El arte de Ferenc Fricsay
Deutsche Gramophon y Urania Records recuperan las excepcionales grabaciones del director de orquesta húngaro, uno de los cuatro más importantes del pasado siglo, con motivo de los 50 años de su desaparición
26 febrero, 2024 15:12“Y es que es realmente maravilloso estar vivo”. El director húngaro Ferenc Fricsay (1914-1963) pronunció estas palabras durante un ensayo con la orquesta sinfónica de la radio de Stuttgart. La pieza que ensayaban era el célebre Moldava de Smetana. La sesión, que tuvo lugar en junio de 1960, fue grabada y posteriormente emitida por televisión. Hoy se encuentra fácilmente en la red. Para entonces, Fricsay ya estaba gravemente enfermo del cáncer de estómago que acabaría con su vida apenas dos años después. Y a pesar de la debilidad y el dolor, su pasión y su rigor a la hora se dirigir seguían intactos. Bajo aquellas circunstancias, su exposición de la naturaleza de la partitura termina siendo un canto a la existencia que hace del Moldava el río primordial. Hay pocos documentos tan elocuentes con respecto a la trascendencia de la música como ese ensayo.
El siglo XX nos legó dos grandes figuras mediáticas en el campo de la dirección: Leonard Bernstein y Herbert von Karajan. El primero no ha dejado de crecer desde su muerte, como director pero también como pianista y compositor, en definitiva como músico integral. El segundo, en cambio, ha quedado como una pieza de museo, un esteticista de la época que sometía toda partitura al lecho de Procusto de su anquilosado sentido de la belleza. Pero más allá de ese binomio, hay otras dos figuras de su generación excepcionales y menos conocidas.
Una es Franco Ferrara, il maestro caduto dal podio, un genio que empezó descollando en la dirección a finales de la década de 1930 y que muy pronto sufrió una extraña enfermedad que le hacía perder el sentido cada vez que se ponía frente a una orquesta. La música, por así decirlo, podía con él. Empezaba a dirigir y se desmayaba. Hasta que finalmente decidió retirarse y dedicarse solo a la docencia. Pero todos los grandes, desde los propios Bernstein y Karajan hasta Celibidache, siempre admitieron que Ferrara era el mejor. Directores aún en activo como Riccardo Muti o Riccardo Chailly fueron alumnos suyos.
La otra figura es Ferenc Fricsay. Su temprana desaparición a los cuarenta y ocho años le privó de alcanzar la popularidad de otros contemporáneos, pero la ingente discografía que nos dejó es suficiente para hacerse una idea de su excepcionalidad. La conmemoración del cincuentenario de su muerte nos ha traído reediciones de todas sus grabaciones en Deutsche Gramophon y también en Urania Records.
Fricsay nació en Budapest el 9 de agosto de 1914, justo cuando estalló la primera guerra. Su padre era director de una orquesta militar y por eso recibió educación musical desde pequeño, en la Academia Liszt de su ciudad natal, donde tuvo como profesores a Béla Bartók y a Zoltán Kodály. Tras reemplazar a su padre en la orquesta militar y ocupar otros puestos en teatros de Hungría, después de la segunda guerra, Fricsay se fue a Salzburgo, donde tuvo la suerte de poder sustituir a Otto Klemperer –de quien ya había sido asistente en Budapest– en la dirección de La mort de Danton de Frank Martin. Y ya en 1949, fue nombrado director en Berlín de la nueva orquesta de la Radio, la RIAS, como se la conocía entonces, fundada por los americanos.
