Ramón Gómez de la Serna en una terraza de Madrid durante los años treinta

Ramón Gómez de la Serna en una terraza de Madrid durante los años treinta

Letras

El Madrid moderno y castizo de Ramón Gómez de la Serna

El escritor vanguardista inauguró un madrileñismo de nueva planta, sin costumbrismo, que contribuyó a configurar una visión distinta de la capital de España. ¿Ha correspondido su ciudad natal a esta generosa entrega?

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En 1925, hace ahora justo cien años, Ramón Gómez de la Serna publicó su primer libro sobre Madrid: Toda la historia de la Puerta del Sol y otras muchas cosas, en el que el escritor madrileño declaraba su amor por la ciudad y se postulaba como un futuro y peculiar cronista de la Villa y Corte: “…Yo no quiero hacer mérito de mi madrileñismo, porque no tengo ambición torcida y porque tampoco quiero ser esa especie de sereno honorario, que es el cronista un poco oficial de Madrid. Yo quiero vivir, en el apartamiento y al margen de lo profesional y de lo oficial, el amor por esta ciudad donde nací” ('Preámbulo'). Por tanto, aprovecho la efeméride, que nos pasaporta a revisar la relación de Ramón con su ciudad desde la atalaya redonda del centenario.

El título de la pieza se lo tomo prestado a Maruja Mallo. Lo encontré en unas notas dactilografiadas de la artista gallega en los años setenta con el fin de escribir un artículo sobre Ramón para Revista de Occidente. Estaban expuestas en una vitrina de la retrospectiva de la pintora, que el centro Botín de Santander acaba de clausurar, y que se podrá ver este otoño en el Museo Reina Sofía de Madrid. Ramón y Maruja, amigos y coetáneos, comparten una visión similar sobre la ciudad de Madrid, porque ambos la entienden como una síntesis, en la que se dan cita la tradición, el arte popular y la modernidad.

Ramón Gómez de la Serna (1928)

Ramón Gómez de la Serna (1928)

Con estos mimbres articularon una suerte de vanguardia castiza y moderna, pero sin perder el carácter de lo propio, que encontramos también en los grandes creadores y artistas españoles del siglo XX: de Picasso a Buñuel, por poner solo dos ejemplos señeros de lo que digo. Véanse, a manera de ejemplo, el óleo de Maruja Mallo La verbena (1927), así como la participación de Ramón en el documental Esencia de verbena (1930), de Ernesto Giménez Caballero. Y, por supuesto, léase El Rastro, un libro sobre esa parcela idiosincrática de la ciudad, por la que Ramón circula con un ojo puesto en los siglos de Oro y otro en el futuro moderno que solo él vislumbra.

El libro dedicado a la Puerta del Sol es, en realidad, una selección de artículos de los que había publicado en La Tribuna en los años precedentes, pero tenían la suficiente coherencia para publicarse con unidad de libro y no como una simple recopilación. Al no encontrar editor, lo publicaría en las prensas de La Tribuna en “una edición misérrima”, con tipografía, impresión y papel de periódico –Camón Aznar dixit—. Hoy, este humilde cuaderno apaisado de desvaído color anaranjado es una prenda preciada de bibliófilos, y se cotiza cara. Aunque, unos años después, este libro se integraría casi completo en la primera edición de Elucidario de Madrid (1931), conviene recordarlo y valorarlo en sí mismo, porque es el primero en el que se encuentran las razones de mutua dependencia que Ramón (y su obra) va a establecer con la ciudad.

Libro dedicado a la Puerta del Sol

Libro dedicado a la Puerta del Sol

En el prólogo del Elucidario de Madrid, el propio Ramón confesaría que había concursado sin éxito con unos artículos del libro de la Puerta del Sol al premio Mariano de Cavia, y este fracaso le determinaría a no volver a presentarse nunca más a ningún otro premio en su vida. Sin embargo, a pesar de su origen periodístico, es un libro muy trabajado y bien documentado, pero Ramón no posa de historiador ni de erudito. Evita ponerse estupendo y pretencioso, dando rienda suelta a su afecto por esta para destacar todo lo amable de la ciudad, aquello que le da carácter.

Es una casualidad, pero una casualidad significativa. El año 1925 lo va a pasar casi entero en Nápoles en compañía de Carmen de Burgos, después de abandonar, de manera frustrante, el proyecto de vivir en el chalet El Ventanal, que se hicieron construir en Estoril. Para entonces Ramón se considera a sí mismo un “catador de ciudades”, una categoría que él mismo reconsiderará en un ensayo años después, cuando ya no vea la ciudad como un espacio meramente lúdico y de expansión, sino “el sitio de la democracia y el progreso” frente a las ideologías “stalinazistas”, que tratan de secuestrar la libertad ciudadana ('Las ideas y la ciudad', Sur, 1936).

