El filósofo Javier Gomá, autor de 'Universal concreto'

El filósofo Javier Gomá, autor de 'Universal concreto' EFE

Filosofía

Javier Gomá o cuando el presente es el mejor de los tiempos

El filósofo constata en su 'Universal concreto' que la democracia liberal representa, no sólo el mayor progreso material de la Historia, sino también el moral

17 febrero, 2024 16:17

Universal concreto. Método, ontología, pragmática y poética de la ejemplaridad, (Taurus) de Javier Gomá Lanzón, que sigue la línea de textos anteriores, es un libro de filosofía. Habrá quien lo ponga en duda cuando lea su afirmación de que la filosofía es una forma de literatura y no una ciencia pero -más allá de que, efectivamente, la filosofía no es una ciencia-, hay algo de lo que no cabe duda: si la filosofía supone una visión general del mundo, Gomá la aporta. No pasa por alto prácticamente nada. Incluye un discurso sobre lo que hay y sobre lo que debiera haber (en términos filosóficos, una ontología, una metafísica y una ética). Ofrece una concepción del hombre y de las relaciones sociales; una visión de la política, del poder y del sometimiento; una teoría estética; una filosofía de la historia, con referencias a la idea de progreso, y una reflexión sobre la propia actividad. Se distancia de las principales tendencias del pensamiento contemporáneo (posmodernismo y marxismo) y presenta consideraciones sobre el lenguaje, sin adscribirse a la filosofía analítica.

Arranca con una declaración de principios: la filosofía debe ser literaria y mundana, y hablar a cualquier lector. Si los poetas y los novelistas no escriben sólo para sus colegas, el filósofo deberá dirigirse también a un público más amplio que los profesionales de esa actividad. De hecho, “todo filósofo está llamado a ser escritor y poseer una buena prosa. Platón, Agustín de Hipona, Descartes, Hume, Schopenhauer, Nietzsche, Ortega y Gasset, entre otros muchos, fueron maestros del estilo”. Más aún: Bergson, Russell o Sartre obtuvieron el Nobel de Literatura.

El filósofo Javier Gomá

El filósofo Javier Gomá CG

La referencia es “el ‘giro lingüístico’, introducido en la filosofía contemporánea a lo largo del siglo XX en paralelo a la realización histórica de la democracia”, que “ha generalizado la condición de filósofo a todas las personas”.

La prueba de fuego de una filosofía es, sostiene, su aceptación por los lectores. Volverá sobre ello el final del libro al analizar las relaciones entre literatura y filosofía, incluyendo referencias al papel y función de la novela y a la proximidad del discurso filosófico con el teatro, en un intento de recuperar la oralidad presente en, por ejemplo, Platón.

Gomá distingue tres fases en la historia del pensamiento. La primera llega hasta la Ilustración. En ella el hombre es un elemento subordinado al cosmos. De ahí que en el pensamiento socrático no sea una referencia central. Se convierte en esencial con la revolución copernicana que promueven las Luces y que, en el ámbito del pensamiento, culmina Kant y el Romanticismo. La cultura sustituye a la naturaleza como principal referente y la subjetividad se constituye en eje. “Una subjetividad”, precisa el autor, “es un yo que se entiende a sí mismo como una libertad absoluta sin límites, excepcionalidad que no es susceptible de imitarse ni universalizarse”. Fruto de ello son las filosofías críticas y las vanguardias. La tercera fase tras la segunda guerra mundial supone el triunfo de la democracia igualitaria. El protagonista pasa a ser un “sujeto socializado, modelo de imitación, llamado individuo”.

Triunfo de la igualdad

Y aquí entra uno de los conceptos fundamentales de la filosofía que propone Gomá: la ejemplaridad. En el pasado se imitaba a las ideas, a la naturaleza y a los antiguos (sus libros), aunque no siempre proponían modelos. “Puede uno admirar al héroe trágico, sentir su dignidad o acaso compadecerlo, pero nunca identificarse con su persona (...) el espectador no quiere de ningún modo una suerte como la suya”.

En el presente la imitación es igualitaria y el modelo es otro yo personal. Dado “que, en este mundo, no es posible ser moralmente autónomo, la cuestión moral estriba, a la postre, en elegir autónomamente (racionalmente) la forma de nuestra necesaria heteronomía (el modelo)”. La igualdad democrática enseña que todos estamos “irremediablemente envueltos en una red de influencias mutuas, arrojados a un horizonte bidireccional de ejemplos personales”.

La ejemplaridad no es el ejemplo: “La ejemplaridad es siempre positiva, un ejemplo digno de generalización, mientras que el ejemplo puede ser tanto positivo, si es ejemplar, como también negativo”. Es el ejemplo el que introduce en el pensamiento la cuestión del mal y su opuesto, el bien. “Se plantea aquí con toda su seriedad y crudeza el problema del Bien, un Bien (que) termina siendo exterminado con violencia por quienes lo detestan y aborrecen”. ¿Cuál es la razón de ese odio al Bien?, se pregunta. Y responde, “El mal ejemplo absuelve, el bueno condena”, porque “la presencia del mal ejemplo infunde buena conciencia entre quienes, estando bajo su influencia, no lo imitan”. El mal ejemplo halaga la vulgaridad del entorno; el buen ejemplo la señala con el dedo acusador

La ejemplaridad supone el triunfo de la igualdad sobre la libertad. Incluso en el lenguaje: “La aristocracia del lenguaje formalizado, que presidía la tradición, cede el sitio últimamente a la democracia de la lengua natural”. La forma de conocimiento del ejemplo a seguir no es ya la definición terminológica sino un comportamiento que se acerque al modelo, tras asumir la temporalidad de la existencia. No porque el hombre sea un ser para la muerte sino porque es consciente de su finitud e intenta burlarla. “Conocer su propia finitud transforma al conocedor en un ser mortal”. Un conocimiento que define al hombre y lo invita a la ejemplaridad. “No se encontrará sobre toda la redondez de la tierra aventura mayor ni más admirable que aprender a ser mortal”.

