Flaco Jiménez
Es música simple, sin pretensiones, pero tremendamente humana; predomina la juerga, pero también hay espacio para los dramas
31 julio, 2022 23:53Le debo mi afición a la música tex mex a Los Lobos. Concretamente, a la versión que grabaron de una vieja canción de Santiago Jiménez titulada Ay te dejo en San Antonio. Hasta entonces, reconozco que nunca había intuido la fértil relación que podía establecerse entre la música mexicana y el rock & roll. Gracias a Los Lobos llegué hasta el gran Flaco Jiménez (hijo de Santiago Jiménez y bautizado como Leonardo en San Antonio, Texas, en 1939), quien puede que sea el personaje más reconocido del tex mex. Mi descubrimiento se hizo extensivo a un instrumento que nunca me había tomado en serio, el acordeón, pues me parecía algo que tocaban los payasos o los grupos de música bávara (dos colectivos que me resultaban muy semejantes). Pero en las manos de Flaco Jiménez, el acordeón, ese instrumento que llegó a Texas con los emigrantes alemanes venidos a construir el ferrocarril, empezó a sonarme a gloria y a resultarme muy efectivo para contagiar la alegría, la melancolía y varios sentimientos más entre una y otra. Por el mismo precio, redescubrí las rancheras y la música norteña, que durante mucho tiempo había despreciado por considerarlas algo muy en la línea de los payasos y las canciones bávaras. El problema de los rockeros de mi edad era que estábamos cargados de prejuicios, como el que a mí me impidió acercarme a la salsa de Héctor Lavoe y Willie Colón hasta que no me quedó más remedio que rendirme a su magia: diría que lo que los de la Fania definían como Nuestra cosa latina suele acabar imponiéndose (véase el caso de Phil Manzanera, guitarrista de Roxy Music, que actualmente está totalmente entregado a ella).
Flaco Jiménez dio sus primeros pasos musicales en su San Antonio natal en los años 60, tocando con el legendario héroe local Doug Sahm, creador del grupo The Sir Douglas Quintet (se reencontrarían muchos años después en el súper grupo tex mex Texas Tornados, en el que también figuraría el gran Freedy Fender, del que aún se recuerda su éxito Save the last dance for me). De San Antonio se trasladó una temporada a Nueva York, donde nada hacía suponer que acabaría colaborando con gente tan variopinta como Dr. John, David Lindley (durante una época ya lejana, escuché hasta la saciedad su contagioso tema El rayo X), Ry Cooder o Bob Dylan. ¡Incluso llegaría a tocar en el Voodoo lounge de los Rolling Stones! Y todo ello sin moverse un metro de sus raíces musicales, previamente plantadas por su propio padre, al que versionó ampliamente, y otras figuras ilustres de la música fronteriza, peculiar versión del estilo conocido como norteño y que se practica en la madre patria.
Contaban Los Lobos que iniciaron su carrera tocando en bodas y bautizos temas mexicanos populares entre la comunidad chicana de Los Ángeles. La música de Flaco Jiménez también resulta especialmente apta para esa clase de celebraciones y tiene la virtud de contagiar al oyente una extraña alegría de vivir, aunque solo sea durante el tiempo que dura un elepé. Es música simple, sin pretensiones, pero tremendamente humana. Predomina la juerga, pero también hay espacio para los dramas (pienso en la impresionante Grítenme piedras del campo). Y la considero hermanada con el rock & roll por ese mensaje de optimismo que fomenta el baile y las relaciones carnales sin asomo de culpa cristiana (en ese sentido, el sonido tex mex tiene la misma eficacia que la salsa cubana o puertorriqueña).
Además de los Texas Tornados, Flaco Jiménez cuenta con otro gran grupo en su haber, Los Super Seven, formado a finales de los 90 con una serie de viejas glorias tejanas. A sus 83 años y con varios premios Grammy en su haber, así como todos los reconocimientos habidos y por haber del estado de Texas (más su foto colgada en el Smithsonian), Flaco lleva cierto tiempo sin publicar nuevos discos, pero creo que alguien que empezó a grabar en 1970 (el álbum Sombra) tiene derecho a un merecido descanso. Yo siempre le estaré agradecido por haber aportado un poco de alegría sonora a mi existencia y por haber logrado que dejara de tomarme a cachondeo un instrumento tan polivalente como el acordeón. Canten todos conmigo: Abre el corazón, vidita mía, y déjame entrar…