ir con cuidado, por tanto, cuando se habla de identidad y se identifica con nación. Es un proceso que también ha sucedido en América Latina.

Cuando se habla de músicas, en relación a África, ¿hay que hablar de ciudades? En el libro señala que las ciudades son hoy fundamentales en todo el continente.

Es un proceso que sigo en una segunda parte del libro, que ya tengo en gran medida escrita, que se refiere a la ciudad. Cuando se hace esa genealogía de las músicas populares, hay un vínculo con esa idea de nación que se quería construir. Y cuando muere la nación, cuando África se empieza a conocer por su pobreza, problemas económicos, con deudas enormes, es importante entender lo que pasa con la música. En ese proceso hay gobernantes títeres de Occidente. Y se produce una gran migración hacia las ciudades. Hay un gran proceso extracctivo, en todos los países, y la ciudad se convierte en un gran foco donde la gente sobrevive, en grandes slums, donde se fluye la creatividad y se gestan nuevos sonidos, que no existirían sin los anteriores, a través de una hibridación constante. Creo que hibridación es la palabra más adecuada, más que la palabra mestizaje.

Tania Safura, en la entrevista con 'Letra Global'

Tania Safura, en la entrevista con 'Letra Global' GALA ESPÍN Barcelona

Dice usted que en África ‘la música es una forma de cultivar la vida’, y reivindica a Gramsci, al diferenciar entre el negocio de la música y la música como algo necesario, la cultura como algo consustancial.

Siempre reivindico a Gramsci. Si entras en el mercado, participas de ciertas reglas y modelos. Si no entras, es la propia vida la que adquiere protagonismo. Hay una idea comunal, bajo la cual todos se juntan y bailan. Es la configuración social de la música. Es algo ancestral que se sigue con los nuevos sonidos. El sonido en Occidente perturba. Incluso a mí me ha pasado cuando trabajo y escucho música a mi alrededor y piensas que tienes una tolerancia cero con eso. Pero en las ciudades africanas la música suena todo el tiempo. Hay bullicio, mucha gente, vida. Se mezcla todo. En Suecia, en unas vacaciones, me di cuenta. Me pareció que todo estaba ordenado. Incluso en España, se nota. El silencio es brutal. Y echo de menos eso, un sonido que invita al baile, a la comunión alrededor de la música. La música house en Sudáfrica, por ejemplo, no la tienes que ir a buscar en una discoteca, donde habrá un consumo de estupefacientes. Está conectada con la vida, en los barrios, y eso me gusta.

¿Cuánto hay de africanización en la música occidental, con la influencia del ritmo a través de la percusión, o de occidentalización en la música africana?

El ritmo no viene solo de la percusión, es la cadencia del sonido. La injerencia sonora de Occidente en África está clara, a través de los instrumentos modernos, de las bandas oficiales, y de la traducción de instrumentos tradicionales a modernos. Influye la melodía, pero también la armonía, que viene de los misioneros, en las iglesias, a través del solfeo. Las iglesias son un lugar de formación musical. Por cierto, en España hay muchísimas y cada vez más iglesias evangelistas. Pero como señala Kofi Agawu, para mí un musicólogo de referencia, Occidente no pudo con el ritmo. La injerencia es colonial y luego existencial, híbrida. Pero la música, desde el momento que se globaliza, que se digitaliza, es híbrida. Perseguir el esencialismo musical es incluso fascista. El término fusión me cuesta utilizarlo, pero se trata de eso, de la contaminación de muchos sonidos. Antes los sonidos viajaban con las personas, ahora lo hacen por sí solos, con los archivos digitales. Por tanto, también hay sonidos en Europa con una base clara en África. En todo caso, creo que en España hay una cierta cerrazón, le cuesta abrirse mucho a nuevas cosas. La cultura musical de España es muy pobre, escuchar la radio es una cosa muy aburrida. Cuando recibe sonidos de fuera los encajona mucho, y le cuesta entender sonidos contemporáneos

Tania Safura, en la entrevista con 'Letra Global'

Tania Safura, en la entrevista con 'Letra Global' GALA ESPÍN Barcelona

¿Abusa España del flamenco, que lo acaba impregnando todo como su música de referencia?

Es esa idea de la apropiación, donde se acaba banalizando una determinada música. Cuando el país se presenta fuera, se establece una conexión muy clara con el flamenco. En Barcelona debería ser más la rumba que el flamenco, pero éste es omnipresente. Define la nación, como sucede en otros países con otras músicas.

En la filosofía política se habla de valores que pueden ser universales. ¿En la música lo podríamos aplicar a Bach, aunque su raíz sea la religión protestante? ¿Puede ser su música inspiradora para todos?

