Paul McCartney, la vida a los ochenta
La ingente obra creativa del músico británico, que acaba de cumplir los 65 años encima de los escenarios y continúa componiendo y en la carretera, no tiene parangón en la historia del 'pop'
29 junio, 2022 22:00El 18 de junio, Sir James Paul McCartney, el músico y compositor más célebre del mundo –con permiso de Bob Dylan–, sopló las velas del pastel de su ochenta aniversario, seguramente formulando en su fuero interno algún nuevo deseo, o quizá simplemente renovando su pacto, a lo Dorian Gray, con el diablo. Un pacto así, por descabellado que parezca, se nos antojaría lógico a todos. Porque lo de Paul es ciertamente desconcertante. Cualquiera podría imaginar al mítico componente y alma de The Beatles celebrar un cumpleaños tan redondo cómodamente arrellanado, lejos del mundanal ruido, en una cómoda butaca Chester, leyendo poemas de John Keats con una taza de té (o pasemos directamente al Scotch con hielo) en la mano.
Ochenta años no es asunto baladí. A esa edad la inmensa mayoría de la élite británica –aunque Paul está a años luz de esa modesta galaxia social por ser uno de los hombres más ricos del planeta; su fortuna personal, en 2021, rondaba los 750 millones de libras–, sólo sueña con cultivar rosas de concurso en su jardín, en jugar al bridge, o en paladear una copa de buen Oporto mientras decide si pasar unos días al sol en la Costa Azul o largándole carrete a un pez espada en las Barbados. No es ese el caso de nuestro héroe. A McCartney los ochenta le cayeron 48 horas después de haber finalizado un extenso tour –de abril a junio– por los principales estadios estadounidenses, como primera parte de una gira bautizada como Got Back Tour –nótese el juego con Get Back, el álbum clásico de The Beatles–, que posiblemente tendrá continuidad tras el verano por otras latitudes.
El día 16 concluyó, con récords de audiencia y llenos hasta la bandera en cada etapa, en el MetLife Stadium de Nueva Jersey, ante 85.000 espectadores que casi hundieron las gradas. John Bon Jovi irrumpió en el escenario a mitad del show, con media docena de globos en la mano, e invitó a la audiencia, puesta en pie, a cantarle el happy birthday de rigor a Paul. Y de forma sorpresiva, en el momento estelar de la noche, entró a la carrera, con su inseparable Fender Esquire al hombro, Bruce Springsteen, dispuesto a rockear junto a McCartney, ofreciendo a lo largo de diez épicos minutos su clásico Glory Days del disco Born in the U.S.A. y el eufórico y trepidante I Wanna Be Your Man del álbum With The Beatles de 1963.
Tal vez a todos nos parecería algo más normal, a su edad, el que Macca –abreviatura made in Liverpool, donde todo se abrevia, de McCartney; al igual que a George Harrison le llamaban Hassa, y a John Lennon, Lenni– hubiera optado por ofrecer algunos conciertos en pequeños clubs ingleses, rodeado de amigos y familiares, y desgranara, en esa atmósfera íntima y tranquila, una veintena de sus preciosas e incombustibles baladas de amor para celebrar no sólo la efeméride sino también llevar la friolera de sesenta y cinco años subiéndose a los escenarios desde aquel lejano día –un 6 de julio de 1957– en que conoció a John Lennon y fue invitado, al poco, a unirse a The Quarrymen, germen de The Beatles.
Pues nada de eso. Ni pequeños clubs, ni sótanos a media luz los dos, ni baladas lacrimógenas de geriátrico emocional. Al menos, no más allá de unos pocos temas clásicos y reposados de The Beatles, incluidos en la set list del tour, entre los que nunca falta Let it Be y Something, que él interpreta dándole las gracias a Harrison por haber compuesto esa maravilla. El resto es alto voltaje, electrocución, descarga de vatios y de rock en estado puro, nutrido por lo más trepidante de su etapa Beatle –Love Me Do, Get Back, She Came In Through The Bathroom Window, I've Got a Feeling o Helter Skelter--, grandes éxitos de su época al frente de The Wings --Letting Go, Let Me Roll It, Band on the Run, o el explosivo hit Live and let Die de 1973, compuesto para la banda sonora de la octava película de la serie James Bond– y siempre alguna que otra sorpresa en el repertorio, como el inesperado tributo al gran Jimi Hendrix, al que conoció en su visita a Londres, en el 67, en los días del lanzamiento de Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, y del que interpreta, dejando el bajo a un lado y colgándose una preciosa Gibson, Foxy Lady, del álbum Are You Experienced"
En resumen... que McCartney, con ochenta, está hecho un chaval. Algo digno de estudio. A ese nivel otros dinosaurios jurásicos que aún colean, como Dylan, Mick Jagger o Keith Richards, parecen la mojama de un faraón. Y es que el vegetarianismo, primero, y el veganismo, después, y sobre todo la propensión por la vida pausada, a Paul le viene de muy lejos. En los setenta, en su época más hippie, solía retirarse a Escocia, a una casa de campo que adquirió en High Park, donde junto a su esposa, Linda McCartney, y Denny Lane, el guitarra de The Wings, compuso Mull of Kintyre, el single más vendido de la historia del Reino Unido, que en cuestión de días superó los dos millones de copias. Fue ahí, en un día que él rememora en sus entrevistas, viendo a un rebaño de corderos pacer mientras ellos disfrutaban de su carne a la brasa, cuando tomó la decisión de cambiar su alimentación para siempre.
