Filosofía

Retrato de peatón con semáforo

31 octubre, 2016 00:00

Roberto Arlt, nuestro santo y patrón en el arte (prosaico) de escribir columnas de periódico, decía que el periodismo, bien entendido, es un oficio para vagos y audaces. De este juicio se infiere su gran principio cartesiano: “Yo atorro, luego existo”. El escritor argentino compuso sus artículos --hace ahora casi un siglo-- en el idioma de los argentinos, desde las aceras rotas de un Buenos Aires que perdía sus esquinas rosadas y sus almacenes de abarrotes de una sola planta para convertirse en una metrópolis periférica y desquiciada. Según el diccionario, un atorrante es un perfecto holgazán, un vagabundo, un desvergonzado. En lunfardo --el lenguaje poético del tango-- la palabra expresa otra cosa distinta: una forma maléfica de admiración. La que se profesa por los sofistas de callejón, esos tipos dementes cuya vocación íntima es pelear --sólo con la palabra-- a la contra. Estamos pues en el sitio correcto.

Iniciamos aquí, gracias a la invitación de Xavier Salvador, director de Crónica Global, esta gavilla de aguafuertes que aspiran a ser, al mismo tiempo, un tributo a Arlt --que puso este mismo nombre a sus columnas-- y una forma de reivindicación de la impertinencia como actitud vital y profesional. Razones sobran. El periodismo vive en España una situación tan calamitosa que nuestro oficio se ha convertido en una forma ilustre de mendicidad. Y, sin embargo, ahora más que nunca, debemos seguir fieles a la ley mayor de los hacedores de periódicos: independencia a rajatabla para criticar la injusticia venga de donde venga, sin importar si quienes violan las leyes --en este caso, la Constitución-- justifican su conducta en la rapacidad de la plutocracia o amparándose en los espantos de la pobreza.

El periodismo vive en España una situación tan calamitosa que nuestro oficio se ha convertido en una forma ilustre de mendicidad

España es un sitio donde lo que debería ser ordinario --el respeto a las normas comunes de convivencia-- se ha convertido en una anomalía. Sucede por doquier: desde el sur, donde habitamos, cercados por la inundación creciente de los dogmas simples del peronismo rociero®, al norte, donde los nacionalismos practican, a la manera posmoderna, la misma obstinación inquisitorial de las viejas iglesias. Algo ridículo, pero también muy nuestro.

Lo advertimos desde el principio: el patriotismo nos da risa. Somos alérgicos a las tribus (indígenas). Como Cernuda, creemos que la patria sólo es una forma de temblar (si nos ponemos estupendos) o un agujero casual donde (usamos ahora el registro vulgar) poder dejar un rato los zapatos. No elegimos donde nacemos. Tampoco nuestra familia. Las naciones no existen salvo para los políticos dogmáticos, personajes del teatro del absurdo que es nuestra vida pública. Lo único a lo que podemos aspirar en este mundo es a trazar un sendero individual. El tiempo se encarga después de marearnos, como en una noria. Chaves Nogales decía que la tarea de un periodista es andar y contar. Intentaremos hacerlo desde este rincón, emulando a quienes nos acogen y conjugando la milagrosa gramática parda de los caminantes. Un peatón solitario es la mejor representación del espíritu de ciudadanía que defendemos. Un señor (con sombrero) que espera tranquilo a que cambie el semáforo antes de cruzar la calle.