La Grecia de Pausanias
El libro de viajes del geógrafo e historiador, dedicado a la descripción de la antigua Hélade antes de su ocaso, conserva el mapa de una humanidad sumergida de la que somos el reflejo invertido
1 agosto, 2022 20:30“Todo el arte había ordenado la apariencia según los dioses a los que servía. ¿En nombre de qué dioses puso Roma eso en cuestión? Por primera vez, un arte mayor reconoció el orden de la apariencia como el orden del mundo; por primera vez, la apariencia se convirtió en lo real”. André Malraux se refería así, en unas páginas espléndidas de La metamorfosis de los dioses (1957), al tránsito que se produjo en la representación artística entre Grecia y Roma. Los griegos se habían dedicado sobre todo a esculpir las divinidades, que eran para ellos manifestaciones de lo visible y encarnaciones de su universo ético. El antropomorfismo de sus deidades remite a algo que está más allá de la humanidad y que no pertenece ni al tiempo ni tampoco a la eternidad. Todo estaba hasta tal extremo transido de lo divino que entonces no se hubiera entendido la posterior distinción entre lo sagrado y lo profano. Lo viviente entrañaba lo divino y lo divino no era sino una celebración de lo viviente. Por eso el gesto más característico de la experiencia cultual griega fue la ofrenda.
A nosotros, hijos de la era secular y testigos de la desaparición del cristianismo como religión hegemónica, nos cuesta mucho imaginar cómo era aquel mundo anterior a la escisión que en tantos sentidos supuso Roma y que aún se deja sentir en nuestra percepción de la realidad. Ni siquiera cuando leemos a los clásicos --Homero, Sófocles, Píndaro-- llegamos a entender la cuestión, puesto que esa literatura se fusionó con nuestro imaginario moderno, desvirtuándolo en muchos aspectos. Por eso no hay nada como asomarse a la Descripción de Grecia de Pausanias para hacerse una idea de aquella tierra en la que “todo está lleno de dioses”. Poco sabemos de su autor, un geógrafo e historiador del siglo II, súbdito de Marco Aurelio y seguramente nacido en la región de Lidia, en Asia Menor. Su obra, que no tuvo ninguna influencia en la Antigüedad, se redescubrió en el siglo XVIII y fue utilizada por los primeros viajeros como guía arqueológica. Su fiabilidad fue puesta en entredicho en el XIX para reconsiderarse con mayor ecuanimidad en el XX.
Aunque no es una gran obra literaria, la Descripción de Grecia nos deslumbra hoy porque constituye un viaje por un mundo aún encantado y que está a punto de eclipsarse. Con su relato frío y pormenorizado de lo que ve, por ejemplo en Atenas, Pausanias elabora un catálogo de una producción artística en su mayor parte perdida y que entonces aún cumplía su función. A medida que registra templos, esculturas, pinturas, relieves, pozos, fuentes o sepulcros y evoca los mitos y las leyendas asociados a ellos, el lector tiene la sensación de que aquel cosmos está despidiendo su última luz. Píndaro dice en algún lugar que hay un peligro en el canto. Además de engrandecer lo que alaba, el himno también puede contribuir a su pérdida. Una vez celebrado, el acontecimiento ya no vuelve a aparecer nunca más de otro modo.
Esa será la batalla de la lírica desde Grecia hasta Hölderlin y Rilke, cómo hacer para que aquello que se funda en el poema no sea destruido. A pesar de su inocencia, Pausanias nos ofrece un documento que ha terminado siendo poético porque lo que allí era mera relación topográfica es ahora el mapa de una humanidad sumergida de la que nosotros somos el reflejo invertido. Paseando por el ágora de Atenas, Pausanias se detiene a describir el pórtico Pecile (Pintado), el más celebrado de la ciudad, situado al norte de la plaza.
“Yendo hacia el pórtico que por las pinturas llaman Pecile, está un Hermes de bronce llamado Agoreo y cerca una puerta. Sobre ella está un trofeo de los atenienses que vencieron en combate de caballería a Plistarco, hermano de Casandro, al que se había confiado el mando de la caballería y de los mercenarios de éste. Este pórtico contiene en primer lugar la pintura de los atenienses formados frente a los lacedemonios en Énoe en el territorio argivo. Lo que está pintado no es el momento culminante del combate ni la exhibición de los actos heroicos, cuando la acción ha avanzado ya, sino el comienzo de la batalla, cuando los combatientes están todavía llegando a las manos”.
