Letra Clásica
Trapiello, paisaje con figuras
Destino reedita ‘Las armas y las letras’, el ensayo más influyente del último cuarto de siglo de la literatura española, que resucita un pasado que es presente: la herencia de la Tercera España
28 diciembre, 2019 00:05Andrés Trapiello es, sin duda, el más clásico de los escritores hispánicos. Entiéndase bien: tal categoría no nombra tanto su condición de escritor excepcional –una gracia que el cielo ha negado a otros muchos de sus contemporáneos–, sino su adscripción (voluntaria) a una noble estirpe que arranca con Cervantes y se extiende, al menos, hasta los años ochenta, cuando el ejercicio de las letras todavía no se entendía necesariamente como una ruptura gratuita con la tradición, sino como una reforma o, mejor dicho, una inteligente reinvención. Tras décadas de trabajar a contracorriente, generalmente en soledad, midiendo cada paso y con una constancia casi categórica, el escritor leonés (que es extremeño de devoción y madrileño por elección) ha logrado situarse en el punto exacto donde habitan los grandes.
Buena parte de este éxito –llamémosle por su verdadero nombre, que es prestigio– tiene que ver con Las armas y las letras, probablemente el ensayo cultural más influyente del último cuarto de siglo. El gran libro sobre la literatura de la Guerra Civil –dos bandos, tres Españas– ha cumplido ya los 25 años, motivo por el cual Destino ha publicado una reedición ampliada y conmemorativa, sin que la obra haya perdido ni potencia ni aliento. No es una gesta menor en estos tiempos de libros efímeros y obras maestras que duran un suspiro. Las armas y las letras, en cambio, es una excepción. Se trata de un libro mayor, irrepetible y, de igual manera, interminable, porque trata de un pretérito que es presente continuo. Su mensaje –la mirada limpia sobre el hecho literario, sin la ceguera que es propia de las orejeras ideológicas– todavía resulta provocativa y desconcertante en un contexto de ismos que, cuando leen, esperan encontrar afirmaciones, en lugar de dudas, preguntas e incógnitas.
El escritor Andrés Trapiello / YOLANDA CARDO
La gran obra en marcha de Trapiello, si dejamos de lado su Salón de Pasos Perdidos, esa cosmogonía de sus días (con sus noches en vela), es este manifiesto (razonado) sobre la galería infinita de los escritores de la contienda española, eterna e injusta. Como los milagros no tienen fecha ni hora exacta, Las armas y las letras, cuya primera edición data de 1993, cuando Trapiello frisaba los cuarenta años, nació de ese azar que llamamos destino: fue concebido en un calentón –se escribió durante tres meses de verano– y por una ambición: la obtención del premio Espejo de España. Dicho así, suena prosaico, pero la vida impone razones que ni la mejor lírica es capaz de embellecer: el escritor leonés buscaba entonces la pensión del galardón para pasar dos años sin aprietos económicos, confiado en que la invitación de Rafael Borràs, entonces alto ejecutivo editorial de Planeta, era garantía más que suficiente para lograr con éxito semejante empresa.
El premio terminó finalmente en otras manos –por aquello de que los niños no vienen de París– de cuyo dueño ahora no es necesario acordarse. Trapiello se quedó entonces con los pies colgando. Por fortuna, el tiempo enmendó la situación. Las armas y las letras se ha convertido, con el correr de los lustros, en una suerte de catedral inacabada –además de la edición príncipe, existen ampliaciones del texto hechas en 2002 y 2010– de una memoria sin padrinos: aquella que enjuicia la literatura como lo que es –un ejercicio artístico– en lugar de como la competición entre las distintas cuadras de escritores buenos, malos y regulares, según sea el paradigma político vigente en cada momento.
Parece mentira, pero la verdad es como un náufrago que bracea con angustia en el océano del sectarismo, presente durante la Guerra Civil, convertido en ley durante los años oscuros del franquismo e instaurado más tarde como posverdad a partir de la Transición, cuando –como ha dicho Trapiello– quienes ganaron la contienda perdieron los manuales de literatura y al contrario. El acierto del ensayo del escritor leonés, y probablemente el motivo que ha mantenido incólume su libro frente a los intereses de quienes todavía conciben la cultura como un asunto entre banderías, es que está escrito desde una visión ecuánime, lo cual no quiere decir infalible. Las armas y las letras prescinde de la propaganda de unos y nació vacunado contra las quejas de otros. No es ni un manual crítico ni un tratado histórico, siendo ambas cosas en el fondo. Es el híbrido de un descreído que, sin embargo, está lleno de fe. En la literatura, por supuesto.
De ahí su portentosa capacidad para descubrirnos a ciertos demonios, bajar del pedestal sagrado de un porvenir más bien pasajero y efímero a determinados cruzados y reabrir el sendero que conduce a la Tercera España, que no es exactamente la equidistante, sino la coherente. La voz que –a través de Chaves Nogales, muerto sin epitafio en el exilio inglés y resucitado un día lejano en el vagón de un AVE, a la altura de Córdoba– todavía habla en el prólogo de A sangre y fuego de la derrota, o mejor dicho, del asesinato (civil) de aquellos intelectuales que eligieron seguir siendo ellos mismos frente a los extremismos políticos que todavía (con rostros distintos, desde el nacionalista al populista) condicionan la vida pública española.
Las armas y las letras, Andrés Trapiello / DESTINO
Al acierto del planteamiento de partida, fruto de la independencia de criterio de Trapiello, no exento de riesgos, se suma el extraordinario estilo literario de esta obra, donde oímos (con los ojos, a la manera del célebre poema de Quevedo) una prosa rica, clara e indestructible. En ella la retórica no mata al individuo, sino que le sirve de instrumento para mostrar un alma inequívocamente humana. Este tono es evidente en los prólogos –escritos para cada una de las reediciones–, donde Trapiello sitúa la correspondiente suerte, en la que muchos de los protagonistas de su relato pueden ser víctimas (de sí mismos) y verdugos (de los demás) si seguimos confundiendo sus dotes literarias con los actos de sus biografías, o juzgamos sus obras en función del devenir de sus vidas.
En un tiempo donde determinados lobbies ideológicos desean imponer una lectura de la literatura en clave moral –lo que supone reinventar la Inquisición, que de santa sólo tenía el nombre– defender, como hace este libro, la libertad de los hechos frente a los dogmatismos culturales no es una tarea estéril. Más bien nos parece un ejercicio esencial para entender el verdadero paisaje de la mejor España (con figuras).