Marina Garcés: Promesas contra un futuro cerrado
La filósofa entiende que prometer implica recuperar el control sobre nuestro tiempo, acceder de nuevo a la artesanía de nuestra propia vidas
21 mayo, 2024 19:00Anagrama publica, en su colección menuda Nuevos Cuadernos, El tiempo de la promesa, de Marina Garcés, un paso más en su defensa de una refundación social y mental que nos permita salir del tiempo póstumo en que vivimos atrapados.
¿Por qué filosofar sobre las promesas? De entrada parecía que el nuevo tema escogido por Marina Garcés se zambulliría en tonos existenciales para salirse un poco del camino político, pero nada más alejado de la verdad. Para la filósofa barcelonesa, prometer implica recuperar el control sobre nuestro tiempo, acceder de nuevo a la artesanía de nuestra propia vida, porque sólo a través de un compromiso (que puede o no triunfar, que puede o no fracasar) dejamos de depender de las nuevas formas cibernéticas de ejercer el poder y someter al ser humano, arrancándole el futuro y prediciendo su vida con el objetivo de que pueda escoger únicamente entre opciones de compra y amenazas diversas.
Pero, ¿qué es una promesa? Garcés nos aporta varias definiciones que relaciona con su propuesta filosófica: “Las promesas son una acción de la palabra que (…) enlaza temporalidades (pasados comunes y futuros vinculantes) pero que también tiene la capacidad de interrumpir y de comenzar temporalidades nuevas. Parece que la promesa está dominada por el sentido de la finalidad, pero lo que hace, de manera mucho más irreversible, es compartir comienzos” (p.76). Por lo tanto, parece que el ser humano podría muy bien ser esa criatura extraña que podría, si lo desease con lealtad, “compartir comienzos”. Comprometerse es conjurarse para la fundación de situaciones inesperadas, más allá y al margen de las “revoluciones” o “nuevas eras” falsarias que anuncia cada día el discurso inerte del poder.
¿Cómo es este nuevo tipo de poder castigador y, sobre todo, culpabilizador, que nos agobia? Sabemos que es un poder basado en la Falsa Promesa; también sabemos de él que necesita estar permanentemente instalado en el Accidente, el Pseudoacontecimiento amenazador que necesita para poder seguir imponiendo su peculiar autoridad. Sabemos que este tipo de poder regulador de un tiempo póstumo hunde sus raíces en una incertidumbre que interpreta como la amenaza de un caos irreversible. El poder actual vende seguridad, ofrece garantías, porque publicita un nuevo apocalipsis cada mañana. Sin embargo, podemos decidir que no queremos llegar a ese futuro cerrado y hostil: podemos decidir que podemos comprometernos con otros para tratar de caminar hacia otro lugar, un lugar no previsto, aunque luego fracasemos estrepitosamente.
Caminos que parecen delirantes
Prometer significa, también, recuperar nuestro derecho a equivocarnos y nuestro derecho a fracasar. Porque quien renuncia a intentar, quien teme fracasar, vive en la más completa desorientación y ansiedad, y por eso es mucho más feliz quien falla valientemente que quien ni siquiera se ha atrevido a salir de la gramática oficial, terriblemente confusionista. Nuestra civilización nos trata como a eternos clientes insatisfechos, hundidos en un círculo libidinal oscurísimo del que parece muy arduo y “absurdo” querer salir.
Prometer, comprometerse, es una acción. Uno promete libremente, y a través de esa palabra autorreguladora el sujeto se aparta de las palabras reguladoras ajenas. Prometer (o comprometernos) nos permite volver a considerarnos soberanos de nuestras vidas, para brillar o equivocarnos, para hacer cosas que podrían parecer absurdas, o propias de “perdedores”, o romper las cárceles de lo posible y las mallas que nos limitan para imaginar alternativas, emprender caminos que parecen delirantes pero que podrían muy bien conducirnos a lugares contrahegemónicos, espacios de autonomía y vivencias compartidas al margen de la necrosis política actual.
