Estatua de Cristóbal Colón en Barcelona / XADIONE - WIKIMEDIA COMMONS

Estatua de Cristóbal Colón en Barcelona / XADIONE - WIKIMEDIA COMMONS

Manuscritos

La Hispanidad y la lógica del empate

La relación entre la península y los territorios americanos está lejos de ser infernal, pero ha habido una leyenda blanca según la cual hubo un beneficio para todos

18 octubre, 2022 21:00

El año 1892 la reina regente María Cristina de Habsburgo-Lorena declara, mediante un decreto, en nombre de su hijo Alfonso XIII, el 12 de octubre como fiesta nacional en conmemoración del descubrimiento de América. Aunque coincide con el cuarto centenario del cruce de Colón, la situación es completamente distinta: en 1898, seis años después de este decreto, la Corona pierde lo que le quedaban de territorios americanos en manos de una antigua colonia inglesa, los Estados Unidos, ya en una fase expansiva que buscaba y decretaba extender su influencia hacia las fragmentadas repúblicas del sur. Más o menos por los mismos años, más cerca de los centenarios de algunas de estas fragmentadas repúblicas, el uruguayo José Enrique Rodó y el nicaragüense Rubén Darío se embarcan –el primero mediante un ensayo utópico titulado Ariel (1900), el segundo consagrando su rol de renovador de la poesía en España mediante Cantos de vida y esperanza. Los cisnes y otros poemas (1905)–, en el desarrollo de una consciencia de la Hispanidad que, una vez desaparecidos los dominios efectivos, hablaba de una hermandad en el espíritu a través de una lengua, el castellano, entre las comunidades a través del Atlántico. Canta Darío, en Salutación del optimista:

Un continente y otro renovando las viejas prosapias,

en espíritus unidos, en espíritu y ansias y lengua,

ven llegar el momento en que habrán de cantar nuevos himnos.

(…) ¡Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda!

Alrededor de la lengua, por supuesto, no hubo sólo acuerdos o buenos deseos, sino rencillas importantes en lo tocante a la identidad, las culturas, y las señales de civilización que esta comunidad de hablantes pudiese presentar. Miguel de Unamuno, por ejemplo, aconseja a Rodó en una carta, a propósito de su Ariel, a ser menos francés y menos helenizado, proponiéndole a su vez su fórmula de filólogo helenista y vasco: una distancia existencial perfecta para habitar en medio de Salamanca. El mismo Unamuno, si no me equivoco, dice de Darío, aunque luego tratará de aminorar la frase, que al nicaragüense se le notan las plumas por debajo del sombrero. Encerrados en sí mismos, acaso algo perplejos por la velocidad del mundo fuera de una moribunda monarquía, encontramos muestras defensivas altaneras y hasta castizas de donde uno menos lo esperaría. Como si el influjo italiano no lo hubiese renovado todo varios siglos antes de esta anécdota, los peninsulares veían de bajo de cada palabra americana Otros: en todo franceses cruzando los pirineos, en todo indios cruzando el charco. Gentes de otros lados que venían a quitarles un lugar en el mundo ya perdido hace mucho.

Como comunidad más antigua y llena de instituciones, ceremonias, perspectivas, tradición y experiencia, desde la península se pretendió regular y entrar con mayor estatus a una conversación extraña, la hermandad espiritual de los pueblos que hablan español, luego de un proceso histórico, la pérdida de la corona española de todos los territorios de América. Como si, por el hecho de haber tratado de administrar los territorios, luego perdidos, todavía hubiese más hispanidad, más civilización, en los hablantes peninsulares. Y esta palabra, civilización, la que de manera indisoluble ha sido equiparada a Occidente, palabra que a su vez oculta otra, Europa.

Cristóbal Colón pintado por Sebastiano del Piombo (1519).

Cristóbal Colón pintado por Sebastiano del Piombo (1519).

