Letra Clásica
Un poeta llamado Stefan Zweig
El escritor, célebre por sus biografías y su evocación de la cultura europea en ‘El mundo de ayer’, debutó como poeta con ‘Cuerdas de plata’, traducido por Fórcola al español
20 enero, 2022 00:00Acostumbran los escritores, en sus primeros roces con las palabras, medirse con ellas en el campo del honor de la poesía. De ese duelo celebrado en la juventud salen heridos y perseverantes, pidiendo más guerra o con arrepentimiento de haber cruzado el sable con ella, de haberse dejado disparar a la cabeza. En la época en la que aún estaban en boga los duelos, el pacífico Stefan Zweig (1881-1942) se midió con la poesía; luego tuvo otro lance con ella en 1906. Finalmente la abandonó como hacemos con una novia que seguramente nos ha abandonado antes ella a nosotros, que la poesía es exigente y quien la pretende suele hacerlo por encima de sus posibilidades.
Ese primer libro de Zweig, uno de los grandes escritores del Imperio Austrohúngaro (con permiso de Luis García Berlanga), se tituló Silberne Saiten (1901) y ahora lleva el epígrafe Cuerdas de plata porque acaba de ser traducido por primera vez al español. No es un gran libro, todo hay que decirlo, si lo medimos con los maestros de la poesía en lengua alemana, incluido el Rainer Maria Rilke a quien tanto admiró el vienés. Pero sí se trata de una pieza que completa el amplio rompecabezas de un escritor del que todo importa y que no ha dejado de revalorizarse, al menos en España, desde hace veinte años, momento aproximadamente en el que empezó una segunda vida gracias a las muy vendidas ediciones de Acantilado.
Cuerdas de plata (Fórcola) se presenta en edición bilingüe con prólogo del sobradamente conocido César Antonio Molina y traducción de Richard Gross, de quien es pertinente recordar que, doctor en Traducción y Filología Hispánica, ha sido profesor de la Universidad de Barcelona y de la Universidad Pompeu Fabra. A él le debemos diferentes libros de Walter Benjamin y Hans Magnus Enzensberger entre muchos otros. Aunque el extenso pórtico de Molina gira sobre todo en torno al final de la vida de Zweig en Petrópolis, y su suicidio cuando creía que la Segunda Guerra Mundial la iban a ganar los nazis, siendo allí cónsul de Chile Gabriela Mistral, también reconstruye las andanzas previas del austriaco y su admiración por el poeta belga Émile Verhaeren y por el ya citado Rilke (en esta época temprana en que aún faltaban más de veinte años para que compusiera las cumbres de las Elegías de Duino y los Sonetos a Orfeo).
Están, sí, como se declara en la contracubierta del libro, estos poemas en la esfera simbolista. Hugo von Hofmannsthal, Stefan George y Rilke fueron los máximos representantes de esta escuela de la que Zweig es alumno aplicado. Hubo grupos en esta órbita que fueron llamados los Modernos de Berlín y los Modernos de Viena. Tenían algo que ver con nuestro Modernismo: Rubén Darío había publicado Azul, el aldabonazo del movimiento, en 1888, y la segunda edición ampliada de Prosas profanas y otros poemas el mismo año en el que vio la luz Cuerdas de plata.
Gross demuestra un excelente dominio del español; por ejemplo, en un léxico que ya para sí quisieran muchos poetas españoles, repleto de cultismos. Y opta por una de las decisiones más arriesgadas que puede tomar un traductor: la rima. Esta sin duda aporta aquí un tono de poesía modernista, pero como siempre sucede obliga a soluciones forzadas. En cualquier caso, como en alemán hay el mismo problema que en inglés, que las palabras germánicas tienden al monosílabo, los versos resultantes españoles tienen mayor extensión que los originales, lo que propicia que estos versos más largos en nuestra lengua, cercanos casi siempre al alejandrino, sean divisibles en hemistiquios con una cesura. En esto el sonido se acerca a la poesía modernista hispanoamericana.
