Portada del libro de fotografía punk de Salvador Costa / TWITTER

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Música

Salvador y los punks

El primer libro sobre el punk británico de finales de los 70 no se lo debemos a un fotógrafo inglés o norteamericano, sino al barcelonés Salvador Costa (1948 – 2008)

16 noviembre, 2020 00:00

Aunque el dato no figura prácticamente en ningún sitio, el primer libro sobre el punk británico de finales de los 70 no se lo debemos a un fotógrafo inglés o norteamericano, sino al barcelonés Salvador Costa (1948 – 2008), quien se cascó en el tiempo récord de tres noches las imágenes de su aproximación visual a un fenómeno socio-musical recién nacido y que, aunque efímero, se revelaría fundamental para devolver al rock a sus orígenes, como había hecho el glam a su manera a principios de la década de los setenta, pero sin la necesidad de dominar ningún instrumento. Según Malcolm McLaren, mánager de los Sex Pistols, para crear un grupo punk te bastaba con “cuatro tíos que no supieran tocar ni cantar y que se odiaran mutuamente”.

A Salvador le pilló el estallido del punk en Londres, donde pasaba una temporada en casa de su primo segundo Jordi Valls, a quien el nuevo movimiento dejó sobrado de cuajo para convertirse, sin saber cantar, tocar ni componer, en el artista de música industrial conocido como Vagina Dentata Organ. Destetado en el estudio de Oriol Maspons, Salvador se fue a Londres a pasar unos buenos ratos con su primo y sin ningún plan artístico en la cabeza y se topó con la explosión sonora protagonizada por los Sex Pistols y los Clash. Jordi se lo llevaba de bares y conciertos cada noche y nuestro hombre, cámara al hombro, se encargó de inmortalizar lo que veía. Aunque retrató a Johnny Rotten, a los Stranglers o a los Jam, prefirió centrarse en el público, cuyas pintas eran de lo más fotogénico y novedoso. En solo tres noches de 1977 que se presumen moviditas, el amigo Costa reunió material suficiente para un libro que le acabó editando ese mismo año Juan José Fernández, mi jefe en la revista Star, flipando, como todos, ante la evidencia de que el primer libro en plasmar la aventura punk fuese obra de un tío de nuestra propia ciudad.

Conocí a Salvador en esa época y, aunque no lo traté en exceso, lo recuerdo como un tipo muy simpático que compartía con los del Star el amor al rock y la curiosidad por sus nuevas (y siempre en evolución) formas. Pese a su carácter visionario, el libro no fue un éxito de ventas, aunque ahora creo que se pagan auténticas fortunas por él: en su momento, Salvador se los enviaba de veinte en veinte a su primo en Londres y a éste se los quitaban de las manos en la librería donde los dejaba. Una ciudad normal hace años que habría montado una exposición con el material del libro y lo hubiera reeditado a modo de catálogo, pero nadie ha dicho que Barcelona sea una ciudad normal, y mucho menos desde que cayó, como toda la comunidad, en manos del nacionalismo. Puede que en Madrid celebren a fotógrafos como Alberto García Alix y Miguel Trillo, pero aquí hemos pasado del pobre Salvador como de la peste. Me tienta la posibilidad de ejercer de comisario de arte y lanzarme a encontrar un lugar donde las imágenes de Salvador se muestren como se merecen, pero aún recuerdo mis intentos fallidos de montar una exposición sobre el underground barcelonés de la Transición y cómo se me torearon destacados capataces de la cultura oficial y se me quitan las ganas. Total, aún conservo mi ejemplar de Punk y puedo hojearlo cuando me venga en gana.

Entre el 78 y el 82, Salvador se convirtió en el fotógrafo de cabecera de La Banda Trapera del Río, el único grupo realmente punk que ha dado la ciudad satélite de Cornellà y, si me apuran, toda España. Solíamos cruzarnos en los conciertos y juraría que era el único miembro de la audiencia que siempre conservaba la sobriedad: si bebía y se drogaba, como todo el mundo, lo disimulaba a la perfección. Luego nos fuimos perdiendo de vista y solo sabía de él por lo que me contaba Juanjo Fernández. Creo que fue él quien me informó de que sufría una enfermedad neurodegenerativa que se lo acabaría llevando al otro barrio hace doce años. El hombre adecuado en el momento preciso, Salvador supo reconocer lo que tenía delante y lo plasmó para la
eternidad.

Debería aparcar la galbana y ponerme a montarle esa exposición. Se la debemos los chicos de la Transición, aunque ahora nos hayamos convertido para algunos en los siniestros representantes del ominoso régimen del 78.

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