Quizá por esa razón, y porque Paul es un manojo de nervios, un culo de mal asiento, de los que hace diez cosas a la vez, sigue enfundándose los mismos tejanos que usaba a los veinte años, luce la misma melena, y su rostro parece el de un adolescente. Derrocha una vitalidad asombrosa, brinca entusiasmado, dirige a su banda, bromea y cuenta divertidas anécdotas al público, y transmite energía por cada poro de su piel, abrazado a su bajo Höfner 500/1 para zurdos que él ha hecho célebre –hasta el punto en que se le conoce como Beatle Bass o Cavern Bass, en referencia al club de Liverpool– y que no cambiaría por todo el oro del mundo.
Pero nada de etso explica qué le lleva a seguir al pie del cañón, año tras año, sin renunciar a grabaciones y giras. Tras el Got Back Tour USA, y sin mediar descanso alguno, Paul regresó a Inglaterra a fin de encabezar, el sábado 26 de junio, el programa del clásico y multitudinario Festival de verano de Glastonbury, por el que siente un afecto muy especial, junto a artistas tan aclamados como Billie Eilish, Ziggy Marley, Robert Plant –otro incombustible que se resiste a ser enterrado– cantando a dúo con Alison Kraus, Primal Scream, o Noel Gallagher, guitarrista de Oasis, entre muchos otros.
Tan frenética actividad no puede obedecer a asuntos de ego, dinero o éxito, porque McCartney es en sí mismo el non plus ultra de la gloria artística. El ex-Beatle lleva más de 100.000.000 –y lo consigno en cifras por la contundencia numérica– de ejemplares vendidos de sus discos; ha recibido 60 Discos de Oro y Platino; es autor, o coautor, de 32 números uno en las listas de Billboard; son incontables sus colaboraciones con grandes artistas, Stevie Wonder, Michael Jackson, Rihanna y Kanye West; sólo su discografía de estudio comprende, desde 1970 a 2020, 27 álbumes, sin contar rarezas, recopilatorios, ediciones especiales o grabaciones en directo; ha sido inducido en dos ocasiones en el Rock & Roll Hall of Fame; atesora 21 Premios Grammy, y es considerado universalmente el undécimo mejor cantante de todos los tiempos, y el número uno en la lista de los cien grandes artistas de la historia, y el número dos, sólo superado por Dylan, en el ranking de los cien compositores más grandes de la música contemporánea. Para colmo hasta un planeta menor, descubierto en 1983, fue bautizado con su apellido. A Paul sólo le resta que Zeus le invite a unas copas en el Olimpo.
La única explicación plausible a su enconado empeño de continuar en la brecha, y a una carrera tan asombrosa, dilatada y prolífica, cuyo fin aún no se perfila en el horizonte, es que a Paul, aquel adolescente que se dormía con la oreja pegada a un pequeño transistor escuchando el rock & roll que emitía Radio Luxemburgo, aquel jovencito que aprendió a tocar con una guitarra acústica Framus de 15 libras, y que se pasaba las tardes canturreando en el patio trasero de su casa familiar, la música lo atrapó como un veneno, dulce y poderoso, como una droga sin la cual la vida se hace insoportable. Vivir sin una melodía en la cabeza y un verso en el corazón carece de sentido.
Por eso, tras cerrar sus shows con el obligatorio The End de Abbey Road, se despide con un jovial See you next time… soon! Este verano, de confirmarse el rumor que la prensa inglesa ha filtrado en los últimos meses, McCartney, tesoro nacional viviente, condecorado en su día como Miembro del Imperio Británico, podría recibir de la Reina Isabel II el título de Lord –que solo se ha concedido a eminencias como Benjamin Britten, Yehudi Menuhin o Andrew Lloyd Webber– en reconocimiento a su inmenso e impagable servicio al país y a la cultura británica. Tenemos Paul para rato.
GUÍA DE DISCOS IMPRESCINDIBLES
Ram (1971)
Si tuviera que quedarme con un único álbum de la extensa discografía de Paul McCartney optaría por Ram, su segundo trabajo. Este disco permite acercarse al músico de una forma natural, sin artificios, sin exceso de arreglos y producción. Él mismo lo define como su disco más hippie, y lo cierto es que debería ser la biblia, el ABC, de la música indie actual. Voz, guitarras acústicas, percusión y algún teclado, aquí y allá; tratamiento minimalista y melodías encantadoras; belleza desnuda cincelada junto a la chimenea de su casa en Escocia, junto a Linda McCartney, y con los críos dando la lata corriendo de aquí para allá. Parece, pese a su perfecto acabado, calidad y brillo, un work in progress... ¿Para qué añadir nada más, si ya es una delicia?
