Democracias

Memoria pragmática, moral difusa

16 noviembre, 2020 00:00

Los psicólogos denominan memoria selectiva a la facultad que tiene el cerebro –es decir, nosotros– para clasificar las emociones en dos grandes categorías: las que nos gustan y aquellas que directamente nos repugnan. Así, recordamos lo que nos hizo felices y olvidamos todo lo que en un momento dado nos hirió. A primera vista, parece un prodigio: poseemos un sistema de autodefensa frente a las contrariedades de la vida, pero también cabe considerarlo un diabólico mecanismo emocional para conseguir justo lo contrario: controlar determinadas sensaciones e impedir que la conciencia nos impulse a hacer lo que racionalmente debemos, sustituyendo lo que Kant denominaba el imperativo categórico por su antagonista: el capricho.

En política funciona justamente con esta lógica: la primera condición para prescindir de la moral –un fardo cultural excesivamente pesado, a juicio de parte de nuestros gobernantes– es ignorarla. Como resulta difícil, porque la educación nos condiciona, cabe una segunda opción: manipular la conciencia para que funcione de forma reversible, difusa, y nos permita, sin apuros, decir un día una cosa, negarla más tarde y hacer lo contrario de lo que predicamos. Que esta impostura se haya convertido en el eje único de la política en España alumbra mucho sobre el grado de deterioro de una democracia que en realidad nunca ha sido tal. Sólo una aproximación a un modelo que no se ha llegado a consumar. Sería demasiado peligroso para unos y otros, en especial en el caso de quienes nos arrastran a todos a la polarización del pretérito, resucitada por intereses partidarios

Que nos gobierna gente mediocre, ya lo sabíamos. No parece sin embargo que recordemos con idéntica intensidad que la mediocridad puede llegar a ser un peligro público y que, según demuestra la Historia, trae ruina y muerte allí donde se instala. Mientras España se desangra por el efecto combinado de la pandemia del coronavirus y la crisis económica, la coalición PSOE-UP saca adelante sus primeros presupuestos –hasta ahora vivíamos en la era Montoro– con el elocuente apoyo de los independentistas de ERC, cuyos líderes están en prisión o huidos de la justicia, y los abertzales de EH-Bildu, marca blanca de los herederos de ETA, a los que el secretario de Organización del PSOE considera gente “responsable”.

La derecha grita escándalo y algunos socialistas a la antigua usanza –que en buena medida son también responsables del mal del populismo, al haber convertirdo la concordia del 78 en un teatrillo– se ponen dignos, aunque de esta posición no vaya a derivarse más que una discretísima queja retórica, por supuesto sin mayores consecuencias. Podemos, cuyo proyecto político conduce al abismo, celebra su condición de bisagra entre quienes desean “tumbar el régimen”, como ya anuncian los herederos del terrorismo vasco, y aquellos que, es el caso de Sánchez I, creen que zarandear a los muertos de la Guerra Civil es más rentable electoralmente que acordarse de los casi mil asesinados en nombre de Euskal-Herria. 

La memoria democrática –el viejo trampantojo que los socialistas agitan cíclicamente para camuflar su falta de moral política– muta en memoria pragmática, olvidándose de repente de unas víctimas (entre ellas, notables militantes de su propia causa) y apropiándose de otras. Instrumentalizan  a unos difuntos (lejanos) y prescinden de otros (recientes). No sabemos muy bien cómo deberíamos denominar semejante actitud sin descalificar a los actores de semejante farsa, pero de lo que estamos seguros es de que no se trata de realpolitik. Es arribismo

El PSOE de Sánchez ha llegado a la conclusión (enfática) de que, para persistir en el poder, es lícito pagar cualquier precio. Prefiere fingir que sufre un Alzheimer súbito a reconocer que entre reformar la deficiente democracia española o destruirla por la vía de los hechos consumados –entre otras cosas, borrando los vínculos entre Cataluña, Euskadi y el resto del país– han eligido la segunda opción.

La memoria pragmática, en el fondo, es como el efecto placebo: no cura ninguna excrecencia moral pero permite al enfermo pensar que está salvándose. Un absoluto espejismo. PSOE, Podemos y los independentistas no van a derribar ningún régimen porque hace tiempo que no existe ninguno. Una democracia sin moral no es tal. Por tanto, perecerán al mismo tiempo que se extingue el cuerpo (político) en el que habitan. Las enfermedades terminales aniquilan al individuo que las acoge, pero, al hacerlo, también se suicidan.