Haze: "Cuando empecé a leer a los clásicos se me saltaban las lágrimas"
El rapero, que pasó del ‘top manta’ a lograr en 2004 el premio al mejor disco de ‘hip hop’ en España, convertido ahora en profesor de Secundaria, narra cómo la lectura le ha sacado de la marginalidad
8 diciembre, 2022 20:05“No hay redactor al que se le olvide, chiquillo. Luego va uno ilusionado a leer la entrevista y ahí está el titular, siempre el mismo... Es ridículo”, lanza mientras posa para el fotógrafo Sergio López, más conocido como Haze, alias con el que este sevillano de 44 años hizo fortuna como rapero recién estrenado el milenio. A finales de los 90, junto a un amigo que acabaría muchísimo peor que él (muriendo de una sobredosis), Haze participó en su “primer y último robo con violencia”. Fue detenido y por un despiste, pasado el tiempo, no compareció en la fecha establecida para su juicio. Lo pagó con un mes y un día en la cárcel, “el tiempo suficiente para que me jurase a mí mismo que allí no volvía”, dice hoy, “harto del cliché del rapero expresidiario”.
Le fue bien con la música, a la que se dedicó con disciplina al salir de prisión y volver a Los Pajaritos, su barrio de la capital andaluza, uno de los que año tras año, con penosa exactitud, engrosa las estadísticas de los barrios más desolados de España. Sus discos sobre la dudosa épica de la desesperanza y la rabia, el lumpen, las drogas y el orgullo cani le procuraron buenos dineros y una casa cara lejos de esas calles sin paz ni descanso. No tardó en dilapidar lo ganado, y aunque no dejó la música –el pasado mes de marzo publicó el disco Carne de cañón– hasta ese momento llegó la borrachera de superviviente a su pasado. Porque Haze empezó a pensar en el futuro y, al hacerlo, sintió “vergüenza”. Para combatirla, a los 32 años se matriculó en la carrera de Filología Hispánica en la Universidad de Sevilla, donde obtuvo el reconocimiento al mejor expediente académico de la promoción 2017-18 del Máster de Estudios Americanos.
Hoy es profesor de Lengua y Literatura en un instituto de Coria del Río (Sevilla) donde este otoño comenzará su segundo curso como docente. El año pasado publicó El niño que salió del barrio (Espasa) y recientemente ha participado como conductor en el documental Elio, dedicado a Antonio de Nebrija. No hay necesidad de echarle demasiada literatura al asunto para decir que los libros, a Haze, si no le han salvado la vida, le han ofrecido, al menos, una distinta. Mejor, desde luego, que la que llevaba y creía merecer cuando era “el más bueno de los malos”.
–O sea, que cansa ejercer de buen ejemplo...
–Mucho. Pesa tener que agradar siempre porque se ha decidido que yo soy un ejemplo de superación y todas esas cosas que se dicen. Es como si se esperase de mí que fuese perfecto, cuando no soy más que una persona normal, con sus triunfos y sus derrotas. Yo, en parte, entiendo que ese sea el relato sobre mí, pero de ninguna vida puede esperarse que consista en una sucesión de hitos ejemplares. Además, a poco que te resbales, o que alguien interprete que te has resbalado, te atacan con más fuerza.
–¿En qué medida diría que la cercanía con los libros le han hecho ser quien es?
–En gran medida. Aunque fui un lector muy tardío. Una de mis primeras lecturas serias fue La reina del Sur, de Pérez-Reverte. Iban a entrevistarme en Ratones coloraos, el programa que tenía Jesús Quintero en Canal Sur, y el chaval de producción que fue a buscarme me recomendó la novela. De niño había leído cómics y libros que me compraba mi abuelo: Astérix y Obélix, los tebeos del Capitán Trueno, las adaptaciones a cómic de las películas de Disney... El primer libro con cierta profundidad que leí fue La reina del Sur, por eso le tengo tanto cariño. Muchas veces uno lee buscando un espejo, y yo cuando empecé esa novela no lo sabía, pero eso es lo que encontré, veía de algún modo mi propia vida en el barrio.
–¿Qué otros libros incluiría en su biblioteca sentimental?
–Borges escribiendo cuentos es uno de los grandes placeres de la vida. Con ellos descubrí llaves para acceder a muchas puertas que estaban cerradas en mi mente. O Juan Rulfo, uno de mis favoritos: ¿se puede decir más con menos palabras?
–¿Y cuál tiene ahora en su mesita de noche?
–En realidad ahora estoy escribiendo, rememorando etapas de mi vida, buscando mi voz, mi tono, que es lo más difícil de la escritura. Y para eso uno tiene que ser humilde y aprender de los maestros. Se me da bien la síntesis, vengo de contar vidas en tres minutos. Pero me queda... Una de las últimas cosas que he leído ha sido El Principito. Es una alegoría muy interesante. Porque es verdad que cuando uno se hace adulto se olvida de que fue niño, y la vida sin inocencia y sin imaginación puede hacerse demasiado cuesta arriba.
–¿Qué lo llevó a estudiar Filología Hispánica y no otra carrera entre tantas?
