Superada la incógnita del innombrable antipático pato estadounidense, de cuyo nombre ya casi nadie en el mundo se quiere acordar, volveré a lo que más me interesa: la política nacional.
La escritora Elvira Lindo, que colabora semanalmente los fines de semana en el diario El País, redactó en la contraportada de dicho diario un artículo titulado El Cerdo que me ha llevado a la reflexión. Esta madrileña lamentaba que “vivimos acostumbrados a escuchar el nombre de nuestra ciudad con desprecio”.
Y tiene razón: observen el tono en que habitualmente se acompaña a la palabra "Madrid" en el lenguaje corriente, y muy especialmente en los medios nacionalistas. Nueve de cada diez veces es con carácter despectivo. Hay articulistas con los que es imposible encontrarles el uso de esa palabra ni siquiera en sentido neutro. Las acepciones son mil, pero siempre negativas, y abarcan todas las maldades del género humano: Madrid país vecino. Madrid no nos comprende. Madrid no nos quiere. Madrid es funcionario. Madrid es casposo. Madrid es facha. Madrid sátrapa. Madrid depredador. Madrid zarzuelero. Madrid frívolo. Madrid casquivano. Madrid ajeno. Madrid pelotazo. Madrid artificio. Madrid ruin. Madrid pasado. Madrid fulero. Madrid fulano. Madrid sur. Madrid chulo. Madrid atrasado. Madrid explotador. Madrid ladrón. Madrid caverna. Madrid fósil. Madrid prepotente. Madrid imperialista. Madrid asco. Madrid huraño. Madrid olvido. Puta Madrid. Madrid no te quiero.
No sigo; podría llenar diez páginas y no agotar las palabras, Y claro, con tanto bombardeo nada subliminal, gota malaya, chirimiri que forma parte del discurso patológico del buen nacionalista, es natural que muchos catalanes no avezados en esta cosa tan higiénica como el viajar (Baroja decía que el carlismo se cura leyendo, y el nacionalismo viajando), piensen que en ese lugar del mundo tan dechado de defectos, los catalanes somos vistos con rencor. Como un chico de provincias del que se ríen y bromean porque habla cristiano con otro acento.
Es el complejo de aquel malpensado que cuando no hablan de él se molesta, porque cree que se le ningunea, y si hablan supone que le están criticando.
Lo explico porque el lamento de Elvira Lindo, con la que tuve un carteo privado por este asunto, me hizo recordar la grata impresión que tres jóvenes colegas catalanes extrajeron de Madrid cuando hace poco la visitaron por cuestiones a matacaballo del ocio y del negocio. Nunca habían estado en la capital de España, pero iban con prejuicios adquiridos por este discurso malayo. Se sorprendieron al descubrir a personas amables, extrovertidas, simpáticas y vieron que, siendo catalanes, les trataban bien; no por ser de aquí o de ahí, sino porque ese es el trato que se tiene.
Y la verdad es que tiene su miga porque, como dice Elvira Lindo, están acostumbrados a escuchar el nombre de su ciudad con desprecio.
Este artículo me lo agradeció Elvira Lindo...