Marina Garcés, en la otra Alejandría

Marina Garcés, en la otra Alejandría

Filosofía

Marina Garcés, en la otra Alejandría

La filósofa de la insumisión cultural, pensadora callejera, militante en contra de la solemnidad y parte del ágora, anda con los pies en el suelo pero mirando al cielo.

6 abril, 2018 00:00

Lawrence Durrell escribió en La celda de Próspero que, en algún lugar entre Brindisi y Grecia, se encontraba “el azul”. Descubrió Corfú y los estados alterados de la conciencia, antes de conocer Alejandría. Allí, en la ciudad egipcia de los tranvías sobre altos acantilados, habría podido vivir su otra vida Marina Garcés, una filósofa autoproclamada callejera, tocada por un sutil gipsy y marcada por la experiencia numinosa de los que van con los pies en el suelo, pero mirando al cielo. El rumiar de Garcés se desparrama desde al espacio público hasta el universo intimista y familiar desarrollado por las mujeres. Discursea comiendo, amando, cocinando, cuidando o narrado en off historias interminables. En sus opiniones y doctrinas, ella desliza algo de la princesa Sherezade y mucho de vida compartida, como se puede ver en su libro Un mundo común. Ha leído más que Hipatia, la última bibliotecaria antes de la destrucción de los anaqueles Ptolomeo. Aquella era matemática, neoplatónica y discípula de Teón, el astrónomo. Garcés es parte del ágora; milita radicalmente en contra de la solemnidad; rechaza la privacidad como torre de marfil.

El punto izquierdoso de Garcés no tiene afortunadamente el deje parisino. Se compromete y se deshace en la falda de Ada Colau, la alcaldesa que invitó a la filósofa a efectuar el último pregón de la Merced. Y, gracias a ella, por primera vez en la historia, la palabra en el Saló de Cent tuvo aquel tono desafiante del situacionismo urbano, que veranea en la Toscana, nunca lejos de Florencia: "Sólo queda espacio", dijo Garcés, "para una respuesta colectiva contundente que transforme, de raíz y sin complejos, este Estado". Bombazo. Colau llena de guiños al rojerío, pero es incapaz de  cumplir las exigencias de gestión que reclama Barcelona, hermana de Alejandría y ciudad eterna. Los catamaranes de la World Race atravesarán mares lejanos y a su paso por Alejandría sus capitanes brindarán con Resina; una vez saciados, lanzarán la copa por la popa sobre aquel “mar color de vino” (Italo Calvino) que hay entre el Tirreno y el Adriático. Adiós a los capitanes, no a los de Conrad, pero si a otros, menos míticos y algo más prosaicos con sus sentinas cargadas de promesas auríferas. 

Casa vez que Colau tose se nos va un chollo; el penúltimo fue la Agencia Catalana del Medicamento; el último la Wolrd Race. Y mientras se hunde el Titanic de los menestrales, el jocoso el teniente de Alcalde, Gerardo Pisarello, el nene cambianombres, azote de una aristocracia sepultada por el tiempo, se divierte gobernando alfareros, plateros, libros de viejo y compañía.

El punto izquierdoso de Garcés no tiene afortunadamente el deje parisino. Se compromete y se deshace en la falda de Ada Colau, la alcaldesa que la invitó al pregón de la Merced

Mientras muere nuestra Alejandría, la palabra nítida de Garcés gana en engranaje y matiz. Su filosofía, la que imparte en la Universidad de Zaragoza, es un arma transformadora. Lo dijo dulcemente muy cerca del público en uno de sus intervenciones a la luz, y por un momento pensé que era la primera vez que escuchaba con dulzura la 11 Tesis de Feurbach. Si me trago semejante asunto sin coger un torzón, será que sirvo. Garcés es acción y más acción o, mejor dicho, es binomio marcusiano acción-represión. Sus palabras aquel día fueron una ofrenda indisimulada a la triste memoria del autonomismo italiano, el mundo que  autoliquidó al editor Feltrinelli (le explotó entre las manos una bomba destinada a no sé qué redención) y encerró a Toni Negri, orador eterno en las aulas neogóticas, con sillares de piedra y arcos ojivales. Con Garcés, pese a todo, encontré una mano diestra con la que quedarme al leer su libro Fuera de clase (Galaxia Guttemberg), filosofía de guerrilla, recopilación de artículos publicados en el diario Ara “porque no es en las aulas donde se aprende”.  

¿Por qué obedecemos si podríamos dejar de hacerlo?

Esta defensora de la filosofía como forma de vida, tiene una misión en un mundo que se agota: debemos dejar de ser sumisos, dejar de ser autosuficientes para liberarnos colectivamente de las cadenas visibles e invisibles. ¿Por qué obedecemos si podríamos dejar de hacerlo? Es la pregunta de Etienne de Boetie, un autor del seiscientos que cita a menudo Garcés, el escritor opuesto  a Michel de Montaigne, ambos en un combate ideológico y vital en Toulousse, el enclave de la torre que cobijó la génesis de los Ensayos, la obra magna del primer racionalismo francés. Jean-Luc Henning ha escrito una historia conmovedora de ambos escritores en el momento de la muerte de La Boetie, cuando el moribundo reconoce la amistad como una forma de amor.