La Stoa Pecile había sido el lugar donde Zenón de Citio había impartido las lecciones que conformarían el cuerpo esencial del estoicismo, la doctrina que luego asumiría y divulgaría precisamente Marco Aurelio, el último emperador que conoció Pausanias. (“Quien ha visto el presente todo lo ha visto”). La écfrasis que viene a continuación representa una mezcla de batallas históricas y mitológicas. Nada sabemos de la de Énoe, que al parecer tuvo lugar al comienzo de la Guerra del Peloponeso. Hay también episodios de la Amazonomaquia, de la toma de Troya y de la batalla de Maratón:
“En el centro de las paredes luchan los atenienses y Teseo contra las Amazonas. Ciertamente son las únicas mujeres a las que los fracasos no les quitaron su temeridad frente a los peligros, si es que, después de haber sido tomada Temiscira por Heracles y aniquilado después el ejército que habían enviado contra Atenas, a pesar de ello fueron a Troya a luchar contra los propios atenienses y todos los griegos.
Después de las Amazonas están los griegos que han tomado Ilión y los reyes reunidos a causa del ultraje de Áyax contra Casandra; y la última pintura representa a Áyax, a Casandra, y a otras mujeres prisioneras. La última parte de la pintura son los que lucharon en Maratón. Los beocios de Platea y todos los atenienses llegan a las manos con los bárbaros; y en esta parte, uno y otro bando están igualados, pero en el centro de la batalla los bárbaros están huyendo y empujándose unos a otros hacia el pantano, y en los extremos de la pintura están las naves fenicias y los griegos dando muerte a los bárbaros que caen sobre ellas. Allí también está pintado el héroe Maratón, del que recibe el nombre la llanura, y Teseo surgiendo de la tierra, Atenea y Heracles, pues los de Maratón, como ellos mismos dicen, fueron los primeros que consideraron a Heracles como un dios”.
Los autores de esas pinturas, de mediados del siglo V a. C., fueron Polignoto, Micón y Paneno, nombres hoy olvidados pero que tuvieron mucha relevancia en su época. En su Poética, Aristóteles llegó a decir que Polignoto, padre de la pintura griega, representó a los hombres “mejor de lo que eran”. Polignoto, Micón y Paneno trabajaron a menudo juntos. Hoy parecen una troupe de payasos. También en el ágora, Pausanias se detiene a observar un altar:
“Los atenienses tienen también en el ágora, entre otras cosas no conocidas de todos, un altar de Eleo, que es el más útil de entre los dioses para la vida humana y las vicisitudes de la fortuna, y al que sólo los atenienses entre los griegos le tributan culto; y no sólo han instituido el amor a los hombres, sino que son piadosos con los dioses más que otros, y, efectivamente, tienen un altar en honor de Aidos (Pudor), de Feme (Fama) y de Horme (Impulso); y es muy claro que los que tienen más piedad que otros tienen una buena fortuna equivalente”.
A veces se adivina en Pausanias a un fino moralista. Aquí se da cuenta de que rendir culto a una divinidad que representa lo que en Roma se llamaría clemencia y con el cristianismo misericordia supone un rasgo distintivo muy elocuente de la vida religiosa de los atenienses, que han “instituido el amor a los hombres” gracias a un perfecto equilibrio de la piedad que se eleva a los dioses sin olvidar a los mortales. En su Tebaida, también Estacio nos dio una descripción detallada del altar, dedicado a un “dios sin poder”, que no aceptaba imágenes ni ornamentos, tampoco sacrificios cruentos. Al parecer, se trataba de un espacio muy austero, ya que la divinidad que representaba moraba tan sólo en el interior de los hombres. Se decía que el altar había sido refugio de reyes destronados, de soldados derrotados y exiliados, incluso de Edipo cuando cayó en desgracia. El dios se limitaba a escuchar y a dar forma al lamento del que huía de su propio destino, cuando aún no existía lo que nosotros entendemos por azar, en plena época trágica.
La Descripción de Grecia se ha convertido en un libro mágico, una especie de bola de cristal que nos permite adivinar el pasado y comprobar lo viejos que eran ya nuestros ancestros, así como la pobreza de nuestra apariencia, lo que hoy llamamos realidad. Fíjense si no cuánta reverencia, cuánta civilización, cuánta piedad y cuánto enigma se adensan en esta descripción de los tradicionales sacrificios a Zeus:
“Depositan cebada mezclada con trigo en el altar de Zeus Polieo (de la ciudad), y no tienen ninguna vigilancia. El buey, al que guardan dispuesto para el sacrificio, toca el grano cuando se acerca al altar. Llaman 'matador de bueyes' a uno de los sacerdotes que, después de matar al buey y arrojar el hacha allí --pues así es la norma--, escapa. Ellos, como no conocen al que cometió la acción, someten a juicio al hacha”.