Xavier Rubert de Ventós, por Farruqo

Xavier Rubert de Ventós, por Farruqo

Filosofía

Rubert de Ventós: lluvia de ideas frente al mar color de vino

Fallece el filósofo, el amigo de Maragall, el que supo que la decadencia que explicaba Tácito se hacía realidad ante sus contemporáneos

28 enero, 2023 18:52

Xavier Rubert de Ventós, filósofo, inspirador de la izquierda catalanista. Tuve la suerte de conocerle en la Universidad Libre de Berlín, en los 80, donde pronunció una conferencia-estudio ante un grupo reducido de profesores en plena decadencia de la Escuela de Frankfurt. Habló de Ortega y de la Filosofie dans le boudoir de Sade, -dos extremos que se tocan más allá de la apariencia- remarcando siempre su estupefacción ante el lenguaje; impartió aquella clase en una escenografía muy Wittgenstein, un pequeño seminario con la gente compartiendo sillas o sentada en el suelo al estilo del autor del Tractatus, en Cambridge. Iba de una lado al otro, de Platón a Hegel, pasando por Bertrand Russell y por la diplomacia del ingenio francés, fuente de la elocuencia, con Denis Diderot a la cabeza y Honoré de Urfé en la misión de ciceronizar el amor profano hasta conciliarlo con la luz de la razón. Era Rubert en estado puro, jugando al escondite con aquel ilustre auditorio. Los académicos teutones flipaban. Era Rubert, frente al mar de color vino, tomando la expresión del título del libro de Leonardo Sciascia, que amaba de forma especial.

Rubert de Ventós, fallecido ayer a los 83 años, era omnisciente a fuer de amabilidad; sus alumnos de Arquitectura lo amaban como solo se puede amar a un profesor de Estetica, que vive la asignatura, a partir de la empatía. Fue catedrático de la Universidad Politécnica y fundó el Col.legi de Filosofía, un reconocible nido del pensamiento, creado en plena Transición por el propio Rubert, acompañado de Jordi Llovet --el que cincela la palabra con la ayuda de Mozart--, Eugeni Trias --el camino de en medio, entre Nietszche y Jesucristo--, y Toni Vicens, el pensador bajo la Luz cenital de Tarragona, la ciudad de Escipión el Africano. Tuve la suerte de entrevistarlo años más tarde para la revista Camp de l’Arpa, un papel abigarradamente letrado; y finalmente escuché su voz en Empúries, durante aquella chaine humaine que enlazaba Salses y Guardamar, al inicio del procés. Aquel día dijo, literalmente, la “interdependencia es el futuro, más que la  independencia”. Y claro los amigos de Artur Mas y Pere Aragonès que se lo veían casi suyo, lo perdieron por manazas.

Cómo ver el futuro

Renació así este hombre polifacético al que le iban el pensamiento, el arte, la pintura, la arquitectura, la política etc. Una especie renacentista cuyos pasos han seguido otros humanistas de postín como Rafel Argullol o Josep Maria Micó. ¿Cómo pensaba? ¿Qué ideología tenía Rubert? Miren, era un crítico de origen izquierdoso que aprendió a vivir en un laberinto de las ideas, en el que no hay ni hilo de Ariadna. Y vayamos a los hechos: Rubert fue diputado del PSC en el Congreso, entre 1982 y 1986, y en el Parlamento Europeo, entre 1986 y 1994. Y en este siglo XXI, proteico por la cualidad dionisíaca de sus identidades, ha pasado por la simpatía con el nacionalismo; al fin y al cabo, era un Rubert y el más travieso de todos los descendientes de americanus venidos a menos.

Xavier Rubert de Ventós muere a los 83 años / INSTITUT D'HUMANITATS

Xavier Rubert de Ventós muere a los 83 años / INSTITUT D'HUMANITATS

En la Barcelona de los que éramos demasiado jóvenes para saber que iba a pasar después del Antiguo Régimen, el profesor Rubert de Ventós era una leyenda desde el día en que distrajo a la Brigada Político Social por entre balcones, terrazas y tejados de la Diagonal (domicilio familiar), evitando su detención y las 72 horas preceptivas de Vía Laietana. Ni un Arsenio Lupin, mezcla de gentleman y cambrioleur, lo hubiese superado.