Gómez de la Serna en el Rastro

Gómez de la Serna en el Rastro

Pero estamos todavía en 1925, y encuentra Nápoles la ciudad italiana más entrañable y cercana a su idiosincrasia, con su característico y caótico vitalismo, que a Ramón fascina y plasma en La mujer de ámbar (1926). Sin embargo, la destreza para observar los rincones y recovecos napolitanos le viene de la experiencia para leer e interpretar los madrileños. Ramón volvería alguna vez más a Nápoles, incluso dice haber tenido el proyecto de instalarse en la ciudad por un tiempo, porque allí se le apreciaba y porque su talante sintonizaba con el de la ciudad. Incluso en Automoribundia, escrita entre 1947 y 1948, viviendo en Buenos Aires, reafirma su devoción por la ciudad del Vesubio con una frase que no dejaba lugar a dudas: “Si yo fuese millonario no lo dudaría y, después de toda mi experiencia del mundo, me iría a Nápoles para vivir mis últimos días”. Pero este, como otros deseos frustrados, no lo podría cumplir. Fiel a su querencia madrileña volvería a su ciudad como hizo casi siempre y como hubiera querido hacer regresando del exilio argentino en los años cuarenta.

En el libro Nostalgias de Madrid, escrito en los cincuenta en la Avenida Hipólito Irigoyen de Buenos Aires, su añoranza de Madrid no tiene fin ni consuelo. Cuando se pregunte retóricamente qué tiene su ciudad que no tienen otras ciudades más grandes e importantes, Ramón subraya la capacidad festiva: “Madrid festeja todos los días hace siglos y festejará eternamente, no la belleza de la región ni de sus monumentos, sino el ser geiser vivo del tiempo que le hace centro de los centros en un concentrismo misterioso y arquetipal […]. Lo que más tiene Madrid es estilo –descuidado estilo—, estilo para pasear y para vivir...”. A los ojos de Ramón el estilo de la ciudad está, sin embargo, por dentro e invisible: el estilo de la sencillez y la campechanía. En fin, la observación de Madrid le facultó para apreciar otras ciudades, pero, al cotejarlas con la suya, Madrid siempre saldrá ganadora.

'Elucidario de Madrid'

'Elucidario de Madrid' RENACIMIENTO

La relación literaria de Ramón con Madrid había comenzado antes, al menos en 1915, con El Rastro. Al poner el foco en este mercado callejero de la ciudad, que sintetizaba para Ramón la tradición y la modernidad, fue capaz de resumir la fugacidad barroca junto al simultaneismo vanguardista propio de este reducto madrileñísimo. También en Pombo (1918) y en La sagrada cripta de Pombo (1924), Ramón observa Madrid desde el panóptico de su mesa del café, pegado a la Puerta del Sol, lo que se mueve de interés en el Madrid cultural de esos años. El ciclo madrileño lo cerrará desde el destierro argentino con Nostalgias de Madrid (1956), pero, en realidad, Madrid es omnipresente en la obra de Ramón. La ciudad se siente, como ha dicho Ioana Zlotescu, “continua y subterráneamente palpitante” en la mayoría de su obra, de manera explícita o tácita, en la ficción y en la crónica.

Madrid es el centro de la esfera ramoniana, y el centro del centro es, sin duda alguna, la Puerta del Sol. Ramón se apropia de la famosa plaza y hace de ella su particular fortín, desde donde ver la historia completa de la ciudad, el pasado, el presente y el futuro, al proyectar su mirada lúcida, superadora del ombliguismo chovinista. Parte, por supuesto, del pasado, para ver finalmente Madrid como una ciudad moderna (sin perder su casticismo ni su gracia), al prescindir de la retórica ensimismada del costumbrismo y verla con la levedad de las conexiones y casualidades azarosas, sin énfasis ni premeditación.

Ahora bien, permanecerá siempre vigilante y desconfiado del exceso de modernidad, porque Madrid destaca por “todo aquello  que le da carácter frente al mundo, y no un carácter burdo, violento, salvaje, sino hidalgo, caballeresco, refinado, castizo” ('Preámbulo', Toda la historia de la Puerta del Sol…). Posteriormente, insistiría en esto mismo en 1930, cuando encontrándose en París, al visitar Berlín, detecte los efectos uniformadores y la pérdida de carácter, que pueden producir las consignas urbanísticas modernas en las ciudades. Así recomendará que Madrid preserve “el antiguo color local que le da personalidad” (Luz, 2 enero de 1933).