–Me daba vergüenza mi falta de cultura. A mí los libros me han hecho ser mejor persona. ¿Eso no tiene utilidad? Lo digo porque suele afirmarse lo contrario... Siempre fui muy curioso, quería ser capaz de disfrutar de la sabiduría de los demás. De Góngora, Quevedo, Lope, Calderón, Bécquer... Tenía lagunas importantísimas. Se habla a veces de la alta cultura como si fuera una cosa distante y abstracta, pero tener juicio crítico, cierto bagaje intelectual, mantener viva la curiosidad, todo eso que conlleva la lectura, nos ayuda a caminar por la vida. ¿Eso no es útil? Me encantaba escuchar a los doctores y catedráticos, me emocionaba su inteligencia, y cuando empecé a leer a los grandes clásicos a veces se me saltaban las lágrimas, como me pasaba con el flamenco o el rap.
–Tiene fijación con los clásicos...
–Nunca leo por entretenimiento, leo para aprender. El ser humano es más o menos lo mismo en todo momento, cambian los matices, las circunstancias, pero por dentro hemos sido lo mismo desde siempre, eso lo aprende uno rápido leyendo a los clásicos. Renunciar a ese caudal de sabiduría sería una estupidez. Leo cosas recientes también, pero una vez que te das cuenta de que en las grandes historias de Homero o Virgilio estaba ya todo, ahí no hay vuelta atrás, te engancha.
–Su trabajo para el Máster de Estudios Americanos, que tantas alegrías le ha dado, abordaba sin embargo una realidad muy actual...
–Cayó en mis manos El más buscado, una novela del escritor y periodista mexicano Alejandro Almazán que ficcionaba hechos reales: el protagonista estaba inspirado en el Chapo Guzmán. A partir de ahí me puse a estudiar el mundo de la droga en América, el trasiego hasta llegar a Estados Unidos, sobre todo los casos de Colombia y México. Mucha tela que cortar ahí, sí. Mi pasado fue impactante, viví el boom de la heroína en el barrio y aquello daba pavor. Ese fue un motivo fundamental, quería estudiar esa pesadilla.
–¿De las pesadillas también se aprende?
–Mi cárcel no fue Sevilla-2, mi cárcel fue criarme en Los Pajaritos. Eso sí fue para mí una cárcel, todos los días. Todos los días allí había privación de libertades, carencias socioeconómicas, culturales... Claro que aprendí. Muchísimo más que en la cárcel, que sólo me enseñó que tenía que esforzarme para no volver a entrar nunca más allí, nada más. Y nada menos.
–De quien guarda muy buen recuerdo es de su maestro de Lengua del colegio...
–Don Jesús. Le sigo teniendo mucho aprecio aunque seguramente él ni se acuerde de mí. Con un gesto muy pequeño me dio una lección de vida. Durante un clase estaba él de espaldas, explicando algo en la pizarra, y yo le hice una peineta. Él me vio y cuando yo pensaba que iba a humillarme, simplemente me dijo: “Sergio, después de clase quiero hablar contigo”. Bueno, por la peineta y por otra cosa más, porque yo estaba ya muy complicado. Fíjate qué tontería, eh. Yo estudiaba en un colegio fuera del barrio, estaba cerca pero no en mi barrio, mis padres querían alejarme de las juntiñas feas... Estaba acostumbrado a un entorno más duro, a la intimidación, a la ley del más fuerte, y don Jesús me enseñó, con un gesto tan simple, tratándome con respeto, que el respeto es una cosa sagrada que no tiene nada que ver con el miedo.
–¿Ha tenido ya tiempo para formular su diagnóstico sobre la pobreza de los índices de lectura en España?
Llevo sólo un año, pronto empezaré el segundo, pero por lo pronto tengo claro algo: los departamentos de Lengua y Literatura deberían elegir los libros de lectura sin pensar que todos los adolescentes serán filólogos. Parece una obviedad, pero es fundamental que las obras que se eligen a ellos les resulten atractivas. Y no parece que ese sea uno de los criterios. No tiene sentido obligarlos a leer La Celestina, al menos en esa etapa de su vida, cuando ni siquiera, en la mayoría de los casos, tienen adquirido el hábito de leer. Ni la van a disfrutar ni van a entender por qué todo el mundo les da la chapa con La Celestina. O con El Quijote o con El Lazarillo. Hay estudiantes a los que se les puede exigir más, pero en general con 14, 15, 16 años no se está preparado para apreciar esas obras. Yo entiendo que hay que conocerlas, pero antes hay que preguntarse cómo se las mostramos de una manera atractiva.
–¿Cómo, pues?
–Un rapero que viene del gueto, que ha trapicheado y se ha buscado la vida como ha podido, se puede relacionar con el Lazarillo. ¿O no es eso la picaresca, salir adelante con hambre y todo en contra? A mí me gusta tender puentes entre la música que escuchan los jóvenes y la literatura clásica. Pero puede haber muchas formas. Se trata de que entiendan que los libros hablan de ellos, da igual de qué fecha sean. El amor, la muerte, todo lo que nos preocupa e interesa son temas universales de los que se escribe desde hace siglos.
–Lo van a acabar llamando Quijote en la sala de profesores...
–Pues sería un honor. La fraternidad, la lealtad, la capacidad de luchar contra viento y marea por un ideal sin que importe que los demás piensen que estás loco... Todavía no he dicho nada malo.