Contesto con otra pregunta. Imaginemos que el Imperio Mandinga, con sus conquistadores, en el siglo XV, con sus gritos, es algo universal. ¿Qué pensaríamos? Es lo que se ha hecho con la música clásica europea, que ha llegado a ser universal. A mí me gusta la música clásica, pero entiendo que ha habido un proceso de universalización determinado. Y no pongo esa música por encima de cualquier otra. Se considera algo erudito, de la élite y de la Corona, que luego pasa a la burguesía, que quiere ser aristocrática. Cuando se coloniza África hay una colonización sonora por parte de Occidente. En todo caso, las músicas populares de todo el mundo no piden permiso, son imparables.

¿Cómo debemos analizar el fenómeno del reguetón, que viaja por todo el mundo, con ese beat tan fuerte?

Desde el punto de vista musical es una creación de estudio, y es empobrecedor. Es una fórmula musical, una radiofórmula, que se explota al máximo. Es muy poco interesante. Cuando llevas un rato escuchando, entiendes que no da ninguna sorpresa sonora. Y las letras no dicen nada, aunque haya algunas que me puedan gustar.

¿Hay hoy en España menos ofertas musicales, si se compara con unos decenios atrás, cuando se podían descubrir nuevas músicas con programas como Diálogos 3 de RNE?

Yo diría que no. Hoy existen herramientas sonoras que te permiten viajar. De hecho, no sabemos muy bien qué escucha la gente. Puede que tuviéramos sorpresas si pudiéramos comprobarlo en detalle. Es cierto que había gente con una mayor apertura, que viajaba, y que estaba conectada con mundos como el de la cooperación. Hay que decir también que en España su población tiene poca curiosidad por conocer al otro. Hay una cerrazón en lo suyo. Cuando se viaja, se dice de forma constante que esto o aquello se hace mejor en España. No es una crítica, es una observación. Lo llevo comprobando durante años. Creo que debemos abrir la mente, a un sonido, a un país, a un libro, a una idea. He intentado aportar con esos códigos QR en el libro, para que se pueda escuchar cosas diferentes. La apertura te hace ver el mundo, y lo grande que es el ser humano, aunque también pueda representar el horror.

Portada del libro de Tania Safura

Portada del libro de Tania Safura

¿El poco peso que tiene hoy el Rock entre las nuevas generaciones, se puede asimilar a la decadencia del mundo del hombre blanco, de la sociedad patriarcal?

No había incorporado esa reflexión, pero me parece interesante.

¿La globalización, en todo caso, ha reducido la oferta, aunque pueda resultar paradójico?

No lo tengo claro. El mundo es más plural de lo que parece. Ahora llegan muchos grupos musicales del sur. Se conocen más músicas de África, por ejemplo, si lo comparamos con hace unas décadas, cuando sólo surgían nombres como Papa Wemba, que se hizo muy popular. Hay una gran variedad en las periferias, en Francia, en el Reino Unido. Claro que hay sonidos mainstream, pero existe también la voluntad de mostrar otras cosas, como hemos hecho desde Radio África, que, aunque precaria, existe. Y, además, se han roto los canales de distribución. De la tienda de discos hemos pasado ahora a la experiencia de recibir en casa músicas que distribuyen los propios músicos. Me cuesta decir que hay menos oferta. De hecho, estamos más fragmentados que antes.

¿No sabemos lo que pasa, entonces?

Nunca lo hemos sabido. Vivimos en la ignorancia. Hay que alimentarse de forma constante. No tenemos una foto fija. Debemos tirar del hilo y esa es también la intención de este libro.

¿Cómo ve el conjunto de Europa, partiendo del reconocimiento de todas sus músicas, en países que, tal vez, puedan ser más una realidad geográfica que portadores de valores concretos, propios, nacionales?

Pienso en la idea de ciudadanía, es que algo mucho más plural, que nacional. Hay que dejar de lado esa idea del ‘cultur’, tan alemán, que es algo que buscaron todos los países a la hora de ser independientes, el concepto de estado-nación. Las instituciones culturales se gestaron en base a la nación y esas estructuras son ya anacrónicas, no se sostienen. Pero hay un espacio de resistencia, que representa la ultraderecha, que no quiere admitir esos cambios que se han producido. Y, de nuevo, entran en el juego elementos ficticios para reforzar la nación. Creo que debemos ser muy realistas y empezar a pensar en esa sociedad futura, porque podríamos ir hacia un conflicto. Se construye la política desde el odio y eso me preocupa mucho. Sin embargo, hay cosas imparables, en los barrios. La creación surge de esos espacios, de los slums, en la precariedad. Ser deportista o músico es la manera de salir de esos lugares. Ahora estamos en un momento de transición. Y yo participo para que todo sea mucho más abierto. Necesitamos crear elementos que alimenten eso: la libertad de pensar desde otros lugares, crear múltiples centros. No crear nuevas hegemonías, sino crear varios centros. Puede que sea un caos, pero lo otro es inviable. Debemos llevar a la gente a pensar cómo vamos a vivir todos juntos.