Constitución generacional
En una de las primeras entradas de su monumental Minima moralia, Theodor Adorno reflexionaba sobre el cambio que la sociedad de mercado producía en las relaciones entre generaciones. Que los más jóvenes de su tiempo se relacionaban ya con sus mayores en términos antagónicos lo demostraría el hecho de que entre los crímenes simbólicos de los nazis se contaba el de matar a la gente más anciana. Ello era muy distinto al devenir histórico de otras sociedades, donde la generación de los padres se veía como inofensiva e impotente cuando su fuerza física empezaba a declinar.
La tensión generacional sigue siendo uno de los temas de nuestro tiempo. En un informe reciente del Banco Central Europeo, se señala que los perdedores de la crisis económica de 2008 y pandémica de 2020 son los jóvenes nacidos entre 1985 y 1995. La riqueza humana obtenida de salarios bajos e inestables provoca una disminución en las tasas de emancipación, un acceso precario a la vivienda y un retroceso en la natalidad que puede provocar graves problemas demográficos. Frente a ellos, las generaciones maduras consolidan rentas que, si bien se ven afectadas por los bajos tipos de interés, les permiten afrontar un retiro más cómodo como consecuencia del esfuerzo fiscal del Estado para mantener un sistema de pensiones cada vez más desequilibrado.
Afrontar las tensiones generacionales requiere un método. En España tenemos esfuerzos filosóficos especialmente relevantes en la materia: Ortega y Gasset, su discípulo Julián Marías y Laín Entralgo abordaron la cuestión en la primera mitad del siglo XX. En términos científicos, conformarían una generación aquellos sujetos que, en un marco temporal y una franja de edad determinados, pertenecerían a un grupo humano a partir de unas características distintivas. Pero cabe problematizar el concepto a partir de su politización, como hizo el propio Ortega cuando diferenciaba entre hombres selectos y vulgares en el marco de las por aquél entonces en boga teorías de las élites.
Curiosamente, el problema generacional adquirió sesgo político en los albores del constitucionalismo. Fue Thomas Jefferson el defensor de lo que se conoció como "Constitución generacional": los muertos no podían imponer una Norma Fundamental a los vivos. El debate tuvo una profunda carga democrática y se resolvió imponiéndose el pueblo y la nación --ambos de carácter perpetuo-- a la idea de que cada generación fuera dueña de su propio destino. Los constituyentes americanos, en su búsqueda de una ingeniería institucional que aportara estabilidad, innovaron un mecanismo para que las generaciones futuras cambiaran la Constitución: un poder de reforma más cualificado que el legislador ordinario.
En cualquier caso, la noción de generación ha adquirido en la actualidad un sentido ético. En nuestro tiempo el progreso habría sido sustituido por el riesgo y el futuro por un presente alargado con ambiciones desarrollistas: se sigue buscando el crecimiento económico a izquierda y derecha. Desde este punto de vista, se suscita un conflicto intergeneracional en torno a bienes públicos porque las generaciones presentes estarían consumiendo una serie de recursos de los que no podrían disponer las generaciones futuras. Se discute entonces si los no nacidos tienen derechos fundamentales o si las Constituciones debieran incorporar algún tipo de límite, un freno de emergencia histórico, para no cargar a los más jóvenes con toneladas de deuda o con un planeta que sufre ya las consecuencias del antropoceno. El debate parece enmarcarse en una nueva teoría de la democracia que tendría que dar la vuelta al famoso aforismo kantiano: del “puedes porque debes”, santo y seña de la libertad de los modernos, al “debes porque puedes”, proposición que funda una modesta ética de la responsabilidad entre generaciones.
Naturalmente, lo aquí expuesto tiene el problema de su institucionalización. Algunas Constituciones --Alemania, Chile o Japón-- ya reconocen a la generación una cualidad subjetiva clara y distinta. Otras, como la española, han incorporado cláusulas intergeneracionales en materia fiscal o de medio ambiente. No parece que ninguna de las soluciones ayude a paliar los conflictos que ya se atisban: en el fondo, representar y hacer valer los intereses de los que no están entre nosotros parece una tarea complicada. Pero si lo piensan bien, no otra cosa hacemos cuando recurrimos a la teoría de la nación como patria que trata de incorporar el pasado, el presente y el futuro de una comunidad política.