De acuerdo con Heródoto, las grandes acciones de los hombres y los bárbaros, que no deben ser olvidadas, comienzan, por supuesto, con culpas enfrentadas. Los historiadores persas, por ejemplo, culpan a los fenicios por el comienzo de la enemistad entre los persas y los griegos que desencadenará en la primera gran oposición entre Occidente y Oriente, Europa y Asia. En el libro I de Historias, nos enteramos de que, de acuerdo a la leyenda, Europa es una princesa fenicia que es raptada por hombres venidos de lo que sería Grecia como retaliación al rapto de Ío por parte de un contingente fenicio. Si nos han hecho creer que civilización es sinónimo de Occidente, es importante tener en cuenta que Occidente, por su nombre, no es sólo el lugar donde va a morir el sol, sino, también, el lugar señalado por un continente llamado Europa. Occidente, un lugar para la muerte y la noche; Europa, una persona extirpada de su tierra natal y llevada, a la fuerza, a ese lugar. La cuna de Occidente, Europa, la civilización por antonomasia, lleva el nombre de un secuestro.

Las costras y los brotes

Dos años atrás caminaba por las Ramblas hacia el mar. Era una mañana luminosa y con brisa, y no había tanta gente. Los paseantes se veían de buen humor. Era el otoño del primer año de Covid y la ciudad podía respirar del hormiguero turístico. En ciertas esquinas parecía perfectamente un domingo en Lisboa del año 1996: claridad, serenidad, risas con espacio para rebotar, árboles y destellos de sol entre las hojas. Entre la gente, vi cómo un joven de aspecto fresco y bien plantado saludaba a gritos a un hombre mayor que entraba en las ramblas desde una esquina. El hombre mayor saludó de vuelta y se sonó la nariz. Iban con su mujer, despacio, y el hombre gruñía entre el tabaco negro y la brisa. La mujer le ajustó el gorro blanco y volvió a anudarle la bandera de España que le colgaba, como capa, del pellejo suelto de tantos veranos buenos. La conversación siguió a gritos entre nosotros, los paseantes. No se entendía lo que hablaban, pero parecía que se conocieran de toda la vida. Más allá de las palabras, los ojos compartían una alegría profunda. Será que es feriado, pensé. ¿Pero feriado de qué? O será que juega la selección española, me dije. Ahí fue que el joven se encontró con otro grupo que caminaba más rápido entre la gente. Los saludó feliz, estirando la palma al aire por sobre nuestras cabezas.

Es la fresca de una mañana perfecta, me dije, lo que le hace estar tan electrizado. O a lo mejor le vino un calambre. O el pobre tiene un tic. O qué se yo. El grupo respondió con el mismo gesto, en línea. El hombre viejo correspondió el saludo y le cambió el cuerpo. Como si un anzuelo lo hubiese estirado por la palma hacia el cielo. ¿Todos tienen tic? ¿A todos les dio un calambre? Eché el cuello atrás como para ver qué estaba pasando y, como cuando en el bosque, cansado de buscar entre tanto que ver, de repente saltan a tu vista una colonia de bulets, vi en las ramblas a un grupo grande caminando a donde yo caminaba: banderas hacia el mar. Otros saludos a la romana. Una voz venía desde el final de las ramblas, desde un altoparlante. Las banderas se estrechaban más y más hasta que, ahí por donde las estatuas gigantes se ponen, ahí frente al museo de cera, se cerraba la convocatoria. No jugaba la selección. Era feriado, pero no cualquier feriado: era el Día de la Raza. Miré a los lados y todos los que no caminaban hacia ahí eran como parte del paisaje. Se me pararon los pelos. Los fascistas, pensé, caminan libres y se saludan, bajo los cielos de otoño, entre el resto de los barceloneses.

Manifestantes de Vox se concentran alrededor de la estatuta de Colón, en Barcelona

Manifestantes de Vox se concentran alrededor de la estatuta de Colón, en Barcelona