Son, pues, imitaciones. Que transmitan una sensación poética ya es otra cosa, porque la poesía grecolatina se manejaba estupendamente sin rima, y la de buena parte de la del siglo XX, y sobre todo del XXI en cualquier lengua, lo mismo. ¿Es hoy necesaria, más allá de ofrecer un retrato robot aproximado? Parece una boutade de Borges, pero se podría afirmar que quien es incapaz de ahormar las palabas a un ritmo, a un metro, se conforma con el expediente fácil de la rima, use un diccionario de ella (los hay) o tire de memoria, haciendo listas, como han hecho tantos poetas al escribir componiendo un catálogo de terminaciones como quien va a amueblar la cocina de cada estrofa.
Un problema añadido de la rima no es ya evitar caer en el charco del ripio, sino procurar que aquella, o este, no salpiquen al conjunto del verso. Consecuencia habitual de esta y cualquier otra traducción que apuesta por la rima es la alteración del orden normal de la sintaxis, haciendo que a menudo el verso parezca salido del taller de un imitador de Góngora. El hipérbaton “¡Oh, ven a de mis sueños los pagos” en un poema que se titula “Cortejando” sugiere que la muchacha a la que el hablante del poema hace la corte le dará calabazas por cursi. Si va en serio con esa forma de expresarse, corre el peligro de que sea el lector quien abandone el libro.
Anne Carson ha escrito que traducir es buscar el interruptor de la luz en un cuarto a oscuras. Eso, claro, lo ha escrito en inglés y es lo que más o menos significa en español. Verter poesía es más arduo que trasladar prosa porque son muchas más las magnitudes que intervienen en la ecuación. Preservar la rima de los poemas es cuidar su contorno, y hay personas, ya lo sabemos, que se enamoran del cuerpo y de la piel, pero hay más. La dermatología es importante, pero solo una de las ramas de la ciencia de los galenos. También está la medicina interna y, como en esta en general, los medicamentos pueden curar algo y desarreglar otra cosa, tener efectos secundarios. Toda forma de traducir tiene también efectos secundarios, pero lo que importa es salvar la vida del paciente en la operación. Y el Zweig juvenil que escribió estos poemas llega al lector que, de no haber sido por la traducción, jamás habría accedido a su obra.
Hay aquí poemas sobre el poeta y la poesía, de vagaroso amor, de amistad, ensoñaciones, ansias y deseos crepusculares. No pocas veces recuerda a poetas nuestros como Juan Ramón Jiménez. Esta estrofa del poema “El campo” no procede del autor de Arias tristes sino del Zweig de Cuerdas de plata: “Lejos los montes que en el azur se apagan, / lejos los sones sin sosiego de la vida. / No hay mundanal aliento que notar se haga, / sólo flotan por el campo perfumes de lila”. Por cierto, que en ese mismo poema el traductor, acostumbrado a la estructura lingüística de la lengua alemana, acuña un neologismo que sigue dicha forma y suena de lo más creativo en español (también JRJ creó intuitivamente algunas palabras con idéntico procedimiento): “mundiperdidos”, calco de weltverloren.
El judío Zweig escribe un poema sobre la Nochebuena, una amable estampa en la que hay buenos sentimientos, campanillas, estrellas, regalos “de la noche prodigiosa de infantil observancia”. Pero también compone un homenaje al poeta Adolph Donath, igualmente judío y patrocinado por el sionista Theodor Herzl. Todo cabe aquí, hasta la imitación de la canción popular, del lied.¿Por qué abandonó Zweig la poesía, habiéndola escrito con talento? César Antonio Molina responde así: “Yo creo que la poesía siempre estuvo presente en todos los géneros que practicó: teatro, novelas, relatos, biografías, ensayos, autobiografías, diarios o artículos periodísticos. Pero ¿por qué no la siguió utilizando habitualmente? Quizá por estas razones: carencia de tiempo, profesionalización de su escritura, falta de convicción para hacer una obra a la altura de sus amistades poéticas, poco rendimiento público y económico”. Ciento veinte años después de su publicación, Cuerdas de plata nos habla de otra época. Precisamente, de la que evocó su autor en su obra más conocida: El mundo de ayer.