'Retratos, semblanzas y caricaturias varias'

'Retratos, semblanzas y caricaturias varias' EDICIONES ULISES

Hay en la vida y en la obra de Ramón una serie continua de sucesivos y concéntricos círculos y observatorios, a manera de “burladeros de la hostilidad”, en los que refugiarse y aislarse. Son círculos que le protegen de la zafiedad externa, al tiempo que preservan y fomentan los recursos creativos de la escritura. Los sucesivos despachos, el café Pombo, el Rastro, el circo, los senos o el triángulo hirsuto de las mujeres y la escritura sobre todo son los valladares, no siempre bien entendidos, desde donde Ramón crea y se hace fuerte. Es el torremarfilismo o torreosofía, que Ramón reivindicase toda su vida, particularmente en los años treinta, como rechazo de los totalitarismos varios, comunista, nazi o fascista, que el bautizaría como el stalinazismo.  Pues bien, la Puerta del Sol forma parte de esos defensivos círculos y observatorios ramonianos.

Pero volvamos al comienzo: Ramón era Madrid y Madrid era Ramón. La ciudad encontró en el escritor su valedor literario moderno, que saltó de Mesoneros Romano a la modernidad sin transición. Ramón fue inventor o descubridor del “Madrid mesocrático”, en palabras del Umbral más ramoniano, el del ensayo Ramón y las vanguardias. En Toda la historia de la Puerta del Sol, la plaza que no es plaza ni circular, sino elíptica y barroca por elíptica, constituye el centro de los centros y el círculo que engloba todos los círculos de la ciudad. Ramón integra, resume y hace suyo, como ningún otro escritor, todo lo que Madrid le dio, y lo que él le devolvió a la ciudad: una nueva identidad sin patriotismo, una identidad distendida y abierta, sin énfasis legitimista ni privilegios, en fin, un Madrid compuesto de gentes y cosas humildes y dignas en su humildad.

'Retrato de Gómez de la Serna'

'Retrato de Gómez de la Serna' DIEGO RIVERA

Al contemplar la Puerta del Sol y la ciudad, que la abraza protectora, Ramón no se engaña ni fantasea. Sabe que Madrid no tiene la grandiosidad apabullante de París o Roma ni el enclave privilegiado de Lisboa, pero “las casas, las esquinas, los faroles tienen familiaridad campechana con la gente. La argamasa de la ciudad es afable” –sentencia. Este es el secreto de Madrid que Ramón se propone divulgar. Pero no es fácil de explicar ni de comprender, anota en el prólogo de Elucidario de Madrid, porque “el espíritu de Madrid es paranoico contrastante, o sea que vive del optimismo y de pronto cae en profundos pesimismos”. En fin, “es incomprensible como un gran artista, como lo que tiene algo de genial”.

Reconoce la dificultad que tiene explicar qué es Madrid a sus amigos hispanoamericanos que le visitan en el café Pombo y que admiran París sobre todas las cosas. La versión ramoniana de la ciudad no es complaciente en lo externo, pero destaca lo que de generoso y entrañable se encuentra en su gente: “… es este pueblo sin ambición, con durezas paleontológicas, que solo tiene su vivir al día con la inspiración de la hora, con la amistad del amigo reciente en la mesa de al lado o en la terraza de la casualidad”. Por el contrario, “en París todo el mundo pasa con la mirada fija en lo bajo, problematizado solo por el problema de vivir y el ahorro. En Madrid no se nota la tragedia de la lucha por la vida, ni barrio ruso, ni judío, ni chino”, porque, argumenta Ramón, en España no hay metecos.

'Automoribundia'

'Automoribundia' SUDAMERICANA

Con la Puerta del Sol como referente y símbolo del carácter noctívago de Madrid, Ramón se ratifica en sus convicciones madrileñísimas y en su vitalismo nocturno: “La Puerta del Sol, a las dos y media de la madrugada, está aún brillante, animada, llena de gentes que no quieren entrar en el estado agónico de la cama [...]. Ni en Nápoles, ni en Lisboa, ni en París, hay nada que viva espléndidamente más allá de las diez de la noche. Solo la Puerta del Sol está en vela de alegría hasta las cuatro, hasta las cinco de la madrugada, consolando la noche que es la que necesita más consuelos […]. Mi orgullo de madrileño está en las tres de la mañana de la Puerta del Sol […]. Necesito saber que puedo salir en la alta noche y agarrarme a las faroles en el miedo que adensa la noche”.

