La dictadura del fútbol
Para hablar de fútbol no están todas las palabras inventadas. Es tal la hegemonía social, económica, política e incluso religiosa de este deporte que para muchos aficionados el fútbol es todo. Escribía en 1995 un editor al presentar un libro de cuentos balompédicos que "pocos acontecimientos en la vida consiguen, como el fútbol, recorrer de un extremo al otro y en poco menos de dos horas, los sentimientos de una muchedumbre dividida por dos querencias rivales en el terreno de juego". Tenía razón pero se equivocaba en el intervalo temporal y en el espacio físico.
En el bestiario futbolero destacan, en primer lugar y en sentido estricto, los futbolistas, es decir, aquellos jugadores que juegan organizada y premeditamente en equipo. El segundo grupo lo forman los malabaristas del balón, aquellos que deslumbran por su exquisita habilidad para deshacerse de contrarios, para moverse en apenas un metro cuadrado o para colocar la pelota de manera precisa en el lugar más inverosímil (los casos Di Stefano, Pelé, Maradona o Messi son admirables).
Esos dos tipos, habitualmente en equipos profesionales, son los que sirven de modelo a niños y padres futboleros. En principio nada negativo, salvo que hay una sobrevaloración en todos los medios de esos jugadores, con el agravante de que entre estos abundan personas de dudosa ética. Hay muchos que utilizan el engaño para forzar sanciones hacia el contrario (el caso de Dani Alves y su grito sigue siendo paradigmático). Otros, una abrumadora mayoría, se muestran como irrespetuosos niños malcriados despreciando al árbitro o exigiéndole cómo debe actuar (Si no aceptan las reglas del juego, ¿por qué quieren jugar?). Luego están los que montan penosos espectáculos en la banda o en las salas de prensa con la complicidad de periodistas, ávidos de titulares sin contenidos (los casos Mourinho o Luis Enrique son de manual). Y, por último y sin ánimo de agotar este bestiario, están los que ejercen de líderes, sean publicitarios (el caso CR7 es ridículo pero muy rentable) o sean identitarios (los casos Guardiola y Piqué son de bandera, estelada por supuesto).
El fútbol no se reduce a un enfrentamiento deportivo y sentimental que dura dos horas. Es también un modelo imitado por otros en determimados y extendidos comportamientos
El fútbol no se reduce a un enfrentamiento deportivo y sentimental que dura dos horas. Es también un modelo imitado por otros en determimados y extendidos comportamientos, sean nacionalistas (espanyol el que no boti, 17’ 14”), violentos, estéticos, apologéticos de la riqueza, etc. Incluso cuando se habla de acoso escolar uno de los referentes principales de los maltratadores es el fútbol. Es sabido que hay peloteros, frustados malabaristas del balón, especialistas en montar agresivas peloteras. Esos niños o jóvenes --con frecuencia federados y reconocidos por la mayoría de su entorno como líderes de la manada en escuelas e institutos-- son aplaudidos, seguidos e imitados en el acoso psicológico y físico a los inútiles con el pie, que sufren en silencio la vejación, legitimada como está por el éxito balompédico. Sorprende que, después de las campañas contra el racismo o contra la violencia en las gradas, la LFP no haya hecho lo mismo contra el acoso escolar, si muchos de esos comportamientos tienen como argumento principal la supremacía basada en el fútbol.
Decía Norbert Elias que este juego es la figuración cambiante de los jugadores sobre el campo, y que la parte medular "es la tensión controlada entre dos subgrupos que se mantienen recíprocamente en equilibrio". Eso es en teoría. En la práctica --y recordando qué equipos siguen triunfando en nuestra Primera División-- estas tensiones están bastante desequilibradas en esta competición deportiva, tan vinculada al poder político y financiero. No hay novedad, dominan los clubes ricos y sus vergonzantes goleadas, la clase media hace de comparsa y el resto deambula por categorías inferiores, mimetizando y ensalzando los modelos de los superiores.
Esta situación se ha agravado desde la década de los ochenta del siglo XX, con la aparición de las televisiones autonómicas y privadas y con el crecimiento exponencial y galáctico del oscuro negocio del fútbol. Mientras, los hinchas aplauden a futbolistas defraudores a la salida de los juzgados, se celebran triunfos de clubes como victorias de una u otra nación, se justifican o se ríen las exhibiciones impúdicas de niñatos mercenarios, ricos y malcriados. Paradójicamente en tiempos de democracia se ha impuesto la dictadura del fútbol, tan hegemónica en los espacios público y mediático, y sin sonrojo alguno.