'Homenot' Burt Bacharach / FARRUQO

'Homenot' Burt Bacharach / FARRUQO

Música

Burt Bacharach, 'made in America'

El compositor norteamericano, autor de un sinfín de canciones para otros artistas, desde Marlene Dietrich a Dionne Warwick o Aretha Franklin, encarnó el pálpito sentimental de toda una época

14 febrero, 2023 19:30

Hubo un tiempo en que, nada más subirse a cualquier escenario, Marlene Dietrich pronunciaba estas palabras: “Me gustaría que conocieran a este hombre. Es mi arreglista, mi acompañante, es mi director y desearía decir que es mi compositor, pero no es verdad. Él es el compositor de todos... ¡Burt Bacharach!”. El músico la conoció como sustituto de un arreglista que no pudo acompañar a la actriz y cantante alemana a una actuación en Las Vegas. Fue amor a primera vista. Dietrich y Bacharach compaginaron de entrada: atravesaron el fin de los años 50 y los primeros 60 entre actuaciones y viajes, hasta que apareció Hal David, el letrista con el que el compositor firmaría sus temas más representativos. En aquella sexta década prodigiosa del, Bacharach se impuso como la hicieron Bob Dylan, los Stones o los Beatles, pero ocupando la zona sombreada de los compositores, sin el clamor popular de los músicos sobre el escenario.

Bacharach y Davis interrumpieron los bolos y giras para instalarse en una diminuta oficina del mítico edificio del Brill Building de Broadway, a trabajar ambos como posesos hasta componer piezas como The story of my life, para Marty Robbins o el Magic Moments, de Perry Como, unos hits de los que salieron millones de copias. Fue un momento único en el que se demostró, una vez más, que la auténtica creatividad solo se da en un estado de inocencia; y la inocencia, una vez perdida, no puede recuperarse.

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Eran conscientes de no poder dar más de sí, hasta que ambos descubrieron la voz elegante de Dionne Warwick, una corista de los Drifters, capaz de alcanzar con su voz el clima del easy listening  que mejor le iba a los temas amorosos, que uno recuerda con el corazón alborozado. En aquel momento empezó a funcionar su auténtico estilo. Bacharach encontró esa mezcla de melodía, jazz y bossa nova que le convirtió en único, gracias en parte a los registros estructurados de Warwik, capaz de acoplar su tono sofisticado a la melodía sinfónica.

Digamos que Bacharach encontró un suelo donde arraigar, como lo habían hecho Brahms o Verdi al arrancar en la música religiosa para darle un renovado vigor nacional. La comparación concierne a los músicos. Los más excelsos clásicos, como Bach o Beethoven, anclaron su condición alemana para hacerse internacionales y, junto a otros innovadores posteriores, como Debussy o Chaikovski, hallaron su condición de europeos. El caso es que con Bacharach ocurre precisamente el mismo, pero con el sello americano. Él ha sido el mezclador del pop, una cultura del siglo XX, marcada por las aventuras procedentes del romanticismo orquestal, las raíces negras del jazz, el folclore primigenio de la samba y las explosiones vertiginosas del rock and roll.

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Con la incorporación de Warwick, el trío no paró de componer, arreglar y retocar. La densa producción de Bacharach viene de aquellos días en los que los tres se mantenían atentos hasta altas horas de la madrugada, cuando el compositor y pianista regresaba escrupulosamente a Long Island, para estar con su familia. Desde los altos de Broadway, salieron más de ochenta temas que hoy se siguen deletreando por todo el planeta; el músico nacido en Kansas vivía pegado a su piano entre altavoces y paredes finas, como aislado del mundo mientras sus temas brillaban en lo musical y batían récords de ventas. Empezando por Closet o you para Richard Chambelain y por Walk on by y Anyone who, ambas  dos esencias del recorrido de  Dionne Warwick; y de otras como Raindrops keep falling on my head, interpretado por BJ Thomas o The look of love insertada con enorme éxito en la cinta paródica Casino Royal, basada en la novela Ian Fleming sobre James Bond, el agente 007.