Band on The Run (1973)
El quinto álbum de Paul, tercero con The Wings, es el disco más icónico de su extensa discografía; tan perfecto, redondo e insuperable en la carrera en solitario del ex-Beatle como Rumours lo fue para Fleetwood Mac, Hotel California para The Eagles o Dark Side of the Moon para Pink Floyd. Compuesto y grabado a caballo entre Escocia y los estudios EMI en Laos (Nigeria) catapultó a McCartney al estrellato, siendo un hit masivo a nivel planetario. Producción de lujo, temas insuperables, calidad y comercialidad a raudales. Un clásico imbatible del pop-rock mundial. Y con Ginger Baker de Cream creando la base de percusión en el tema Picasso's Last Words con una vieja lata. Una genialidad.
Venus and Mars (1975)
El éxito y la euforia de Band on The Run halló continuidad en Venus and Mars. Existe disparidad de criterio a la hora de decidir si este LP debe ocupar una tercera o una quinta, o acaso una sexta posición en la discografía de Paul en cuanto a excelencia. Es un trabajo perfecto, soberbio en composición, arreglos y producción. Puro lujo. Junto al formidable clásico Listen to What the Man Said es imposible no engancharse a canciones como Magneto and Titanium Man, Rock Show. Treat Her Gently – Lonely Old People o la trepidante Letting Go. En su día arrasó en todos los mercados.
Tug of War (1982)
La prensa musical, sobre todo los críticos británicos, siempre han mostrado cierta inclemencia a la hora de valorar el trabajo de McCartney. Al mejor siempre se le exige lo mejor. Y al haber tantos referentes de excelencia en su discografía, y tantos gustos como colores contiene la carta cromática, rara vez se ponen de acuerdo. No es el caso de su LP de 1982, aclamado por unanimidad como lo mejor que había salido de sus manos desde The Beatles. Disco en solitario de Paul, ya sin The Wings, incluye dos duetos, con Stevie Wonder –el archiconocido Ebony and Ivory– y uno con el gran Carl Perkins. La entrada del disco es sencillamente insuperable. Y el nivel se mantiene sin altibajos con clásicos como Ballroom Dancing, Wonderlust, The Pound is Sinking o Somebody Who Cares. Un diez.
Flaming Pie (1997)
Es uno de los álbumes que en su día pasó bastante inadvertido para muchos de sus fans y que sin embargo, por derecho propio y calidad, puede figurar entre sus mejores logros. El marco mental que propició el disco se debe a que McCartney había pasado muchos meses trabajando en el proyecto The Beatles Anthology (3 discos, un documental y un libro), hecho que le obligó a zambullirse una vez más en el universo melódico de The Beatles. Un regreso en toda regla a la fuente original. De ahí que la reminiscencia beatle aflore en muchos momentos. El trabajo contó con la decisiva aportación de Jeff Lynne como productor (Electric Light Orchestra); George Martin, arreglos orquestales; y muchos artistas invitados –entre ellos Ringo Starr y Steve Miller–, y fue horneado a fuego lento a lo largo de dos años. No dejen de escucharlo porque es excelente.
Chaos and Creation in the Backyard (2005)
El magnífico resultado de combinar la madurez como compositor junto a la mirada exigente, como productor, de Nigel Godrich (Radiohead, Beck); nombre sugerido como idóneo para ponerse al frente del trabajo por el propio George Martin. Nigel descartó buena parte del material de McCartney, sin permitirle rechistar en exceso, seleccionando el contenido en base a un máximo común denominador: canciones reflexivas, intimistas, incluso melancólicas, acústicas, en las que aflora la herencia de The Beatles, y una atmósfera tremendamente británica –English Tea, Too Much Rain. Un álbum para escuchar en loop cien veces y desear más. Inagotable.
Egypt Station (2018)
Con una producción brillante, dinámica y muy actual, a cargo de Greg Kurstin y Ryan Tedder (vocalista de One Republic), es casi un experimento, un ensueño construido alrededor de 16 sólidos temas –dos de ellos instrumentales, inaugurando y clausurando el disco–en los que McCartney demuestra madurez y veteranía, como compositor y músico, abordando prácticamente todos los estilos y géneros musicales, desde el pop rock de atmósfera country de Happy with You, al rock más vigoroso (Who Cares), las baladas de corte acústico (Confidante, Hand in Hand), la electrónica pop (Back in Brazil) y su innata capacidad a la hora de crear hits instantáneos (Fuh You). Para escuchar en un largo viaje en coche sin cambiar de disco.