'El Banquete de Platón' (1869), un cuadro de Anselm Feuerbach

'El Banquete de Platón' (1869), un cuadro de Anselm Feuerbach

Filosofía

Emilio Lledó, lecciones desde el ágora

Taurus reedita ‘Fidelidad a Grecia’, una recopilación de artículos y ensayos del filósofo sevillano dedicados al lenguaje, la identidad, la cultura y la moral pública

15 octubre, 2020 00:00

En el principio fue la palabra. La filosofía y Dios vinieron luego, antes que la ciencia, sustituida más tarde por la dictadura de una tecnología que, al pensar por nosotros, corre el riesgo de convertirnos definitivamente en estúpidos. El pensamiento de Emilio Lledó (Sevilla, 1927), tanto en su versión escrita –los libros– como oral –la palabra pronunciada en un aula–, es una lucha pacífica contra esta amenaza. Una suerte de espiral luminosa que, desde lo terrestre, asciende, aparentemente sin esfuerzo, hacia la cumbre del entendimiento. Un viaje desde el sentido íntimo de las palabras en dirección a las ideas puras y a los conceptos, tan queridos por Platón y Aristóteles, pilares de la filosofía griega sin los que no se explica ni el pasado ni el presente, y a los que el viejo profesor ha visitado a lo largo de su vida con la familiaridad de quien, desde el principio, supo sumergirse en el asombroso océano infinito de las lenguas clásicas

Toda su filosofía, desde la más elaborada y sistemática a la diseminada de forma fragmentaria en textos de ocasión y circunstancia, comienza con el análisis del lenguaje, el instrumento intelectual que diferencia a los seres humanos del resto de la creación y permite a nuestro cerebro articular el mundo (mientras dura). La vida, en efecto, empieza con el signo (sonoro) del llanto y termina con una última palabra de despedida. Entre medias, sucede toda la existencia, que es verbal, fonética, musical o gutural. De algunos de sus episodios esenciales trata Fidelidad a Grecia, una deliciosa y accesible antología de ensayos breves, reflexiones, meditaciones y artículos que reedita Taurus. No se trata de textos inéditos –en 2015 fueron dados por primera vez a la imprenta por la editorial vallisoletana Cuatro Ediciones– pero sí de escasísima circulación, dado que en su mayoría fueron publicados hace más de una década en prensa, recopilaciones académicas o sirvieron como introitos de actos públicos y sociales, donde Lledó era requerido para elogiar y practicar el arte de la palabra ante un auditorio. 

El filósofo Emilio Lledó /RTVE.El filósofo sevillano Emilio Lledó / RTVE

El filósofo sevillano Emilio Lledó / RTVE

Al igual que los filósofos clásicos, el pensador sevillano, transterrado primero en el gris Madrid de la posguerra, y más tarde en Heidelberg, en cuya universidad enseñó durante un  decenio antes de regresar a la universidad española, no pierde ocasión para enunciar sus lecciones capitales desde el ágora imaginaria de un libro, un atrio, una tarima o la intimidad de su propio estudio, junto al Retiro madrileño, donde a sus 93 años sigue activo, leyendo y escribiendo. La filosofía de Lledó, sólidamente construida a base de lecturas y experiencias, no se da excesiva importancia, teniéndola en abundancia. Brota libremente de la reflexión sobre lo cotidiano, iluminando los problemas eternos a partir de la confrontación con la cultura griega, entre la que establece un puente directo con nuestros días. 

Los mismos miedos e inquietudes humanas, sin embargo, no producen las mismas respuestas. Somos distintos a nuestros ancestros, aunque no antagónicos. Por eso es tan importante el cultivo de las humanidades, que nos permiten entender lo que nos ocurre porque, antes, ya le sucedió a quienes nos precedieron en la rueda de la fortuna. Por ejemplo, la pandemia: en septiembre de 2009 Lledó escribe un artículo, a raíz de una epidemia de gripe, donde utiliza la metáfora de la enfermedad para hablarnos de las plagas (morales) de una sociedad que ha decidido destruirse a sí misma. Entre estos males, cita la corrupción política –una malversación previa de la ética– y la mentira de los gobernantes. “La familiaridad con la mentira de muchos políticos acaba haciéndoles inservibles no sólo como defensores y administradores de lo público, sino que daña, también, su salud personal, inhabilitándoles para realizarse en ese tipo humano del hombre bueno, del hombre decentespoudaios, decían los giegos– que se inventó en los comienzos de la filosofía política”. 