Esta defensora de la filosofía como forma de vida tiene una misión en un mundo que se agota: debemos dejar de ser sumisos, dejar de ser autosuficientes para liberarnos colectivamente de las cadenas visibles e invisibles

Hasta ahora, Garcés ha sido una joya del conocimiento sin barreras ni engranajes, pero aparece Nueva ilustración radical (Anagrama) y con ella, además de la insumisión, se cuela el pensamiento crítico al servicio de la razón, ofrecida como material clasificable, utilizable, positivista, casi científico y mal asunto cuando llega este turno, porque, como dejó escrito Nietzsche o eres Schopenhauer –“mostremos gratitud al hombre cuya escritura aumenta el gozo de vivir”- o mueres en el intento.

Garcés trazó su vida en la dermis de Barcelona. En el 92, año olímpico y origen de la Europa de Maastricht junto a la explosiva globalización económica, esta mujer de aspecto frágil y cabeza de toro optó por pensar y abandonó la comunicación. Tenía apenas 20 años. La ciudad es el substrato al que vuelve siempre el pensamiento crítico de esta incansable impulsora de la Fundación Espai en Blanc. Su abuelo, el poeta Tomás Garcés, fruto de la primera gran inmigración, llegó a Cataluña en el cambio del siglo XX para trabajar en la construcción de la Exposición Universal del 29. La ciudad es memoria.

En el cruce pasado-presente está la mejor versión de esta pensadora volátil y densa al mismo tiempo. Cuando apareció Filosofía inacabada (Galaxia Gutemberg), la iniciática profesora se situó ante el reto de “inacabar” el fin del planeta por el abuso sobre el medio natural. También fue el momento de su contribución frustrada a la agitación en las ciudades a partir de 2015, cuando Carmena y Colau colonizaron la bicapitalidad, liderando el anillo Cádiz-Zaragoza-Badalona-Valencia y otras, en el auge efímero de Podemos. Solo se cumplió un remake a destiempo de aquel principio de subsidiariedad esparcido mucho antes bajo el peso de Pasqual Maragall. Aquella Barcelona de los noventa no se olvidó de sus prioridades; abandonó la barricada de  Hugo en Los Miserables, y supo premiar a sus mejores hijos hasta el interregno finalizado mucho después con la llegada fatal de Colau. La alcaldesa es contumaz en el error. Alimentó la Barcelona-París de Julien Sorel, protagonista de Stendhal (El rojo y el negro), hijo de un carpintero de Verrrières, que entrega su vida a la insurrección, como lo hicieron en la Universidad teñida de rojo los Comités de Acción en los primeros años setentas, antes del tardofranquismo.

Ella propone “desapropiar” la cultura para que deje de ser una esfera separada de la sociedad, una opción de ocio, un sector de la industria; desapropiar los museos, los centros de arte y las instituciones de la estética-sacra

Afortunadamente, estamos demasiado lejos de aquel antagonismo. Y para evitar el choque, Garcés se llevó el combate teórico de la calle hacia el crecimiento desigual de la cultura en un sentido amplo: “La cultura ha sido apropiada por las marcas corporativas, por naciones, por ciudades-marca”. Ella propone “desapropiarla” para que deje de ser una esfera separada de la sociedad, una opción de ocio, un sector de la industria; desapropiar los museos, los centros de arte y las instituciones de la estética-sacra. Garcés tiene un catálogo que convertiría en rambla el Museo de Arte Moderno, el MNAC, el Picasso y las fundaciones privadas, como la Suñol del Paseo de Gracia o el Espai Volart de Aussias March. Pregona el apagón institucional, el eclipse de museos, de teatros y hasta de cafés monumentales. Estamos ante el hecho indiscutible de muchas opciones imposibles de digerir y, en cambio, hay muy poco espacio para crear y plantear novedades. 

Estamos delante de un Vesubio inevitable, a punto de encajar su erupción, espectáculo majestuoso y criminal a la vez. Mañana, como en la descripción de Plinio, los catalanes amaneceremos cubiertos de ceniza; seremos tal vez  la nueva Pompeya. Mientras tanto, querida Garcés, el pensamiento no puede dormir con la tropa del procés, el batallón que quiere arrasarnos para luego poseernos. Nuestro mundo amenaza destrucción o tedio. Alejandría superó la destrucción; Hipatia dejó huellas imborrables más allá de su Biblioteca. La salvación se anuncia cuando  la filosofía se vive como forma de amor. Con el cuerpo del filósofo como objeto de profanación, cada mañana uno puede encontrar respuestas en calles y plazas. Garcés defiende la invención y practica la relación igualitaria con los grandes maestros, la democracia absoluta del pensamiento. En su inventario, el tocador (el boudoir) solo es para entrar, mirar y salir pitando sin complejos hacia el único deseo permitido: el deseo de saber. La filosofía no es el vestido que nos cubre. ¿Qué es pues? “La piel”.