El acto, organizado bajo la estatua de Colón, era lo menos uniforme del mundo. Acá no hay sólo fascistas, me dije. Acá hay una muchedumbre. Y es que esa es una de las paradojas de los movimientos reaccionarios europeos que deben comprimir, en un mismo marco, a todo Cristo: Europeístas anti-migración, nostálgicos carlistas, cosplayers de las JONS-FE, skinheads y mods, anti-Catalanistas, anti-vacunas, anti-feminismos, unitarios, nostálgicos, desocupados, amigos del bingo, vecinos invitados por otros vecinos, paseantes curiosos, lectores de foros de internet, coleccionistas de piezas de guerra, enamorados de las corridas de toros, decepcionados del sistema de salud, enojados con la alcaldía, asustados por la sobreinformación, tercera generación de españoles que no se sienten integrados, padres con sus hijos pensando que el intercambio de cromos se cambiaba de Sant Antoni al monumento a Colón dadas las circunstancias: un grupo que se comprimía en esa rotonda, bajo una estatua que apuntaba a América, como si una forma de terminar, por un momento, con todos sus problemas, fuese dirigir sus votos hacia lo que es importante, es decir, defender la idea que la leyenda negra de España no fue tal, y que hubo un intercambio justo en donde la civilización, diríamos, en el mejor de los casos, se arrendó por unos siglos a una tierra vacía y sangrienta, llena de emplumados, hasta el día milagroso que una reina decreta, en nombre de su hijo, una fecha que conmemora una globalidad cultural hispana de cartón, que había muerto antes de nacer por ser, más que nada, una fallida y resacosa empresa colonizadora pre-moderna.

Seguí de largo en dirección al cementerio de Montjuïc. Ahí almorcé unos huevos duros y caminé por ahí sin rumbo fijo. A mi paso, entre los árboles, se veían campamentos en donde algunas personas compartían música, algo para beber, el silencio entre las tumbas. La mayoría acuclillados o apoyados contra un tronco. Algunos en tronos improvisados con lo que las calles de ciudad les había dado como sobras. Todos con los ojos brillantes, amarillos o rojos, de la gente que ha visto tanto y más.

Cuadro que recrea la llegada de Cristóbal Colón a América

Cuadro que recrea la llegada de Cristóbal Colón a América

Esa tarde, desde plaza Catalunya como corazón que bombeó a gente venida de otras partes, un grupo informe, múltiple, organizado alrededor de música, coreografías y carnaval político se hace río y toma el mismo monumento. Por altoparlante se presentan las colectivas, agrupaciones de personas fuera del sistema: indocumentadas, inclasificables, incansables. En su mayoría americanas, aunque también africanas y de la península misma. Se habla de derechos, de atropellos, de solidaridad y cambio. Se expresa con claridad que, si no se puede botar esa estatua maldita, los cantos y los bailes, las gargantas y las palmas, las máscaras y los tambores, van a transformar ese lugar en un espiral de reparación, al menos por un rato. 3 000 personas se revuelven bajo Colón para visibilizar con expresión nueva, nunca antes vista en Barcelona, lo que el 12 de octubre acá quiere callar, lo que las personas bajo la misma estatua, esa mañana, se pensarán que es un invento progresista para perjudicar una esencia inmutable escondida.

Esta multitud busca, con sus gritos, esconder esa esencia que la muchedumbre de la mañana buscaba por ahí, esa esencia que, como el segundo alef que Borges sugiere, acaso rondara en algún lugar adentro de esa estatua, donde infinitas voces y sonidos nos cantarían de la gesta hispánica de civilización, de esa Hispania fuera de la historia, primera provincia romana fuera de Italia, muralla de Europa, pionera de las colonias, madre de los tercios y su terror profesional, señora de los campos, las minas y los cañaverales de tres cuartos de América. Pero nada tiene que ver esta multitud con la destrucción de lo imaginario. Todo tiene que ver, eso sí, con la construcción de nuevos imaginarios, en donde no hay academias centenarias ni prescripciones, sino mucha vitalidad chorreante.

Y bajo una luna grande de cielo abierto Barcelona deja de ser, por unas horas, ahí, un aeropuerto del norte.

Un chiste repetido sabe a sentido común

Durante el mes de junio del 2021, en la inauguración del Museo Bicentenario de Argentina, el presidente de la república Alberto Fernández dice: ‘Los mexicanos descienden de los indios, los brasileños de la jungla y los argentinos de los barcos’. Con un tono simpático que causa ecos de risas, entre ellas las del presidente de España, Pedro Sánchez, ahí presente, se cierra una anécdota que toda autoridad se siente obligada a decir en ciertas circunstancias, en donde se mezcla sabiduría y humor en una frase que parece sentido común, es decir, una verdad o un hecho compartido y evidente.