En la década de 1950, Fricsay trabajó intensamente con esa y otras orquestas, como la Filarmónica de Berlín, la Staatsoper de Baviera o la de Houston. Además del repertorio sinfónico, se especializó también en la dirección de ópera, género por el que tenía una especial predilección. Su versión de Fidelio de Beethoven, con los bávaros y Fischer-Dieskau, sigue siendo canónica. ¡Ah el canon de cuatro voces del primer acto, Mir ist so wunderbar! De referencia es también su novena de Beethoven de 1958, con la Filarmónica de Berlín, para algunos la mejor que jamás se ha grabado. Y ciertamente el adagio del tercer movimiento tiene una hondura y una respiración inigualadas, muy cerca de Furtwängler, aunque con un acento propio muy difícil de definir.
Entre las reediciones de Urania Records destaca una Patética de Tchaikovsky, también con los berliner, verdaderamente prodigiosa, quizá la lectura perfecta, exacta. Cuesta mucho sorprenderse con una obra tantas veces escuchada e incluso banalizada. Pero aquí la partitura parece sonar por primera vez. Los tempi, como casi siempre bajo su batuta, son amplios pero a la vez contenidos. La emocionalidad aguda de la sinfonía se sabe mantener dentro de unos límites tensos que favorecen la expresión en lugar de arruinarla. Las transiciones están magistralmente ensambladas, lo mismo que el juego de cuerdas, metales y maderas. En ocasiones así es cuando uno entiende qué hace un gran director. Fricsay está ahí en cuerpo y alma a favor del compositor, cuidando cada detalle, guiando a los músicos sin ahogarlos, dejando que la música ocurra. Es una lección a la vez ética y estética.
Lo mismo pasa con la Sinfonía del nuevo mundo de Dvorák, cuya ejecución, de nuevo con la Filarmónica de Berlín, está al servicio del espíritu auroral de la obra. El control de las dinámicas es absolutamente magistral. En el primer movimiento, el contraste entre lo lírico y lo irónico se sostiene con una naturalidad asombrosa. Nada parece forzado ni estudiado sino que fluye con una facilidad inaudita. Y qué singularidad tienen los solos de madera, acompañados por la danza de las cuerdas, que parece tomar cuerpo con esa gracia sobrenatural. De nuevo, el oído sale de la rutina y descubre un mundo nuevo de matices y sonoridades. Luego, el Largo del segundo movimiento adquiere una majestuosidad meditativa, evitando siempre el exceso, que parece curarnos de la propia melancolía que transmite. Y qué bien sabe saltar luego al ritmo vivaz de la última parte, sin perder el pulso ni el sentido de la profundidad, lúdico y grave a un tiempo. La actuación de las trompetas es ahí de una perfección inexplicable.
Urania también ha reeditado el disco con las tres últimas sinfonías de Mozart, –esta vez con la sinfónica de Viena–, ese ejemplo inagotable del late style del compositor. Fricsay hace una lectura historicista sin serlo, utilizando los medios expresivos de la orquesta moderna para imaginar cómo sonaban esas partituras en su tiempo, antes de la invasión romántica. Y el resultado es maravilloso. Mozart parece resucitar con toda su pureza, más cerca de Haydn que nunca, sobrio, limpio en el fraseo, justo en el tempo, sabio en la alegría. Y a la vez con un pie en otra dimensión. La Jupiter, al última de las tres, suena en ese sentido como recapitulación de todo lo aprendido y liberación de lo mismo. El Allegro vivace del primer movimiento parece abrir el camino al scherzo de la novena de Bruckner, al otro extremo de la tonalidad. Y la suavidad del Andante cantabile tiene también una gradación de matices infinita.
Mención aparte requerirían las grabaciones que hizo de compositores del siglo XX, sobre todo de su compatriota Béla Bartók, por ejemplo los conciertos para piano, con Géza Anda como solista. Pero también de Stravinsky, de Zoltán Kodály, otro de sus maestros, compañero de Bartók en la prospección etnográfica de la música popular húngara. La suite Háry János, sacada de su ópera del mismo título, es otro universo sonoro que en las manos Fricsay cobra una originalidad inédita. Gracias demos, en fin, por tener ese tesoro discográfico al alcance diario de nuestros oídos.