Éste es el sentido del “delirio” como concepto filosófico que Marina Garcés recupera del pensamiento zambraniano. Un “delirio” que consiste en señalar hasta qué punto es delirante lo que nos rodea, lo que nos han presentado como natural o inevitable. Porque al delirio autoritario actual sólo le podemos enfrentar el delirio activo de nuestras promesas y de nuestros compromisos. De ahí que dedique tantas páginas al comprometido arquetípico que fue Don Quijote.
Hay que evitar que piensen por nosotros, es decir, contra nosotros. Nos desorientamos, nos llenamos de ansiedad, porque parece que hemos renunciado a prometer, a comprometernos. Utilizamos nuestros “proyectos” como excusas para repensar la totalidad, derribar muros globales, incapaces de imaginarnos como seres neosoberanos de nuestras propias energías mentales. Un proyecto no es más que un compromiso de bolsillo, o de juguete, meramente declarativo. “No te puedo prometer nada” es la frase que más escuchamos, y que viene a significar: “No me pienso mojar”. La sorpresa llega cuando se producen resultados inesperados: sufre más el ultraindividualista que termina totalmente aislado que quien ha asumido que el ser humano es social y cultural, y que necesita vínculos.
Según Marina Garcés, hay dos tipos de promesas: las falsas promesas de nuestras políticas agotadas, y las promesas con las que podemos defendernos de ese cinismo generalizado, de ese nihilismo apocalíptico que utiliza el tótem de la Inteligencia Artificial como a un nuevo oráculo para desresponsabilizarse del presente. Quien no promete nada, renuncia al control de sus objetivos vitales, sólo puede pulular entre superficialidades, agarrado a garantías y seguridades sin contenido vital. Renunciar a prometer es dejarse desertizar, ingresar en el ejército de los zombis del postconsumismo. Y de una forma análoga, la política de la Falsa Promesa es también un espacio público zombi en el que la palabra dada no vale nada, y en la que actúa el poder puro apuntalado por la autovictimización evitativa. Un espacio muerto en el que sólo se mantienen operativos los castigos, las obediencias ciegas y el masoquismo moral. A estas personas inertes incapaces de construir y defender un criterio propio dedicaba la pedagoga Bianca Thoillez en su muro de Twitter un apelativo gracioso: “Autogollums”.
El poder de saber estar solos
Cuando Stalin mataba, él decía que no mataba él, sino que mataba la Historia. De una manera parecida, hoy desahuciamos o ensuciamos o atacamos en nombre de un Progreso o de un diagnóstico cibernético al que desvinculamos de la decisión humana. Pero, insiste Garcés, eso es una falacia grave: La IA se alimenta de experiencias pasadas y reproduce sesgos, dibuja (y clausura) futuros inquietantemente parecidos al pasado, y parece que no nos tenga que permitir pensar con claridad o recomprometernos con nuestros propios convecinos, al margen del dictado interesado de los algoritmos.
Había quedado pendiente que Marina Garcés nos explicara cómo romper con las “prisiones de lo posible”, tema de un libro suyo que ya tiene más de veinte años, cómo romper también con el tiempo póstumo típicamente neoliberal fundando nuevos inicios neoimaginados y compartidos, cómo podíamos volver a educarnos entre nosotros seleccionando “buenos elementos” y no únicamente opciones de compra, tal y como desarrollaba en Escuela de aprendices (2020). Prometer es enderezar nuestras vidas, darles el sentido que deseemos oponer a la inercia inmovilista de nuestra postcivilización actual. Prometer y acceder a sentidos propios debería permitirnos romper con la razón economicista cada día más invasiva y tóxica.
Cierran el libro citas de una actividad que coordinó la autora con adolescentes de cuarto de ESO de los Institutos Miquel Tarradell y Maragall de Barcelona, en el contexto de la Bienal de Pensamiento. Estos compromisos finales expresados por jóvenes son la prueba más clara de que este pensamiento busca ansiosamente conectar con la realidad, y redefinir futuros que no pesen. Estas citas son promesas reales que los chicos y las chicas escribieron para ponerlas en común; una de estas promesas me ha llamado la atención, me ha gustado, voy a reproducirla aquí, para acabar, y además espero que se trate de una promesa hermosa que acabe prosperando: “Me comprometo con las siguientes generaciones a que, cuando sea adulta, con mis textos les enseñaré el saber y el poder de saber estar solos”.