'Las Malas', la novela “fuerte” de Camila Sosa
La autora argentina expone la naturaleza humana desollada, en línea con el mejor Henry Miller
28 enero, 2023 20:00Estaba en un bar cerca del ministerio de Cultura charlando de libros con Ernesto Pérez Zúñiga cuando se nos acercó la camarera, una chica argentina, nos preguntó si teníamos algo que ver con “la industria literaria” y antes de que se nos ocurriese qué responder nos imploró que leyésemos Las malas, que es, dijo, “una novela muy, muy fuerte”, y que fuésemos a escuchar a la autora, que era compatriota suya, que al día siguiente la presentaba en público en una céntrica librería. Le dijimos que quizá iríamos, y, claro, no fuimos.
Unos días después, en el AVE a Barcelona (yo iba leyendo El hombre que lo vio todo de Deborah Levy, un libro que no sé si he acabado de entender muy bien), e intercambié unas palabras con la desconocida viajera de la butaca contigua, que estaba leyendo Las malas. Me dijo que es una novela “buenísima, pero muy fuerte”.
En fin, era la segunda desconocida que me convocaba al libro de la señora Sosa, y con el mismo argumento de su fortaleza, así que lo compré y lo leí en un par de sentadas. Tiene una estructura muy funcional, una prosa muy natural y fluida y sin pretensiones estilísticas; es una novela literaria basada en la propia experiencia de la autora, desde su infancia atormentada cuando era un chico amanerado en un pequeño pueblo donde llamaba la atención y tuvo sus primeras experiencias homosexuales y su alcohólico y brutal padre le vaticinaba que “cualquier día vendrán a decirme que te han hallado degollado en una zanja”, hasta que, trasladado a Córdoba para estudiar en la universidad, se juntó con las travestis del parque Sarmiento y compartió con ellas la sórdida, zoológica y a ratos exaltante vida de prostitución:
“Por las noches el parque se torna salvaje. Las travestis esperan bajo las ramas o delante de los automóviles, pasean su hechizo por la boca del lobo, frente a la estatua del Dante, la histórica estatua que da nombre a esa avenida. Las travestis trepan cada noche desde ese infierno del que nadie escribe, para devolver la primavera al mundo. (…) El frío no detiene a la caravana de travestis. Una petaca de whisky va de mano en mano, papeles de cocaína visitan una a una todas las narices, algunas enormes y naturales, otras pequeñas y operadas. Lo que la naturaleza no te da, el infierno te lo presta. Ahí, en ese parque contiguo al centro de la ciudad, el cuerpo de las travestis toma prestado del infierno la sustancia de su hechizo”.
Como muestra basten estos dos botones. Es un libro testimonial, costumbrista, rabioso y sentimental, con algún detalle evasivo hacia el realismo mágico (a una camarada del parque le crecen plumas de ave, y la “madre” la tiene en el patio de su casa, en una jaula), y se va perfilando como una tragedia bárbara hacia la que convergen todas las anécdotas, todos los detalles, todos los personajes nocturnos como hacia un cataclismo inevitable.
Condición febril
Tragedia, pero no para la protagonista, alter ego de la autora, que abandonó, más o menos ilesa aunque con cicatrices en el ama, la mala vida y ha hecho gracias a este y otros libros una pequeña fortuna, ha recogido premios importantes y ha alcanzado cierta celebridad en su país no sólo como escritora sino también como actriz. En fin: otra buena escritora de la inacabable cantera argentina. Y un personaje curioso esta Camila Sosa, que dice que, al margen de su diario íntimo de consumo personal, si sigue escribiendo es porque con ello gana buen dinero, pero que si ganase más haciendo la calle, volvería a ella.
No sé si creerla. En el fondo me da igual. Me interesa esa novela, que tiene alguna cualidad que no sabría definir, relativa a la revelación, que creo que la hará inolvidable. Yo diría que pertenece una estirpe de libros no muy largos, más o menos confesionales, más o menos fabulados, que comparten una condición febril y que exponen la naturaleza humana desollada. Es la estirpe de fogonazos como, por ejemplo, del mejor Henry Miller, el del cuento Max, el judío de París, que dibuja a un amigo atormentado por el que el narrador siente afecto (un afecto a ratos interesado) y al mismo tiempo le irrita su falta de disposición a ser feliz, su innecesaria resignación a ser un judío errante y triste… Las últimas páginas, con el largo y contemplativo paseo nocturno de Miller en taxi, después de haber ayudado a Max a salir de París y volver a su ciudad natal –no sin despojarle de un fajo de billetes para pagar el largo paseo— no lo he olvidado aunque lo leí en otra vida.
A la espera de otros encuentros
Esas asociaciones o vínculos librescos no son, ciertamente, muy académicos, y a más de uno le pueden parecer aberrantes, pero me encomiendo a Valle-Inclán, que ante los reproches de Cotarelo y Ricardo León y otros solemnes de la época, respondía: “Bebo un vaso de bon vino / y sigo cantando mi camino”.
En esa estirpe coloco también los Naufragios de Cabeza de Vaca (Las malas ¿no es un naufragio patético?) Y hasta La perorata del apestado de Bufalino, con sus tuberculosos de postguerra. Unos con prosa seca y descriptiva, otros con un fraseo suntuoso e hipnótico, son libros nerviosos, sacrificiales, escritos como en trance de incredulidad propia.
Coloco también ahí Carpe diem, novela breve que, con perdón de Herzog y El legado de Humboldt, es mi novela preferida de Below, la menos complaciente, un alarde de ritmo endemoniado y de verdad terrorífica sobre las relaciones paterno-filiales; verdad abierta en canal.
Dos mujeres desconocidas me convencieron de leer Las malas. Quedo agradecido y a la espera de ulteriores encuentros y recomendaciones de gente extraña, que estoy seguro que se darán.