De acuerdo a Fernández, estos botes serían los que recorrieron el Atlántico tantas veces, en especial aquellos que, a fines del siglo XIX, abarrotaron los puertos de Sudamérica con inmigrantes europeos invitados a poblar América, blanquear la raza y tratar de revertir el pesimismo de gente como el prócer argentino Sarmiento, quien veía, al final de su vida, en la migración masiva europea y la adopción del modelo norteamericano una solución a décadas de desorden. La frase, por supuesto, fue atribuida a un intelectual Latinoamericano, como para reforzar su efecto de hecho. Y aunque Fernández la atribuye al mexicano Octavio Paz, el origen de esta frase es claro pero también algo vago: el escritor peruano Jaime Baily asegura que Carlos Fuentes, otro escritor mexicano y buen amigo de Octavio Paz, la menciona como un chiste cultural que Paz dijo muchas veces durante su vida. En la frase original, olvidada por Fernández, Paz habría dicho, y de manera irónica, que ‘los mexicanos descendemos de los aztecas, los peruanos de los incas y los argentinos… de los barcos.’ En realidad, el presidente Fernández confunde esta frase de Octavio Paz con la letra de una canción, compuesta por el argentino Lito Nebbia, llamada Llegamos de los barcos (1982):

Quería escribir una zamba

Que no fuera igual a otras zambas

Porque las zambas más lindas

Ya fueron escritas

Quería que fuera una zamba

Que un poco explicara de dónde vinimos

Y así sería más simple

Saber dónde vamos

Los brasileros salen de la selva

Los mexicanos vienen de los indios

Pero nosotros, los argentinos

Llegamos de los barcos

En esta canción, Nebbia, un compatriota del presidente Fernández, utiliza el efecto de saudade brasilera para reflexionar, con melancolía e ironía, sobre la relación estrecha entre orígenes y futuro, raíces y horizontes, de América Latina. Como viviendo en un presente del desajuste, Nebbia evoca una saudade americana, un limbo, una nostalgia por pasados desconocidos y múltiples, y la intuición de que acaso esto tendrá que ver con una visión poco clara del futuro. Como Boaventura de Sousa Santos afirma en Epistemologías del sur (2013), la relación entre el pasado y el futuro, de acuerdo a la percepción del tiempo en la modernidad, descansa en una particular dinámica entre raíces y opciones. Una de las principales características de la modernidad es, de hecho, la hipertrofia de opciones como una reacción a la contracción o falta de raíces (p. 126-127). Yo me pregunto si acaso, en ese decreto de 1892 que inaugura un día cuyo nombre ha cambiado tantas veces, no aparece una dinámica inversa a la que sugiere de Sousa, y Su Majestad hipertrofia un pasado común a través de una lengua y una cultura por la Madre Patria a causa una falta de claridad sobre qué hacer hacia el futuro.

Mapa de Martin Waldseemüller de 1507, el primero en incluir el topónimo  América

Mapa de Martin Waldseemüller de 1507, el primero en incluir el topónimo América

Más hábiles que la monarquía, y dándose cuenta que las administraciones locales bien pueden hacer sus propias guerras mientras el comercio se mantenga en buenos términos, las burguesías de la península estrecharon su relación con las antiguas colonias a través de sistemas más modernos de drenaje y tuvieron, entre otras cosas, la consideración y el buen gusto de dejarnos como legado la elegancia de los fumadores de puros, pequeños bustos de griegos con plumas en las cabezas en los marcos de algunos de sus edificios, o una arquitectura algo enloquecida y extraña, como si un niño jugara a hacer castillos de arena gigantes y derritiera, sobre sus torres nuevas, chorros de arena mojada.

No nos equivoquemos: la relación entre la península y los territorios americanos está lejos de ser infernal, pero siempre ha estado demarcada por un sentimiento de que el pasado común fue de mutuo beneficio, y que la civilización se instaló, desde los barcos, oleada tras oleada, hasta que América dejó de ser la impronunciable masa de lo nuevo y lo exuberante y se transformó en un mapa primero; en un monstruo del azúcar, cacao, café, algodón, caucho y carne después; en un espacio para proveer servicios como construir carreteras y cobrar por el agua y la energía de los pueblos, finalmente. Esto no pasa de ser una leyenda blanca, que busca, desde la lógica del empate, reconstruir un pasado gris que no está ni tan en el pasado, ni es tan gris.