El éxito comercial no le hizo famoso ni entonces ni más tarde, cuando su música triunfó en las composiciones de Neil Diamond, Sonny Bono, Phil Spector o Carole King, entre otros, ocupando los listones más altos de la difusión. Sintetizó su creación hasta el punto en que apenas tres de sus acordes bastaban para identificarle; hubiese sido un maestro de la música atonal, pero se le cruzó por delante la cultura contemporánea, producto de la fusión de géneros. El pasado miércoles 8 de febrero, Burt Bacharach falleció en su casa de Los Ángeles, a pocas semanas de celebrar su 95 cumpleaños.

Había nacido el 12 de mayo de 1928 en Kansas City, aunque su familia se trasladó a Nueva York, donde estudió violonchelo y piano. Ya de muy joven se incrustó en el jazz de Manhattan y perdió la cabeza por saxofonistas, como Charlie Parker, culpable de sus noches en vela en los clubs nocturnos donde germinaba la música popular; se sumergió en la noche lisérgica del virtuosismo, pero nunca se entregó al exceso, ni se apartó de su signo personal, marcado por el toque aseado y vanguardista.Los grandes del jazz lo reconocieron especialmente a partir de su colaboración en un álbum monográfico de Stan Getz. Los que por un enconado populismo no quisieron aceptar al Bacharach elegante de sus mejores años acabaron rindiéndose ante él, al final de los 90, cuando compartió el Painted fron memory junto a Elvis Costello.

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Llegó por fin su reconocimiento sin fisuras entre el público entendido, como un autor enorme en centenares de partituras. Siempre se dio por sobreentendida su concomitancia con las big bands de Lionel Hampton, Duke Ellington o  Earl Hines y con las orquestas blancas de Bob Crosby o Charlie Barnet, entre otros. Ha sido uno de los compositores cuyo nombre figura en letras de molde en el mundo de las bandas sonoras del cine, que han convertido a películas mediocres en obras de arte para la posteridad. ¿Alguien se imagina un mundo sin Ennio Morricone, germen atmosférico de Quentin Tarantino? Steven Spielberg no hubiese llegado sin banda a la dramatización de Tiburón ni al blanco y negro irrepetible de La lista de Schindler. Bacharach compuso al piano temas para los más grandes:The Beatles, Barbra Streisand, Aretha Franklin o Tom Jones, entre otros muchos. Desde entonces, siempre resulta fácil para el oído humano entrar en el álgebra de sus canciones.

La sociedad del arte le devolvió a Bacharach su esfuerzo por mantenerse fiel a la música de calidad. Obtuvo seis premios Grammy, dos Globos de Oro, un BAFTA y un Emmy. La banda sonora de Dos hombres y un destino (George Roy Hill) le proporcionó su primer Oscar. Alcanzó dos estatuillas más por canciones como Raindrops keep fallin on my head, en la misma célebre película de Paul Newman y Robert Redford y por Best that you can do, en la cinta Arthur, el soltero de oro (Jason Winer).

Bacharach ha sido dueño y señor de su indisoluble atmósfera. La materia de su música es anterior a cualquiera de sus partituras. Él ha vivido estigmatizado, como el maestro de la canción triste más allá del imperio del blues. Su aspecto de hombre refinado ha hablado por sus temas del mismo modo en que Mozart fue considerado un eterno rococó por su constante risa y su forma de vestir. Su personalidad ha precedido a su música desde los años de Broadway.

El músico se impuso al utilizar la combinación de armonía, sonido orquestal y melodía sin fin, pero adaptada a la exigencia del moderno guion. Vivió su arte al dictado del manierismo en el escenario y también en el foso de la orquesta; todo ello sin apabullar a un público más versado en la memoria sentimental que en la furia. Y sobre todo sin alcanzar la popularidad de tantos otros. Su música era identificada al momento, pero no su autoría, otro contrasentido de una sociedad mitómana.