El enigma Summers
El documental 'Summers, el rebelde' aborda la figura y la obra del cineasta, que triunfó con títulos populares, pero que fue admirado por sus primeras películas con palabras de aliento de Berlanga, Garci o Fernando Trueba
27 febrero, 2024 18:11El próximo siete de marzo se estrenará en el festival de Málaga Summers, el rebelde, documental dirigido por el profesor de cine de la universidad de Sevilla Miguel Olid y centrado en la peculiar y olvidada figura del cineasta (y humorista gráfico) Manuel Summers (Sevilla, 1935 – 1993), a quien Olid reconoce haber detestado durante años, hasta que un día algo le hizo clic en la cabeza y se convirtió en, posiblemente, su mayor admirador (recientemente montó una exposición en Sevilla, a medias con Fran G. Matute) sobre el autor de Del rosa al amarillo, La niña de luto, Juguetes rotos y otras películas menos interesantes y más discutibles.
Para mí, Manuel Summers siempre había sido un enigma que no se ha desentrañado del todo tras ver el, por otra parte, notable documental del señor Olid, en el que aparecen defensores de la obra del cineasta (Luís García Berlanga, José Luís Garci o Fernando Trueba), algún que otro detractor furibundo (no diré nombres) y un crítico cinematográfico, mi amigo Mirito Torreiro, que da una de cal y otra de arena, pero no puede evitar definirlo como una especie de anti sistema de pegolete que siempre tuvo las espaldas muy bien cubiertas (su padre fue un gobernador civil franquista), aunque la censura se pusiera a gusto con él durante sus primeros y más interesantes tiempos. Las apariciones del propio Summers tampoco ayudan a hacerse una idea cabal del personaje, pues se presenta siempre como un sujeto arrogante, con muy poca gracia personal (lo que viene siendo un malaje), cierta tendencia al insulto y al desprecio y un odio obsesivo hacia los críticos, a los que cuelga el habitual sambenito de cineastas frustrados. Digámoslo claro: el Summers que aparece en el espléndido documental del señor Olid no cae nada bien. Y aunque todo el mundo le atribuya un sentido del humor portentoso, éste no se manifiesta por ninguna parte en el discurso del cineasta, que tira a agrio y resentido.
La carrera de Manuel Summers empezó muy bien. Del rosa al amarillo (1963) obtuvo la Concha de Plata en el festival de San Sebastián; La niña de luto (1964) recibió una mención de honor en Cannes; y Juguetes rotos (1966, una aproximación compasiva al fracaso a través de unas cuantas vidas más o menos anónimas echadas a los cerdos) contó con el beneplácito de la crítica. ¿Único problema? No dieron un duro en taquilla, motivo por el que nuestro hombre se lanzó en busca de propuestas más comerciales, una de las cuales obtuvo el éxito internacional, Adiós, cigüeña, adiós (1971, sobre un embarazo adolescente compartido por una pandilla de amigos), que hasta dio origen a una secuela dos años después, El niño es nuestro.
¿Intentaba hacerse el gracioso?
Luego volvieron los fracasos (aunque Ángeles gordos, de 1980, rodada en Estados Unidos, no estuviese nada mal) y Summers volvió a lanzarse en busca del éxito comercial con la trilogía de chorradas filmadas con cámara oculta que componen To er mundo é güeno (1982), To er mundo é…mejó (1982) y To er mundo é…¡Demasiao! (1985), sobre las que más vale guardar un piadoso silencio. Y lo mismo puede decirse de las dos películas que rodó con los Hombres G, el grupo de su hijo David (que también sale en el documental), Sufre mamón (1987) y Suéltate el pelo (1988), que no se parecen mucho a las que Richard Lester rodó con los Beatles en los años 60 (entre otros motivos, porque los Hombres G y su pop infantil no tienen nada que ver con los cuatro de Liverpool).
Su faceta de humorista gráfico nunca me pareció que fuese para echar cohetes, aunque algún que otro buen chiste caía de vez en cuando. Recuerdo que a mí Summers no me hacía mucha gracia, sobre todo si lo comparaba con Forges o el gran Jaume Perich, cuyos acercamientos al humor me parecían más naturales y sinceros y sueltos que el de Summers, que siempre me sonaba al de un malaje intentando hacerse el gracioso.
Confieso que nunca entendí muy bien la carrera cinematográfica de Manuel Summers, considerado un rojo durante el franquismo y un facha en la democracia (parece que lo que más le gustaba en el mundo era ir a la contra e incordiar), cuando se apartó voluntariamente del sector más progresista del cine español de la época. Obsesionado por el mundo de la infancia y la adolescencia, de ahí sacó prácticamente petróleo. Y no sabemos cómo habría evolucionado si no se hubiera visto en la necesidad de rodar cosas que funcionaran en taquilla. Tras ver el documental de Miguel Olid, sigo sin pillarle muy bien el punto y continúa siendo un enigma personal y creativo para mí, pero es indudable que este acercamiento merece mucho la pena. A mediados de marzo llegará a algunas salas.