Mark Lanegan, el diablo en el cuerpo
Lanegan ha controlado los demonios interiores con discos como 'Straight songs of sorrow', una muestra de madurez de alguien implacable con todo el mundo, incluido él mismo
9 septiembre, 2020 00:00Siempre pensé que si algún día Dios se decidía a dirigirnos la palabra lo haría en inglés y con la voz de Johnny Cash (no sé a qué se debe, pero el dios de los protestantes es como más severo e imponente que el de los católicos). Cuando se murió Johnny Cash, me puse a buscar otra voz que atizara en mí el temor de Dios y afortunadamente no tardé en mucho en encontrarla: su propietario atendía por Mark Lanegan (Ellensburg, Washington, 1964) y se ha convertido en uno de mis cantantes de referencia desde que lo descubrí, algo tarde, gracias a los tres sensacionales discos que grabó a medias con la británica Isobel Campbell a lo largo de la primera década de este desgraciado siglo XXI. De ahí pasé a sus discos en solitario, y el hombre se fue convirtiendo en una presencia habitual y bienvenida en mi existencia, que alegraba a su peculiar manera, cual predicador que ha pasado una larga temporada en el infierno y, tras conseguir escapar de él, se ha propuesto alertar a quien le escucha de lo que le espera si opta por seguir su mal ejemplo.
La voz de Lanegan puede ser dulce y lenitiva, como la de Nick Drake, o amenazante y árida, como la de Johnny Cash, aunque también puede sonar a veces como la sierra mecánica de Leatherface, el siniestro asesino majareta de La matanza de Texas. Nuestro hombre se ha hecho notar recientemente con una doble oferta, un disco excelente (Straight songs of sorrow, título en la línea del tremebundo Tragic songs of life de los Louvin Brothers, la alegría de la huerta del country & western) y unas memorias tituladas, ¡venga alegría, Mark!, Sing backwards and weep. Publicar a la vez dos productos con títulos como Puras canciones de dolor y Canta al revés y llora es algo que no está al alcance de cualquiera, y conseguir que alguien los compre tiene aún mucho más mérito. Yo he pasado los últimos días alternando la escucha de uno con la lectura del otro, en lo que puede describirse como una inmersión total en el universo Lanegan, y la verdad es que me lo he pasado muy bien. El disco es de lo mejor que le he oído hasta ahora (a destacar canciones como This game of love, Skeleton key o la que abre el álbum, la estremecedora I wouldn´t want to say) y el libro, escrito sin la ayuda de nadie, es una excelente autobiografía de un tipo sin estudios que hizo todo lo posible para reventar antes de los treinta, cediendo a todos los vicios y tentaciones habidos y por haber desde la más temprana edad: a los 14 años, el señor Lanegan ya era un alcohólico, un drogadicto y un delincuente que se pasaba la vida entrando y saliendo de reformatorios y celdas rurales.
Un pequeño milagro
Lou Reed decía en una canción que había salvado la vida gracias al rock and roll. Mark Lanegan podría suscribir dicha afirmación. Sin saber hacer la o con un canuto y sin dinero ni ganas para ir a la universidad, se encontró ejerciendo de cantante del grupo Screaming Trees, que gozó de cierta fama en la era grunge, aunque él mismo reconoce en su libro que eran una birria y que el líder y principal compositor era un imbécil al que le hubiera partido la cara muy a gusto. Algunos críticos anglosajones --el texto no tiene aún traducción al español-- han acusado a Lanegan de poner verde a todo el mundo en sus memorias --desde luego, la compasión no es una de sus virtudes y no porque se la guarde toda para sí--, pero también es verdad que él mismo es el primero en aparecer como un desgraciado, un jeta, un sablista, un drogadicto impresentable y un buscavidas capaz de cualquier cosa con tal de dejar atrás el villorrio asqueroso en que lo parieron (su madre lo trató a patadas hasta que se divorció de su padre, momento en el que dejó de verle para siempre). El modo en que se presenta en su relación con el líder de Nirvana, el difunto Kurt Cobain, al que sablea sin tasa y de cuya amistad y confianza abusa hasta decir basta, es mucho más cruel que la más despiadada descripción ajena que pueda encontrarse en el texto. La crónica de su etapa como homeless enganchado a las drogas también es de abrigo.
Estamos ante el libro de alguien que echa un vistazo a su existencia desde la serenidad y la sobriedad de la que goza desde hace algunos años, alguien que no nos quiere ahorrar nada de lo que no se quiso ahorrar él mismo. Que Mark Lanegan esté vivo y, más o menos, en buen estado es un pequeño milagro. Que sea capaz de sacar discos tan brillantes como Straight songs of sorrow es una muestra de lo bien que ha madurado tras conseguir controlar los demonios interiores que dirigieron su vida desde la infancia. Y que pueda escribir un libro tan duro (y, en cierta medida, con tanta capacidad de redención) como Song backwards and weep confirma que a veces, solo a veces, esa teoría de que tu universidad ha sido la vida se ajusta perfectamente a la realidad.