Portada del libro de Javier Gomá

Portada del libro de Javier Gomá

Hay influencias evidentes. Platón, pero sobre todo Aristóteles y Kant. Al resumir las aportaciones del pensamiento al presente (como se verá, el mejor de los tiempos habidos), afirma: “La Historia demuestra que en el curso de milenios la humanidad ha sido capaz de alumbrar un número sorprendentemente escaso y manejable de buenas ideas. En el terreno de la moral, por ejemplo, apenas un puñado de ellas: libertad, igualdad, justicia, solidaridad, dignidad y algunas otras, pero no muchas más”.

Si la libertad fue el valor determinante en la fase romántica, ahora  dominan la igualdad y la dignidad. La dignidad era un atributo de las élites y hoy es universal. Kant la convirtió en elemento propio del sujeto moral y no del cosmos. En la segunda mitad del siglo pasado se pasó de “la dignidad liberal-minoritaria a la democrático-igualitaria”. De modo que “la democracia ha cambiado atrevidamente el antiguo criterio por otro de nueva factura: a la hora de formar la voluntad general, ha sustituido la pregunta sobre qué es lo mejor para el bien común, por la de qué quiere cada uno de los ciudadanos, cuál es su voluntad particular, en el entendimiento de que cada uno de ellos es portador de la misma dignidad”.

He aquí la máxima ontológica: “Vive de tal manera —con tal ejemplaridad, con tal dignidad— que tu muerte sea escandalosamente injusta”, completada con: “Obra de tal manera que respetes, en todo caso, la dignidad de los otros”.

Sensación de malestar

No siempre ocurre. Hay comportamientos a los que obliga el derecho. Otros dependen de la conciencia, una entidad privada. El hombre actual se aferra a esa privacidad, pero “el dogma moderno de la vida privada ha sido la coartada para la vulgaridad y la desconcertante ausencia de reglas en el ámbito personal, como si el yo se tomase la revancha del exceso de normativismo del mundo exterior practicando la anomia absoluta en el interior”, por eso “el presente estado de la cultura es la democracia, de momento bajo el signo de la vulgaridad”, lo que no implica que tenga que seguir siendo así.

La universalización de la dignidad muestra que la historia apunta en cierta dirección, no obligada, que ha llevado hasta un hoy mejor que cualquier ayer. “Nuestro presente, la democracia liberal, representa el mejor momento de la Historia universal”. La “superioridad del ahora puede ser de dos clases: material o moral. Material, si hay más vida hoy que antes; moral, si esa vida aumentada es además vida mejor en el orden de los valores” y “somos los mejores en ambas categorías” porque “la democracia liberal representa, no sólo el mayor progreso material de la Historia, sino también el moral. No sólo más vida, sino también vida mejor”.

Sin embargo, impera una sensación de malestar. ¿A qué se debe? “Las causas de nuestro actual descontento se resumen en cuatro: la condición moderna, el progreso de la dignidad, el concepto moderno de cultura y la caída del Telón”.

La universalización de la dignidad aumenta el malestar en la medida en que se multiplican los motivos para la indignación, del mismo modo que una mota de polvo pasa desapercibida en un estercolero pero no en un espacio aseado.

El valor de la amistad

Presta Gomá atención a las críticas que afloran en la propia sociedad, en especial el marxismo y el posmodernismo. Ambos describen la cultura como un instrumento de dominación. “Aunque en Occidente el marxismo haya fracasado como alternativa política a la democracia liberal, su interpretación de la cultura como ideología (...) ha triunfado en la conciencia colectiva de las sociedades democráticas” ya que “toda la cultura (literatura, música, ciencia, arte, religión) es, según él, expresión simbólica de esa dominación ideológica ejercida por la clase burguesa con la que pretende que el obrero, además de servirle, se enamore entrañablemente de sus cadenas”. Llega a parecidos resultados ético-políticos, “el posestructuralismo o posmodernidad, movimiento que, en la estela de Nietzsche y su repudio de la civilización platónico-cristiana, propugnó esa versión de la transmutación de todos los valores que fue la deconstrucción”. El resultado es que “ambas corrientes filosóficas confluyen en la figura de un ciudadano, lúcido y desgraciado por partes iguales y a la postre muy crítico con la cultura democrática en la que vive, tachada de ilegítima y embustera”. Un descontento crítico que presupone la existencia de un modelo ideal desde el que se rechaza lo real.

La última causa del malestar llega tras la caída del muro de Berlín. Antes cabía atribuir el mal al enemigo. Desaparecido éste, “la democracia no tiene más remedio que interiorizar su descontento, del que, en ausencia de un afuera, ya no cabe culpabilizar a nadie más.

Pero no hay que ser pesimista. En su opinión, se percibe una tendencia a la mejoría, cuya base es otro concepto aristotélico, la amistad. Como afirmó el Estagirita, cuando “los hombres son amigos, no tienen necesidad de justicia”, aunque “cuando son justos, siguen necesitando de la amistad”. El valor de la amistad impulsa hacia un futuro mejor tanto en el plano de los estados nacionales como en el internacional. El futuro lleva a un cambio que “va de la coacción estatal a la amistad cívica”. El modelo, una vez más, Kant y su propuesta de una filosofía cosmopolita que sea siempre un horizonte al que tender, sabiendo, eso sí, que también se aleja a cada paso dado.