Eutanasia: ¿a qué llamamos muerte digna?
El último domingo veía el programa de Jordi Évole sobre la eutanasia. Por él desfilaban algunos casos que por razones diversas la reclamaban, presentándose como miembros no sólo de un colectivo de enfermos si no de la propia sociedad, cuyo derecho a una muerte digna no estaría siendo respetado. "Si se hiciera un referéndum sobre la eutanasia en España ganaría la muerte asistida por un 90% de votos", decía uno de los que la reclamaban porque no soportaba la discapacidad con que le había castigado la vida. Lo llaman el derecho a una muerte digna.
Frente a los que exigían una ley que reconociera el derecho al suicidio asistido, se presentaba el médico Marcos Gómez Sancho, fundador de la Unidad de Cuidados Paliativos de El Sabinal en Gran Canaria --pionera en España--, con 16 años de experiencia con enfermos terminales, que sabe lo que es el dolor y lo que se siente en esa raya intangible que separa la vida de la muerte.
Algunos expertos consideran que la eutanasia se está dispensando muy a la ligera en Holanda porque su reglamentación está abierta a variadas interpretaciones
"Porque haya tres o cuatro casos en España, que probablemente son los que quedarían si antes se hubiera atendido debidamente a los que sufren, es obsceno que se hable de eutanasia cuando no se han resuelto los cuidados paliativos para los cientos de miles de españoles que se encuentran desasistidos ante la cercanía de la muerte o el dolor extremo", sostenía Gómez. "Es una aberración que un médico pueda atribuirse la decisión sobre la vida y la muerte, acelerando o administrando una inyección letal". Y citaba Holanda, uno de los primeros países donde se legalizó la eutanasia, en 2002, y que hoy se ha convertido en controvertido tema de debate porque han salido a la luz muchos casos cuestionables en los que se aplica. Entre ellos, una mujer con demencia y dudosa capacidad para decidir incluso sobre sí misma; una muchacha de 20 años aquejada de estrés post traumático por abusos cuando era niña, o una esposa que sufrió depresión tras la muerte de su marido y quería que le dejaran morir con él.
Los casos de eutanasia como solución al sufrimiento ya no sólo físico sino también psicológico han crecido en un 50% en los últimos cinco años en los Países Bajos, y se han triplicado en menos de diez años. Una cifra preocupante para algunos expertos, que consideran que es una práctica que se está dispensando muy a la ligera porque su reglamentación está abierta a variadas interpretaciones.
Toparme con ese reportaje fue para mí como echar sal en la herida que aún permanece abierta por la muerte hace dos años de mi hermano, acelerada en contra de su voluntad con la privación de los sueros de hidratación necesarios --simple agua para la vida-- antes de que su cuerpo y su voluntad dijeran basta.
Pude ver cómo mi hermano --que sufría oclusión intestinal pero no perdía su voluntad de vivir y se paseaba enérgicamente arrastrando su palo con la botella de suero arriba y abajo de los pasillos del Hospital Clinic-- moría como un pajarito a los tres días de ser trasladado a la clínica Dolors Aleu de Cuidados Paliativos de Barcelona. Por mucho que insistí a la directora, la doctora Silvia Durany, de que le suministraran la hidratación por suero que necesitaba, me contestó que no había venido pautado así del Clinic y que llegó con la calificación de paciente de corta duración, al parecer con esa cruz que, como denunció el Abc, con el consiguiente escándalo en Cataluña, se endosaba a los enfermos terminales, supuestamente con el propósito de ahorrar gastos o esfuerzos en las causas perdidas.
La eutanasia es un asunto de demasiado delicado como para que pueda decidirse en función de unos pocos casos particulares o de los shows televisivos
Al tener noticia de que una periodista como yo había presentado una denuncia contra el centro Dolors Aleu y su doctora Silvia Durany, el entonces consejero de Salud, Boi Ruiz, se apresuró a llamarme para citarme en su despacho. Pese a que la denuncia había sido desestimada sin ninguna explicación ni investigación, reconoció que era inaceptable y me prometió tomar cartas en el asunto para que se abriera una verdadera investigación. Hasta hoy.
El reality show con el que escenificó su muerte Ramón Sampedro y que se llevó al cine en la película Mar adentro ha popularizado tanto como banalizado el tema entre el gran público. Es la forma más perversa que tienen los medios audiovisuales de convertir casos particulares en categoría.
La eutanasia es un asunto de demasiado delicado como para que pueda decidirse en función de unos pocos casos particulares o de los shows televisivos y una opinión pública creada o magnificada por los medios de comunicación.