Ultravox
El inglés John Foxx fundó en 1976 la banda, con la que grabó tres discos excelentes que, lamentablemente, pasaron bastante desapercibidos
2 agosto, 2021 00:00A medio camino entre Roxy Music y Kraftwerk, el inglés John Foxx (nacido Dennis Leigh en Chorley, Lancashire, en 1948) fundó en 1976 el grupo Ultravox, con el que grabó tres discos excelentes que, lamentablemente, pasaron bastante desapercibidos. En plena explosión del punk de tres acordes, el señor Foxx tuvo la humorada de descolgarse con un producto deliberadamente intelectual y artístico que no encontró su público en aquel momento, aunque el paso del tiempo se ha encargado de reivindicar las peculiares propuestas musicales contenidas en los álbumes: Ultravox!, Ha! Ha! Ha! (ambos de 1977) y Systems of romance (1978). Cuando Foxx, cabreado con el resto del grupo y viendo que su pop metálico-melancólico acelerado no le llevaba a ninguna parte, económicamente hablando, abandonó a sus compañeros para iniciar una carrera centrada en la electrónica que sigue a día de hoy, Ultravox fichó en su lugar a Midge Ure, una de esas personas que sirven para un barrido y para un fregado (ya le había fabricado al esnob de Steve Strange, que en paz descanse, el primer disco de su grupo Visage) y que, durante un tiempo, convirtió a una banda incomprendida en una propuesta exitosa. Lo logró con una canción francamente majestuosa, Vienna, y un álbum homónimo que en 1980 alcanzó unas ventas notables (sobre todo, en comparación con la respuesta popular a la propuesta previa del señor Foxx).
Más resultón que profundo y/o relevante, Vienna es el disco por el que todo el mundo recuerda a Ultravox. Los tres anteriores fueron lo que se suele describir como arrojar margaritas a los cerdos, pese a que la influencia de la electrónica germánica, del primer Bryan Ferry, del Bowie de su etapa berlinesa y hasta del punk había generado una serie de canciones espléndidas capaces de alternar la violencia sonora con la lírica melancólica de manera ejemplar. Su segundo disco, Ha! Ha!Ha!, no tenía desperdicio de principio a fin, y puedo probarlo con mi propio ejemplar, rayado a base de escucharlo a diario durante semanas. Por aquella época, uno aún practicaba el proselitismo musical y les daba la chapa a los amigos con sus descubrimientos –ahora soy un oyente hosco que se guarda sus epifanías para sí mismo: mis amigos han dejado de escuchar música pop o se dedican a revisar sus viejos vinilos cuando no los ve nadie–, pero creo recordar que no tuve ningún éxito con mi campaña de promoción de Ultravox. Algunos los descubrieron con Vienna, pero nunca manifestaron el menor interés por escuchar el material de la era Foxx. Le reconozco a Midge Ure, eso sí, un ojo notable para la taquilla: tomó las riendas de un grupo ya existente, redondeó un poco sus aristas musicales, le aplicó un tratamiento entre romántico y pomposo y, ¡bingo!, a escalar las listas de éxitos.
Mientras tanto, John Foxx se lanzó a una carrera en solitario con el hermético y minimalista Metamatic (1980), al que siguió el más melódico The garden (1981), que incluía uno de sus temas más bellos y melancólicos, In Europe after the rain, en la línea de aquel tema ejemplar que fue Hiroshima mon amour, incluido en su segundo y magistral álbum con Ultravox. Tampoco le acompañaron las ventas y la popularidad en sus andanzas en solitario, y tras otros tres discos que, recurriendo a un criterio amplio, podían definirse como pop, se lanzó a una electrónica más radical –solo o en compañía de Louis Gordon– que sigue practicando en la actualidad, convertido a los 73 años en un clásico de sí mismo, en una especie de artista único, contumaz y ya ajeno a la posibilidad del éxito masivo que acariciaba cuando fundó Ultravox.
No sé qué ha sido de Midge Ure, pero la verdad es que tampoco me importa mucho. Hay que reconocerle una notable habilidad como fixer o Señor Lobo del rock, pero lo suyo nunca pasó de una artesanía eficaz y un pelín tramposa que no le permite figurar en mi particular santoral pop junto al señor Foxx, con el que tuve la oportunidad de conversar en un par de ocasiones y que siempre me ha parecido un tipo muy interesante que, simplemente, nunca ha acabado de encontrar a su público: ahora le siguen unos cuantos bichos raros de diferentes países que tienen algo de secta obsesiva, pero absolutamente inofensiva.