El rapto de Europa (1772), de Francisco de Goya

El rapto de Europa (1772), de Francisco de Goya

Filosofía

Por una Europa más clara

El continente nació gracias a un espíritu pragmático que el tiempo ha desdibujado hasta convertir en un oficialismo tecnocrático

26 enero, 2020 00:00

El empuje de movimientos de derecha reacios a las políticas inmigratorias y refractarios a una supranacionalidad europea, reductora de las soberanías nacionales, pone en primera fila un antídoto llamado más Europa. Ante el populismo que pugna con las tecno-élites de Bruselas también se reclama más Europa. Sería más consistente explicar qué Europa se quiere y porqué se hace como se está haciendo. Perder de vista el espíritu práctico de la convergencia entre Estados-nación lleva a un oficialismo tecnocrático más bien ajeno a la calle. Lo prueba la constante tensión entre una cooperación entre Estados-nación según propugnaba De Gaulle y la Europa supranacional o federalista que previsiblemente siempre carecerá de un demos.

En 2017, Ivan Krastev publicó Europa después de Europa (Universidad de Valencia), que después ha completado, en gran angular, con La luz que se apaga (Debate). Entrando de lleno en el problema de la inmigración --minimizado por la corrección política--, Krastev hizo un intento muy lúcido para deslindar la realidad de los impactos migratorios y poner coto a los efectismos populistas. El fragor parece ir a menos pero deja trastocado más de medio mapa político de Europa. Es una lección elemental: sin hablar claro no habrá una Unión Europea verosímil. Marcel Gauchet se pregunta si de verdad los europeos saben lo que han construido.   

Europa después de Europa

Entre los personajes --no muchos-- que estuvieron detrás de la declaración del Salón del Reloj en mayo de 1950, en el Quai d’Orsay, destacaba Robert Schuman, ministro de exteriores de Francia. Hacía tiempo que andaba buscando el hilván de una reconciliación europea. Después de un largo paseo meditativo por los Alpes suizos, Jean Monnet le ha presentado un plan para que la producción de carbón y acero de Alemania y Francia “sea colocada bajo una Alta Autoridad común”. El perenne campo de batalla europeo necesita acceder a una paz sostenible.

Los biógrafos del muy católico Schuman le describen como un político capaz de astucia sin duplicidad, disimulo sin mentira, estratagema sin malicia. Informa confidencialmente al secretario de Estado norteamericano, Dean Acheson, impulsor de la Alianza Atlántica. Acheson confiaba en Schuman, tanto como Adenauer, el canciller alemán, a quien Schuman también ha informado con diligencia y secreto. Al leer el mensaje que le llega de París, Adenauer comienza a ver “unas puertas de luz sobre un viejo sueño”. Es la “solidaridad de hecho” que Schuman va a mentar en el Salón del Reloj: Europa no se hará ni en un día ni en una construcción de conjunto sino por medio de relaciones concretas. En el espíritu de la CECA había mucho más que un afán económico o industrial: cifraba algo de más transcendencia y de notable envergadura histórica. Siempre será provechoso regresar al espíritu constructivo de aquel instante. 

Hombres que he conocido

En plena niebla de la incipiente Guerra Fría, en 1949 se había firmado el tratado de la Alianza Atlántica. Pocas semanas después de la declaración del 9 de mayo, Corea del Norte invade el Sur e intervienen las Naciones Unidas. En Hombres que he conocido (Plaza y Janés), Dean Acheson escribe: “Schuman poseía su visión de una Europa unificada en una época en la que era difícil tener una visión en Francia”. De hecho, la constitución previa de la Alianza Atlántica había incentivado la integración europea que pretendían Schuman y Adenauer, con Jean Monnet. Sobre todo, Adenauer sabía que la Unión Soviética tenía estacionadas treinta divisiones en su zona de ocupación, completamente armadas. Escribe: “Si Rusia conseguía encuadrar a Alemania Occidental en su sistema, sufriría tal aumento en su potencial económico y bélico, que conseguiría superar a los Estados Unidos”. Esa página todavía da vértigo y más al saber hoy que no todo acabó al caer el muro de Berlín.

Krastev añade que la relación entre quien imita y el imitado es conflictiva: se le ama y se le odia a la vez; se le envidia y se le desprecia. Hay tanta penumbra en el postcomunismo que sería saludable invocar el espíritu fundacional que perfiló en aquel mayo de 1950 la resolución de crear la CECA y consolidar los inicios de una Europea organizada. Pero sin bases reales, sin el conocimiento de la realidad, sin el pragmatismo de lo posible, Schuman no hubiese podido hablar de una Europa que fuese dueña de su destino. ¿Europa de la fuerza o de la norma? Con la zozobra por la disrupción del Brexit, pensemos en aquella postguerra trágica, cuando Europa estaba suspendida sobre el abismo del declive y Schuman ya supo prever un mañana que contemplaría las transferencias de soberanía. A medio siglo XX y con dos guerras atroces en treinta años, Europa se avituallaba para rehacerse. Más Europa sería eso, regresar a la claridad y a la voluntad de aprender de la Historia, Brexit incluido.