Es, concluye Ramón, un compromiso que “exalta la rebeldía frente a la aplastante sombridez que achanta al mundo”. Años más tarde, en 1930, cuando cambie Madrid por París, a raíz del escándalo del flirt con la hija de Carmen de Burgos, escribirá en El Sol ratificando su madrileñismo: “La plaza de la Ópera de París, a las doce de la noche, está solitaria […]. Mi orgullo de madrileño está en las tres de la madrugada en la Puerta del Sol. Vuelvo a acariciar la idea de volver”. Ramón no idealiza la ciudad ni es complaciente con sus carencias, se limita a observar casi siempre bajo el foco del humor y la distensión. En ocasiones la puede ver con un escepticismo  extremo que le hace descreer de ella: “Madrid, escarbador en la anatomía de la vida hasta hallar el esqueleto de la muerte”, escribe en Automoribundia, en el Madrid de aquella época, en la que buscaba cobijo primero en Estoril y luego en Nápoles. 

'Pombo'

'Pombo' EDITORIAL JUVENTUD

Agarrándose al optimismo inconsciente de la gente de la noche, consigue diluir la espesura de las contradicciones que pueblan la ciudad. El carácter y la fuerza misteriosa de esta, que se manifiesta en el vitalismo de la ciudad, está representada por los “vigías de la noche”, agentes portasolinos de “esa alegría ininterrumpida, esa corriente continua de gozo ensamblado, en el que voltejean los días sin el apagamiento de la noche […]. Todo en los días es monótono e idéntico en todas las ciudades. Lo bonito es suplantar a la noche, desobedecer la fatalidad aviesa, no romper el corro, ganar a la inercia su imposición. El estar despiertos es una continuidad solífera que hace a la Puerta del Sol más Puerta del Sol, puerta del Sol de noche”.

En fin, el encanto, la gracia y la listeza de la gente madrileña reside en la asiduidad de la conversación, en el no cerrarse a la vida de la calle y haberle cortado el rabo a la noche.En el poder integrador de tantos y superpuestos círculos que se articulan en la circularidad de la plaza, cabe toda España: “La Puerta del Sol resume por todo, por su abigarramiento y por su greguería, el carácter de España”, porque, como muestra plásticamente la greguería que incluye en las 'Greguerías de la Puerta del Sol', que cierra el libro: “Una pedrada en la Puerta del Sol mueve ondas concéntricas en toda la laguna de España”.

'Madrid'

'Madrid' MÉNDEZ & MOLINA EDITORES

En definitiva, Ramón siente que toda la historia de España pasa por la Puerta del Sol. La plaza acoge lo más alto y digno de recordar junto lo más chusco y extravagante. Narra con sobria eficacia el dos de mayo de 1808, cuando la plaza se convirtió en la partera de la nación española. “El día en que no se sabe por qué se exalta la idea de Madrid para siempre, toma un empaque de ciudad”, y pasa a relatar los conocidos hechos por los que los madrileños se enfrentan en las calles al ejército napoleónico. Junto  a esta hazaña épica, Ramón se deleita en mostrarnos escenas de un casticismo inequívoco, pero de perfil surrealista: “Durante la madrugada se veía cómo las damas alegres dan de comer churros a los caballos de los simones”. También guarda memoria y rinde homenaje a los pícaros, mangantes, estafadores y amigos de lo ajeno, que controlan la plaza de manera permanente y profesional, y les dedica una de sus más logradas greguerías: “Las almas de los sablistas muertos flotan en la Puerta del Sol”.

En este libro Ramón comienza a labrar su prestigio de agudo lector de ciudades y de inventor de nuevos mitos madrileños. Su mirada libre y protosemiótica nos enseña cómo es la ciudad por dentro. Nos la desnuda para volverla a vestir con ropajes imprevistos, que abren vasos comunicantes y simultaneidades entre realidades urbanas que creíamos distantes y desconectadas. Si Madrid fuese nación y los madrileños nacionalistas, como se postulan otras comunidades autonómicas, ¿no debería Ramón ser declarado escritor nacional de Madrid, como lo es Víctor Hugo de Francia, Shakespeare de Inglaterra, Walter Scott de Escocia, Cervantes de España o Josep Pla de Cataluña?

