Una foto ilustrativa de violencia de género

Una foto ilustrativa de violencia de género

Letra Clásica

Igualdad, justicia, respeto

La educación y la concienciación social es la clave para erradicar la violencia machista

10 enero, 2018 00:00

El doctor Javier Urra es, por oposición, psicólogo de la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia y de los Juzgados de Menores de Madrid, pero ahora está en excedencia voluntaria, y tiene siempre por honor reivindicar que es el primer Defensor del Menor que ha habido en España. Desarrolla una potente labor de divulgación de estrategias para prevenir y afrontar lacras personales, y por eso también promueve buenos hábitos. En su reciente libro La huella del dolor (Ed. Morata) ha abordado la violencia de género en la dirección de prevenir y afrontar.

Según el Centro de Investigaciones Sociológicas, la preocupación que estas barbaridades generan en nuestro país es mínima. Es cierto que en un informe riguroso publicado hace diez años se mostraba que el número de mujeres asesinadas en España por cada millón de habitantes era la mitad que el de Dinamarca y la tercera parte que el de Finlandia.

¿Por qué nos sorprenden estos datos? Los estereotipos atenazan. En estos asuntos no hay triunfalismos que valgan, hay que saber que hoy día en nuestro país están reclusas por delitos de violencia de género casi siete mil personas, nada menos. Estamos en un promedio de sesenta mujeres asesinadas cada año por causa de su género femenino. Hagan números, verán qué barbaridad. Resulta que el 55% de quienes asesinaron a sus parejas ya tenían antecedentes violentos, del orden que fuera, pero no el 45% restante. Considérese que sólo el 6% de los maltratadores presenta una patología psiquiátrica; se trata, pues, de personas normales, en su gran mayoría.

El machismo en la sociedad

Hay que destacar una enorme bolsa de maltrato oculto: por miedo a la posible venganza del agresor, por desconfianza hacia policías y jueces, por un deseo confuso de no perjudicar al agresor, por el sentimiento anticipado de una penosa soledad, o bien, por llegar a ocasionar mayores problemas a sus hijos. En cualquier caso hay que decir en alto que estos malos tratos no son cuestiones privadas; hay que tener claro que no afectan sólo a las clases más desfavorecidas, pues no distinguen de clases sociales; que no se explican por causa del alcohol y otras drogas, sino que tienen una base ideológica: la voluntad de dominar y someter. Es cierto que hay abundantes denuncias falsas, pero estamos ante una violencia que se aprende socialmente como eficaz. Es bien visible cómo entre los jóvenes se reproducen con fuerza los modelos machistas, así: uno de cada tres jóvenes entre 15 y 27 años considera normal controlar los horarios y relaciones de su pareja. Esto es interpretar la supremacía del hombre sobre la mujer. Autoafirmarse en el dominio y sometimiento de otras personas.

¿Hasta qué punto transmite una madre el machismo a sus hijos varones? ¿Transmitimos en casa la vivencia de ponerse en el lugar del otro? Esta vivencia se puede convertir en un hábito, dice Urra, como el que se adquiere al ponerse el cinturón de seguridad nada más sentarse en el coche, un acto reflejo: “Es lo que hemos de conseguir en los niños, que en poco tiempo serán adultos”. Hay que contar también, con especial énfasis, en las otras víctimas de violencia de género, como son quienes quedan huérfanos: un penoso proceso de duelo por delante. En cualquier caso, hay que insistir en que es imprescindible una buena educación desde muy niños, esto supone promover la igualdad, la justicia y el respeto. Podríamos concluir que esta es la única salida posible contra la violencia de género. No hay otra.