Literatura mariana

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Letra Clásica

Literatura 'mariana'

Conocidos escritores han recurrido a las drogas para buscar la inspiración

23 noviembre, 2017 00:00

Son muchos los autores que han escrito entre bocanadas de humo. Fumaba Kipling, tabaco por supuesto. Fumaba el creador de Peter Pan, Barrie, quién tenía por costumbre bautizar sus pipas: Rómulo, Remo, Sirena... Fumaba Dumas, cuya mejor obra dio nombre a los Montecristo. Fumaba Conrad, no mucho, lo suficiente como para que sus libros tuviesen más ceniza que los burdeles de Pompeya. Ortega lo hacía con boquilla, al igual que su discípula María Zambrano. Todos trabajaban la inspiración entre pitillo y pitillo, o paseando mientras repasaban ideas con el cigarro en la mano, la muñeca caída y la mirada profunda a lo Bogart. Hay otros escritores como Poe, Fulkner, Roth o Hemingway que la buscaron sumergiéndose en la etérea borrachera. Hasta Teresa de Ávila le pegaba al tinto: "Nuestra alma [es] como una habitación, a la que Dios nos invita cuando le place para intoxicarnos con el delicioso vino de su gracia".

Como explica William James, las drogas tienen el poder de estimular facultades místicas de la condición humana, que ya el día a día se encarga de aplastar: "La sobriedad disminuye, discrimina y dice no. La ebriedad expande, aúna y dice sí". Esa idea de que en el estado sobrio actúa como filtro sensitivo que no deja pasar a las musas, también lo recoge Luis Racionero en su libro casi biográfico Sobrevivir a un gran amor, seis veces: "El cuerpo, que es sabio, filtra la realidad, debilita la percepción por medio de los circuitos transmisores para que no estemos en ácido todo el día, porque si no, no haríamos más que contemplar, oír música, flotar en la eternidad y, los afortunados, echar unos polvos más brillantes que mil soles. Y de trabajar, nada". Unas ansiadas vacaciones en un paraíso artificial, alejado del raciocinio censor.

Charles Baudelaire recoge en El vino y el hachís la historia de un violinista que se acercó a un grupo de consumidores de maría. Inconsciente de los efectos del cannabis sonrió e intentó pegar la hebra. Acto y seguido todos se echaron a reír. Ante carcajadas y juegos de palabras chulescas contestó: "Puede que esta bromita les haga gracias a ustedes, pero a mí ninguna". Enfadado, intentó marcharse. Alguien le cerró el paso. Otro se arrodilló delante de él y le suplicó que tocase algo. El músico hizo vibrar las cuerdas. Todos arrancaron en suspiros y llantos. Asustado, se apiadó del más dolorido ofreciéndole bebida para salir del trance. El afectado desechó el trago con estas palabras: "¿Qué puede exasperar más a un enfermo de felicidad que pretender curarle?".

El hachís potencia desmesuradamente la personalidad humana en la situación concreta en que se encuentra, y he aquí el peligro. "Lo mismo que se intensifica toda alegría, cualquier dolor o angustia se vuelve intensa", decía Baudalerie mientras advertía de no llevar a cabo esta experiencia si tendéis a la depresión "o debéis pagar una letra de cambio". Fue esa cualidad potenciadora de los estímulos lo que despertó la curiosidad de tantos pensadores, aquellos que miraban con recelo la moral de su época y querían alejarse.

Doping de escritores

La marihuana, ese estimulador de facultades místicas, se convirtió a partir del XIX en el combustible de muchos escritores. Las palabras más corrientes y las ideas más triviales adquirían una nueva fisionomía, lo que permitió un mejor análisis. Aldous Huxley, cuando trabajaba para el Saturday Evening Post, escribió: "Casi todos nosotros funcionamos al 15% de nuestra capacidad. ¿Cómo podemos aumentar esa eficiencia tan baja y lamentable? Dos métodos están disponibles, el educativo y el bioquímico". Quizás el educativo ponderaría más que el de la química, incluso cuando se combinasen ambos. Baudaliere de nuevo advertía de que en determinados temperamentos esta droga únicamente provocaba una alegría violenta, lo que resultaba insoportable a los espiritualistas. Y como ejemplo narra la historia de un juez que, bajo los efectos de la hierba, se puso a bailar can-can. Aquel togado que juzgaba las acciones de los demás había aprendido en la intimidad ese baile del demonio. "El verdadero monstruo que llevaba dentro salía a la luz".