Fidelidad a Grecia, Emilio Lledó

Otra cala en la actualidad (vista con casi diez años de anticipación) es la conversión de los partidarios de un determinado movimiento o partido político en fanáticos absolutistas, como evidencia la constante polarización de la vida pública española. “Muchos de estos partidarios” –exolica Lledó– “no son inocentes; están ellos mismos corrompidos económica o, en el peor de los casos, mentalmente y aplauden, en el aplauso de sus supuestos líderes, sus propias fechorías”. ¿No es acaso esto lo que ha sucedido en la Cataluña? ¿No es la clave de bóveda de todos los populismos?

La mirada del filósofo sevillano sobre el presente es clara y diáfana porque está sustentada sobre el conocimiento profundo de un pretérito ocurrido hace siglos –en Atenas y otras colonias insulares y litorales de la cultura griega– que, asombrosamente, pervive en nuestros días con otros ropajes, como sucede con asuntos como el abandono de la sanidad pública –la mayor forma de solidaridad con el prójimo– o la manipulación de la identidad, convertida por los catequistas posmodernos, esos “patriotas de trapo”, en argumento para la disgregación y la desunión de comunidades virtuosas. Si la mirada de Lledó sobre el hoy es lúcida, su visión sobre los temas eternos de la filosofía nos parece, incluso en el limitado desarrollo que impone el género del artículo o el ensayo de ocasión, clarividente

Emilio Lledó, Filosofía y lenguaje

Lledó escribe sobre lo que mejor conoce –la educación– a partir de experiencias frustradas por motivos políticos, como ocurrió con la Institución Libre de Enseñanza –el libro incluye una semblanza dedicada a Giner de los Ríos–, espejismo de una España ilustrada capaz de mirar a Europa desde la excelencia de la docencia pública, razón última de la divergencia cultural de nuestro país con respecto a Francia o Alemania. “Somos un país de consumidores en manos de una oligarquía de niños de colegio de pago”, escribe, alarmado, por la perversión ideológica del único instrumento pacífico de cambio social: la formación, la búsqueda del conocimiento y, al cabo, la ejemplariedad pública. 

Lledó se convierte aquí en un moralista laico, ajeno a los dogmas, guiado por la razón, sacudido por la irritación de quien ve malversarse la herencia de la cultura occidental, “de la que Europa es infiel heredera”, pero reconvenido por la templanza del pensamiento crítico, que es el instrumento que permite diferenciar la realidad de sus simulacros. El libro contiene evocaciones de personajes como Antonio Machado o María Zambrano y meditaciones sobre el cambio cultural que supusieron hechos como la caída del muro de Berlín o la decadencia del marxismo.

El silencio de la escritura. Emilio Lledó

Pero sus momentos más memorables son los estrictamente filosóficos, donde Lledó profundiza, divulga, celebra y explica la maravillosa creación (artificial) que es el idioma o recupera –en una pieza antológica– la importancia de la misteriosa filosofía de Epicuro, que ha pasado a la historia como el defensor del hedonismo siendo en realidad el patriarca de la verdadera sabiduría terrestre, que es aquella que parte de la materia más tangible: nuestro cuerpo. Son lecciones magistrales compuestas a partir de razonamientos y sensaciones, hijas una filosofía viva, útil y sencilla. La prosa de Lledó persigue en ellas la exactitud, practica la divulgación y cumple la máxima de enseñar deleitando. Nos conduce en un viaje hacia nosotros mismos, que es el mismo que los antiguos griegos hacían a Delfos, donde descubrían que la felicidad no consiste en tener más, sino en ser mejor. En pensar con autonomía y libertad, “que no tiene nada que ver con que podamos decir lo que pensamos, sino con pensar lo que decimos”.