adriano valle

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Poesía

Pessoa, querido amigo

Antes de ingresar en la Falange y dedicarle versos a la Virgen, Adriano del Valle recorrió el camino de las vanguardias hasta llegar a ser el único español que entabló amistad con el poeta portugués

27 octubre, 2017 00:23

Aquel discreto oficinista de costumbres aparentemente normales, gafas de montura fina, bigote a lo inglés, expresión hacia dentro y tabaco negro es uno de los escritores más extraños del siglo XX. Porque Fernando Pessoa (Lisboa, 1888-1935) hizo de la literatura el motor de su rareza. Lo suyo iba de escribir como muchos escritores juntos. Así que armó innumerables vidas de ficción --sus heterónimos: Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos, Bernardo Soares...-- para llenarlas de obra propia. Todos venían de él, pero ninguno era él. Pessoa fue como un baúl lleno de gente. Y nadie lo resumió mejor que él: "Sé todo en cada cosa".

Escribió versos, levantó revistas literarias (la renovadora Orpheu, entre ellas), acumuló miles de páginas (muchas deslumbrantes, como las del Libro del desasosiego) y, en medio de ese bosque caducifolio, trabó amistad con Adriano del Valle (Sevilla, 1895- Madrid, 1957), quien, antes de afiliarse a Falange y dedicarle romances a la Inmaculada, rindió culto a la santa bohemia con una poesía de arrabal y aguardiente. Aquel poeta disparatado del Ultra, fundador de la revista Grecia, llegó a protagonizar un acto público de remate zoológico en el Ateneo de Sevilla. "Es tan surrealista, tan original y tan nuevo que al final de la conferencia se agacha y pone un huevo", se detalla en las crónicas.

Las cartas como testimonio de una amistad

“Querido amigo: Perdone que haya tardado tanto en responder a sus cartas. Mis ocupaciones, en este final de agosto, han sido excesivas y antieuropeas”, escribe Pessoa a Del Valle en 1923, en la primera de las catorce cartas conservadas --diez de ellas firmadas por el portugués y cuatro por el español, aunque probablemente debieron ser más-- que se alargan hasta el 10 de noviembre de 1924. Esta expedición epistolar es el testimonio de una amistad surgida, quizá, de la vinculación común a la revista Contemporânea, pero fortalecida en los encuentros de ambos poetas a lo largo de julio de 1923 en Lisboa, donde Adriano y su mujer, Josefa Hernández, pasaron la luna de miel.

Así lo reconocería él mismo en una entrevista en 1952: “Durante el mes que pasé en Lisboa, todas las tardes Fernando me buscaba en el hotel y, juntos, conversábamos y trabajábamos dos o tres horas...”. Posiblemente, la tarea que les unió aquellos días fue la traducción de los poemas que Mário Sá-Carneiro envió a Pessoa antes de quitarse la vida en París con la ingestión de cinco frascos de estricnina. En esos días, el portugués apenas le hizo mención de su obra literaria: “Era de un desinterés tal, de una humanidad, de un ensimismamiento --o como quisiera llamarlo-- que, raramente, durante ese mes de convivencia íntima, me habló de su propia poesía”, señaló Del Valle en la misma conversación.

Como ha apuntado Antonio Sáez Delgado en Pessoa y España (Pretextos), Adriano tradujo --probablemente con ayuda de Pessoa, tal como indica-- y publicó en España, al poco de su regreso de Lisboa, algunos textos de Sá-Carneiro en el periódico La Provincia de Huelva. También el español le entregó algunos versos de Pessoa al poeta Rogelio Buendía, quien los trasladó al castellano con ayuda de su mujer, María Luisa Muñoz de Vargas. Es la primera traducción de Pessoa, en concreto, fragmentos de los poemas en inglés conocidos como Inscriptions, que vieron la luz también en el citado diario onubense el 11 de septiembre de 1923.

Una semana más tarde, el 18 de septiembre, Adriano del Valle traduce y publica en el periódico sevillano La Unión un amplio pasaje de una carta en la que Pessoa comenta La rueda de color, libro de poemas que Rogelio Buendía había enviado al portugués. A modo de presentación, lo destaca como “uno de los más sagaces críticos literarios de su país” y como poseedor de “un espíritu tan amplio y tan abierto a todas las fuerzas de la naturaleza”. “De todo corazón le agradezco las palabras amigas y honradamente amables que, precediendo a esa traducción le dedica a mi persona. ¡Ojalá las merezca!”, responde Pessoa en una carta con fecha de 8 de octubre de 1923.

Tal fin persigue el también poeta ultraísta Isaac del Vando-Villar, quien envió al escritor luso un ejemplar de su libro La sombrilla japonesa (1924). Las tres cartas que se conservan entre ellos giran alrededor del interés del español por obtener una crítica de su libro en Portugal, circunstancia a la que Pessoa consigue escapar ofreciendo, como hiciera con Buendía, su texto para ser publicado en España. “No escribo en la prensa, y –no sé si lo habrá dicho Adriano- vivo más o menos apartado del medio literario”, confesó. “Si encuentra algún interés en las palabras que sinceramente le digo en mi carta --añade--, tal vez pueda, extrayéndolas, publicarlas ahí...”.

Gómez de la Serna y Unamuno

Pessoa también se relacionó con Gómez de la Serna y Unamuno, con quien polemizó públicamente sobre el alcance del iberismo. También tuvo contactos con el excéntrico escritor Iván Nogales, quien en sus tarjetas de visita se definía como “amante de los hambrientos rusos y hambriento del amor de las rusas”.

Como es conocido, el autor del Libro del desasosiego, gran aficionado al esoterismo hasta el punto de realizarle una carta astral a la Segunda República, nunca pisó la España peninsular. Sólo pasó fugazmente en 1902, de adolescente y mientras residía en Durban, por Las Palmas de Gran Canaria, desde donde envió una postal a su abuela Adelaide firmada como “El hombre de las nubes”.

Con todo, no cabe duda de que Adriano del Valle --del que se cumplen ahora sesenta años de su fallecimiento-- fue el corresponsal español que cuidó con mayor fervor su relación con el portugués, mostrando en sus cartas una proximidad afectiva y, en ocasiones, una cercanía de propósitos y objetivos intelectuales. Aquel tifón de la modernidad que, a la vuelta de la Guerra Civil se convirtió en el ganador de todos los premios que otorgaba el oficialismo --sólo renunció al sillón de la Real Academia que le ofrecieron a la muerte de Manuel Machado en 1947--, siempre recordó su vinculación con Pessoa, ese extraño poeta que propuso desde la literatura una sublevación de la normalidad: “Con él estreché una verdadera y sincera amistad...”.