Charles Simic, mudar de lengua
La editorial Visor publica una antología bilingüe del escritor serbio-americano, Premio Pulitzer y una de las voces poéticas más importantes de Estados Unidos
1 septiembre, 2021 00:10Nacer en Belgrado en 1938 era hacerlo en la antesala del desastre, en el prólogo de bombardeos de nazis y aliados, y luego de la prolongada dictadura prosoviética del mariscal Tito, por más diferencias que este escenificara con Moscú, aspavientos de un dictador a otro más sanguinario. Aquel Simic (entonces con nombre de pila serbio, Dušan), como tantos niños, vivió la guerra bajo la forma de un teatro de operaciones de la libertad, más cerca del juego que de la tragedia. ¡Qué espléndido poema es, sobre esta experiencia, “Viejo soldado”! Su primera estrofa: “Cuando cumplí los cinco años / ya había peleado en cientos de batallas, / había matado a miles / y sufrido multitud de heridas / para después levantarme y seguir en la lucha”.
La posguerra ya fue otra cosa. Años después de que su padre se refugiara en Estados Unidos, el resto de la familia pudo reunirse con él, tras obtener pasaportes, en Francia, donde esperó una larga temporada antes de cruzar el Atlántico y reunirse en Nueva York (al poco, los Simic se mudaron a Chicago). El futuro poeta tenía 16 años al llegar a Norteamérica. Ya había aprendido algo de inglés y comenzó estudios formales en un instituto donde una chica llamada Edna le gustó y para la cual escribió sus primeros versos, en serbio. Que no servían. Entonces vino otra mudanza.
Por más que a Simic aquella chica le pareciera angelical, como la paloma del Espíritu Santo no se había posado sobre ella no tenía forma de descifrar los extraños garabatos cirílicos. Entonces, por una variante de la filología no consistente en el amor a la lengua sino en el empleo de una lengua –nueva– por amor, el alumno recién desembarcado reescribió en la lengua de la destinataria aquel poema principiante. De aquí pasó enseguida a escribir directamente en inglés. Surgía de este modo, tras aquellos balbuceos, uno de los más importantes poetas estadounidenses actuales.
Es sugestivo el paralelismo con otros escritores que han desarrollado su obra en una lengua que no era la suya materna. No queda lejos Simic, aunque este sea menor en edad, de Fabio Morábito, de origen italiano, que se trasladó a México cuando tenía quince años y hoy es también un deslumbrante poeta que ha aprendido el español y en esta lengua se expresa. Si Morábito ha traducido espléndidamente a Eugenio Montale a la lengua de Cervantes, Charles Simic ha hecho lo propio con grandes poetas de su idioma como Vasko Popa. Es decir, no solo ha llevado su propia creación a una lengua adoptiva sino que ha puesto en esta, con la posición privilegiada del bilingüe, la de otros que se expresaron en la lengua nativa.
Pero hablemos de la poesía de Simic y de una muestra de ella aparecida poco antes de la pandemia del coronavirus y, en consecuencia, con un dificultoso recorrido en librerías y en la atención de los lectores. Antología poética (Visor, 2019), escogida, traducida y prologada por Nieves García Prado, de la Universidad de Virginia, es una selección sucinta que perfectamente habría tolerado, cuando menos, el doble de páginas. No es ya que la selección haya sido severa, dejando fuera muchos poemas de los libros incluidos, sino que entre estos, apenas un puñado, no está ninguna de las primeras catorce colecciones del prolífico Simic, que van de finales de los sesenta a las postrimerías también de los ochenta.
Veinte años es mucho tiempo como para omitirlos, sobre todo tratándose de un poeta tan excelente y contándose entre esos libros ausentes Selected Poems (1963-1983) y Unending Blues, con los que fue finalista del Pulitzer dos años consecutivos, hasta que lo ganó en 1990. Quizás habría estado bien delimitar en el título el arco temporal que cubre esta antología, que es 1990-2010. Quedan fuera los más recientes The Lunatic (2015) y Scribbled in the Dark (2017). De todas formas, la misma traductora ya ha cubierto el conjunto de la obra de Simic en Mil novecientos treinta y ocho. Antología poética y un florilegio mucho más extenso y que hasta aportaba inéditos incluso en inglés: Poesía 1962-2020 (Valparaíso, 2020). Este, a diferencia del libro que hoy nos ocupa, no es bilingüe.
Es lícito preguntarse si lo es (lícito, digo) publicar hoy libros de poesía escritos originalmente en inglés sin el texto original, dado que quien más quien menos puede leer o intentar descifrarlo como complemento de las traducciones. Quien quiera adentrarse más en el mundo poético de Simic puede hacerlo en varios libros completos y afortunadamente bilingües publicados también en Valparaíso, traducidos por la misma Nieves García Prados, en algún caso en colaboración con Juan José Vélez Otero: Libro de dioses y demonios, Jackstraws (que en Antología poética aparece traducido como Mikado), El señor de las máscaras, Picnic nocturno o Paseando al gato negro.
Garabateando en la oscuridad y Acércate y escucha han sido traducidos igualmente por García Prados, pero en esta ocasión para Vaso Roto, editorial que incluye además en su catálogo los poemarios El lunático, El mundo no se acaba y Mi séquito silencioso (vertidos los dos primeros por Jordi Doce y el tercero por Antonio Albors), junto a varios libros de prosa de Simic. Como se ve, pocos poetas norteamericanos actuales han sido tan publicados en España. Juntos un volumen con otro estaríamos ante un imaginado ejemplar que rondaría las 1.500 páginas en bilingüe.
Se ha señalado a menudo que la poesía de Simic es una forma tardía de surrealismo estadounidense. Eso es solo cierto en el sentido de que es poeta que maneja muy libremente las metáforas, basculando entre cierto irracionalismo y un redivivo imaginismo (lógicamente, Ezra Pound y William Carlos Williams estuvieron entre sus primeras lecturas en inglés). Prueba de esto último es el final de “Nave de los locos”: “Por el catalejo, pudo ver al florista / a lomos de un tiburón / trayendo docenas de ramos de rosas blancas”. En la entrevista que le publicó The Paris Review (en la cual fue coeditor de poesía), Simic confesó que en sus inicios le atraían los poetas oscuros. Afortunadamente no llega al grado de John Ashbery.
La traducción de García Prados es más que solvente y solo en alguna ocasión junto a los muchos aciertos resbala (passing by no es “morir” sino “pasar al lado”, y “dresser” designa un “tocador”, una “cómoda”, en vez de un “armario”, donde difícilmente se hallará una estatuilla de la Virgen como la que se dice que reposa sobre él). Y acaso explicita demasiado cuando –en un par de ocasiones– el verbo o el sujeto está en elipsis en el original. Ninguna de estas cuestiones obsta para que estemos ante una atractiva introducción a un poeta que se fija en los objetos, que despliega asociaciones de ideas sorprendentes y narra escenas nimbadas por la luz extraña de la transfiguración.