La ley de la jungla 2.0: el caso 'Black Mirror'
Las series de ciencia ficción plantean un inquietante futuro en el que la tecnología genera verdaderos dictadores domésticos
10 enero, 2018 00:00Es curiosa la manera en que la ciencia ficción del pasado representaba el mundo. Lo hacía siempre, y pensemos, sin ir más lejos, en Blade Runner, pero podríamos ir algo más lejos y fijarnos en Forbidden Planet, o incluso echar un vistazo a los clásicos que acumulan polvo en las librerías de casi cualquier aficionado al género y darnos cuenta de que antes de que el universo Facebook y las nuevas tecnologías (aka redes sociales) dieran con nosotros, el género interpelaba a un nosotros francamente amplio. A veces era un nosotros planetario, o familiar (y entiéndase la familia como cualquier comunidad que nos acepte: Star Wars). Lo que ocurre hoy, y basta empezar a ver la nueva temporada de Black Mirror para darnos cuenta, es que ese nosotros se ha convertido en un claro yo. Un claro yo contra el mundo, un claro yo dominando el mundo, o no dejándose someter a él, y utilizando, claro, esas nuevas tecnologías que le han hecho único, que le han repetido una y mil veces que su historia, su vida, vale más que la de cualquier otro, y ellas van a ayudarle a abrirse camino en ese mundo que es un poco más justo con él porque ellas existen. La nueva ley de la jungla. O, digamos, la ley de la jungla 2.0.
¿Y qué ocurre cuando esas nuevas tecnologías nos permiten seguir siendo niños, esto es, hacer lo que nos venga en gana cuando nos venga en gana, pensando únicamente en nosotros porque nosotros (y no es un nosotros real, porque no hay plural en esta nueva ciencia ficción, esta nueva ciencia ficción se conjuga en singular) nos merecemos lo mejor? Que, además de elevar a la enésima potencia la principal baza del capitalismo, un capitalismo que nos ha convertido en productos que compiten entre sí, se crean dictadores domésticos. Como el protagonista de USS Callister, el primer episodio de la nueva temporada de Black Mirror, que, harto de que sus compañeros de trabajo le menosprecien cuando él es el tipo importante que permitió crear el simulador de vida infinita al que todo el mundo juega, ha creado su propia versión del mismo, al que envía clones digitales de estos compañeros crueles, condenándolos a vivir para siempre en la nube y a las órdenes de una versión del capitán James T. Kirk de Star Trek que interpreta él mismo, cuando no está encargando pizza o pasando el rato en la oficina. Robert Daly (Jesse Plemons), que así se llama, es un pequeño dictador, que utiliza el futuro al que creemos que podríamos llegar algún día, para comportarse como un niño rencoroso y malcriado.
El fin del libre albedrío
Y sólo un ejemplo más: Arkangel, el primer episodio que dirige Jodie Foster para la franquicia. No es raro que Jodie Foster dirija. Ha dirigido un par de episodios de Orange is the New Black (de hecho, figuró entre las impulsoras de la serie de Jenji Kohan) y uno de House of Cards, por citas un par de ilustres ejemplos. Y el que firma para Black Mirror es otra buena muestra de cómo, para la ciencia ficción del presente, el enemigo, o el motor del problema, del conflicto, es el yo. En él, una madre decididamente insegura, asustadiza, la clase de madre a la que alguien debería gritarle "Get a life!", porque eso es lo que necesita, una vida, considera que la mejor manera de dejar de sufrir por su hija es implantarle una nueva tecnología, un programa que evidentemente vulnera el derecho a la intimidad y acaba, de un plumazo, con el libre albedrío de la criatura, a través del cual podrá ver en todo momento lo que está viendo su hija, localizarla en el mapa, controlar su nivel de estrés, etc. A través de Arkangel, el programa en cuestión, la madre vivirá la vida de su hija, desde la oficina, desde el sofá, por la noche, con una copa de vino en la mano, como si la vida de su hija fuese El Show de Truman en vez de la vida de su hija. He aquí otra dictadora doméstica, alguien que, por miedo a perder lo único que tiene, lo anula, lo cosifica, lo controla, hasta sus últimas consecuencias. Teniendo en cuenta que la ciencia ficción siempre ha funcionado como un pilotito rojo, ¿nos dirigimos a un mundo habitado por pequeños dictadores, o nos encontramos ya en él?