Fue miembro del FOC, la semilla de un partido socialista de mayorías, que acabaría germinando en el PSC, donde trabó amistad con Pasqual Maragall; y sí, el ex alcalde y ex president aquejado de Alzheimer, lo dijo muchas veces y lo ha repetido cuando su maltrecha memoria salpica verdades muy hondas: “él me ayudó a ver el futuro”. Una amistad fecunda de verdad. Dos cerebros marcados, a partes casi iguales, por el desvarío bien entendido y el sentido común. Tras conocerse el fallecimiento del sabio, el president Aragonès, de ERC, ha destacado que el filósofo presidió el Premi Internacional de Catalunya. Pero no ha dicho nada de lo más jugoso a nivel de entorchados:  Premi Ciutat de Barcelona (1963) por El arte ensimismado, el manuscrito generacional que lo puso en el mapa del pensamiento, con prólogo de José María Valverde, lo cual significaba que todo el Departamento de Martín de Riquer le daba la alternativa. También Premi Lletra d'Or (1969) por Teoria de la sensibilitat; Premi Josep Pla de Narrativa (1991) por El cortesà i el seu fantasma, y especialmente La estética y sus herejías, el Premio Anagrama de Ensayo.

Rubert de Ventós publicaría otros  libros, como Filosofia d'estar per casa, un pequeño lujo de la crítica de la vida cotidiana en el que ve la influencia de Jorge Santayana, el filósofo español afincado en EEUU, que acabó convenciendo a miles de lectores gracias las introducciones de Fernando Savater. Llegaron anatomías del pensamiento Pensadors catalans, un buceo desde el célebre Jaume Balmes hasta el ágrafo, Francesc Pujols. Sus esfuerzos teóricos derivan de una selección de las mejores escuelas pensamiento, desde Frankfurt a París o el continente americano: En lo político trasladó, en resumen, las aguas revueltas del nacionalismo al pensamiento claro del catalanismo político; sostuvo con letra ingeniosa el edificio noucentista, que no fue capaz de expresar en su totalidad el gran Eugeni d’Ors, ideólogo del novecientos.

El Rey habla con Diana Garrigosa en presencia de Pasqual Maragall el día de la conmemoración de los JJOO / EFE

El Rey habla con Diana Garrigosa en presencia de Pasqual Maragall el día de la conmemoración de los JJOO / EFE

Se reía carcajada limpia. Lo afrontaba todo con optimismo; fue un Tristan Shandy, armado con mochila a la espalda donde caben un ejemplar de La República de Platón, Los Ensayos de Montaigne y dos mensajes escuetos de los príncipes de Shakespeare. Mantuvo una lucha desigual contra la melancolía. Así lo prueba una de sus cenas con José María Aznar en 1996, recién llegado a Moncloa, compartiendo mantel con otros poetas y escritores en lengua catalana. Los que tuvimos la osadía de llamar al filósofo, después de las cenas, le preguntamos: ¿Qué ha dicho? ¿Qué quiere Aznar? Y Rubert fue claro; “ha dicho cosas que están muy bien y a he recitado a Gerardo Diego...(Río Duero, río Duero, nadie a acompañarte baja..). Ha sido una velada estupenda; debemos ayudarlo entre todos, al margen de si habla o no catalán en la intimidad”. Pues sí, este era Rubert de Ventós, un hombre de paz, tocado por la dulce maldad irónica, pero alejado de la maledicencia, como ha remarcado en El Periódico de Catalunya, Juan Cruz, al hablar del final de una mente “tan audaz y tan envidiada....Ayudó a que el tiempo fuera mejor; su risa, sus gestos, su manera juvenil de decir no al pasado, su audacia para traer el extranjero al estadio de las ideas, en las que fue uno de los más preclaros jugadores”.

Pensamiento crítico

Rubert viajó de fuera adentro. Aquí oficiaba de embajador de lo que se cocía en Londres, París o Nueva York, California y también en la mexicana San Bartolomé de las Casas, y más abajo, en Chiapas, donde el zapatista Marcos oficiaba su entronización en el indio. Sabía con tristeza que el sermo de la vida privada había vencido a la elocuencia de la vivencia cívica. Echaba mano de sus miles de libros -donados hace años a la Biblioteca Nacional- para ilustrar con Tácito del Diálogo sobre los oradores, y demostrar que la decadencia anunciada muchos siglos antes se hacía realidad en los lugares comunes de la conversación moderna.

Rubert sabía que toda la conversación, jugada por atracción entre ciudadanos libres, es en realidad un diálogo de muertos. Descubrió que la charla entre un sabio y un médico señala al puente de la laguna Stigia. Los antiguos decían que las Noches Áticas y las Saturnales no son solo un deleite para eruditos. El filósofo recién fallecido tuvo la suerte de conocer el pensamiento crítico entre la cocina y el salón de té de su propio domicilio. Su padre, Juanín Rubert fue uno de los universitarios que, mucho antes de la Guerra, asistían a los conciliábulos del mítico profesor Joaquim Xirau. Nació ungido por la letra y supo desplegar su camaradería en el tiempo que le tocó vivir.