'Ramonismo'

'Ramonismo' CALPE

Dice Umbral que Madrid le debe mucho a sus escritores (Lope, Quevedo, Larra, Mesoneros, etc.). Ellos la han definido y perfilado. Pero fue Ramón el que hizo de Madrid una gran creación, su espacio literario por excelencia, que no existiría sin él. Ramón va a inventar otro Madrid distinto al galdosiano o barojiano, un Madrid castizo sin incurrir en el localismo, pero basándose en él: el Madrid de las clases medias y de la pequeña-burguesía. Ramón le dio mucho a Madrid en su literatura, le dio una identidad moderna y desprejuiciada, pero también su obra sin la ciudad sería diferente.

¿Ha sido agradecida Madrid con Ramón? Yo creo que poco, al menos, no tanto como se merece su amor a la ciudad. El trato que le ha dispensado ha sido más de madrastra que de madre. Como si de un presagio o predicción funesta se tratase, Ramón había anticipado, en el prólogo de Elucidario de Madrid, que la ciudad “deja solos a sus propios hijos”. Ese es, precisamente, el peaje que Ramón ha pagado por nacer en una ciudad que no es chovinista, y menos aún nacionalista. Por ejemplo, en las Vistillas hay un busto en el monumento a él dedicado y alguna que otra placa que nos recuerda algunas de sus casas o lugares dilectos (las de las calles Guillermo Roland, Puebla y Velázquez, o la que recuerda el Café Pombo), pero no ha sido posible darle su nombre, hasta ahora, a una calle del centro de  la ciudad.

Ramón Gómez de la Serna en su gabinete literario

Ramón Gómez de la Serna en su gabinete literario

Además del conjunto escultórico de las Vistillas (en ocasiones desidiosamente maltratado por los salvajes e ignorado por las autoridades municipales),  y las referidas placas de sus viviendas capitalinas, poco más hay. Por ejemplo, los sucesivos consistorios municipales no se han decidido, por ejemplo, a dedicarle una calle en el centro, una calle que debería ser la calle en que nació: la antigua de Las Rejas, ahora de Guillermo Roland. Incluso, hace poco, un consistorio se planteó borrar por ¿franquista? su nombre de la calle, que tiene en el periférico distrito de Fuencarral y en un entorno despersonalizado y neutro que no sería del agrado de Ramón.

No querría pensar que esto se debiese a las sectarias reservas políticas que caen sobre Ramón, a causa de su fugaz visita a España en 1949, cuando cometió el error de visitar a Franco en el palacio del Pardo con el NODO como testigo del encuentro. Sin tener espacio para matizar esta decisión, en aquel contexto de posturas polarizadas Ramón estuvo forzado a elegir entre “el comunismo” y “la “España invicta”, y eligió esta última, aunque su talante y trayectoria vital había sido la de la libertad en una equidistante neutralidad ante los extremos, que, sin embargo, le encerrarían y condenarían al desánimo. La rentabilidad de aquella visita fue nula –Ramón no recibió ninguna prebenda ni propuesta firme de regreso, que él deseaba y esperaba— y el largo peaje pagado de proscripción no se compadece en absoluto.

'Los ismos'

'Los ismos'

En aquellos años del exilio, en los que padeció el sectarismo y el desprecio de tirios y troyanos, en España y Argentina, los mejores valedores de Ramón fueron algunos de sus amigos madrileños, sobre todo Juan Ignacio Ramos, y después algunos ramonianos ilustres, amigos póstumos, ya en democracia, como Juan Manuel Bonet, Eduardo Alaminos, Fernando Castillo, Pura Fernández y Ioana Zlotescu, ramoniana por antonomasia y generosa bienhechora de las Obras Completas. Sin embargo, sobre Ramón y su valoración posterior han seguido pesando, como una losa mortuoria, la visita del Pardo… Ya se sabe que la memoria, también la histórica, es caprichosa, parcial, tendenciosa y partidista: olvida lo que le conviene y recuerda aquello que le interesa.

Ramón más de 60 años después de su muerte sigue pagando haber aceptado aquella invitación que no le reportó otro beneficio que la marginación literaria… Una prueba más de esto es su exclusión de un Diccionario de escritores del exilio republicano por este motivo. Otros escritores contemporáneos con odas a Stalin no han tenido que pagar ningún peaje democrático, al contrario han sido canonizados sin reservas. Dejémoslo aquí, leamos a Ramón, celebremos su amor incondicional por Madrid, una ciudad que no es grandiosa ni tiene ínfulas de aparentarlo, pero que en los dos últimos siglos ha acreditado, entre otros méritos, ser un lugar de acogida y refugio para los prófugos provenientes del resto de las Españas.