Portada de las 'Hojas selectas', revista de Salvat

Portada de las 'Hojas selectas', revista de Salvat

Ensayo

Salvat, libros y catalanismo hispánico

El editor catalán Salvat Espasa, de espíritu cosmopolita y vocación europea, fundó dos sellos editoriales míticos en una Barcelona en plena expansión cultural

24 febrero, 2022 00:00

Manchester español, Rosa de Fuego, París del Sur, Ciudad de los Prodigios… Estas fueron algunas de las denominaciones que aplicaron a la Barcelona de fines del siglo XIX y comienzos del XX. La capital catalana alcanzó su máxima expresión y crecimiento gracias a las iniciativas empresariales de su burguesía y al trabajo obrero, y en apenas cuatro décadas la ciudad pasó del provincialismo corporativo al cosmopolitismo clasista. Fueron años con una creatividad extraordinaria y convulsa, con dos hitos que marcaron el ascenso y el final: la Exposición Universal de 1888 y la Exposición Internacional de 1929

Según el historiador José Carlos Rueda, en las primeras décadas del siglo XX la imprenta fue la industria que convirtió a Barcelona en “el paradigma de la producción de bienes de consumo culturales”. Sin embargo, al sector manufacturero hay que superponer el factor editorial y humano. Con sus catálogos generalistas, los Salvat, Montaner y Simón, Bastinos, Sopena, Espasa, Gili o Gallach fueron algunos de los sellos que hicieron de la ciudad el primer centro editorial en castellano.

Esta producción y difusión librera creció en estrecha relación con los avances médicos, tecnológicos o de estudios históricos que experimentó Barcelona. No es casual, por ejemplo, que coincida por estos años la fundación de entidades culturales y académicas como el Institut d’Estudis Catalans (1906) o la Escola Industrial (1909), ni tampoco el avance del catalanismo como ideología burguesa, culturalmente elitista y muy interesada en el progreso científico. Philippe Castellano, en su reciente y excelente biografía del gran editor Pablo Salvat (Trea, 2021), analiza como Barcelona conoció durante esos años un incremento exponencial de su vida cultural gracias, en buena medida, al estrecho vínculo que se tejió entre ciudad y editores: “Este entorno de una sociedad urbana enfrentada con mutaciones aceleradas crea un verdadero ecosistema cultural complejo y estimulante”.

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Pablo Salvat Espasa (1872-1923), dos apellidos que han dejado una marca imborrable en la historial cultural de España, dos sellos editoriales que forman parte del paisaje cultural de Barcelona, España e Iberoamérica. El libro de Castellano es la historia de un capitán de industria que, paso a paso, construyó una empresa decisiva y de gran envergadura en el sector editorial. Pablo Salvat nació y creció en la imprenta de su padre, Manuel Salvat (1842-1901), quien con sus cuñados había creado en 1869 la sociedad Espasa y Cía., disuelta en 1897.

Gracias al apoyo de sus hijos Manuel y Pablo, recién titulados como médico y arquitecto respectivamente, y con la ayuda financiera de su otro cuñado, Pablo Espasa, Manuel Salvat fundó la editorial Salvat e hijo en 1898. Con el fin de dotar de una marca distintiva a la nueva empresa, encargaron en 1901 a Apel·les Mestres su primer logotipo: un impresor con su delantal de cuero, sobre un fondo de una rueda dentada y un incunable, sostiene un escudo con el nombre de la editorial mientras levanta una antorcha encendida.

La muerte repentina de Manuel Salvat con 59 años, el 26 de febrero de 1901, dejó al hijo arquitecto de tan solo 28 años al frente de la empresa y a cargo de su numerosa familia, con ocho hermanos todavía menores de edad. La nueva empresa pasó a denominarse Salvat y Cía y, más tarde, en 1917 fue refundada como P.Salvat-Editor. Después de su muerte en 1923 se llamará Salvat Editores SA, dirigida ya por sus hermanos Fernando y Santiago. La gestión familiar continuó hasta que en 1988 la editorial fue adquirida por la multinacional francesa Hachette.

Pablo Salvat y Gustavi Gili fueron los editores que marcaron un antes y un después en la historia del libro contemporáneo en España e Hispanoamérica. Salvat fue un catalán cosmopolita, viajó por buena parte de España y Europa (Francia, Inglaterra, Alemania, Holanda, Bélgica, Italia, Austria, Serbia, Turquía…). Geografía, historia, arte… fueron algunos de los muchos aspectos culturales que atrajeron su mirada curiosa. Salvat se situaba, recuerda Castellano, “en una dinámica europea que asocia la novedad y el modernismo”, una relación estética que también trasladó al ámbito editorial. A esta combinación cultural se sumó su catalanismo militante que no marcó en exceso su trabajo en la editorial, entendida principalmente como negocio, pero sí su labor como arquitecto, tanto en sus edificios modernistas concluidos como en otros que no pasaron del proyecto, ese fue el caso de su “Monumento-Panteón dedicado a los catalanes ilustres”.

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El primer paso de su política editorial fue potenciar la publicación de libros de medicina, cuya asesoría la realizó su hermano médico Manuel. El segundo fue poner en el mercado la revista Hojas Selectas, que en su prospecto de 1901 se presentaba como “científica, literaria, política, industrial, comercial, artística, etc., hasta el punto en que cada una de estas esferas de la vida puede ser interesante para todo el mundo”. No era enciclopédica ni especializada, la revista era selecta y amena, e intentaba “huir del prosaísmo y del empirismo”, de la insustancialidad y la ñoñería, y por su especial énfasis en la modernidad de las naciones vecinas se presentaba como “semilla de civilización mundial”. La revista, mensual y con 120 páginas por número, se publicó durante veinte años. En el diseño de sus portadas intervinieron los mejores ilustradores catalanes de la época (Mestres, Casas, Riquer, D’Lemus, Triadó, etc.). El tercer proyecto fue la elaboración de un ambicioso diccionario enciclopédico, con un grupo selecto de redactores y colaboradores y con ilustraciones de alta calidad, dirigido a todo el mercado hispano. Los volúmenes llevarán grabado el nombre de la empresa: Diccionario Salvat. Inventario del saber humano. 

Como tantos empresarios de aquellas décadas, herederos de un arraigado mundo gremial pero atentos a las rápidas transformaciones que estaba implantando la segunda revolución industrial, impulsó en 1898 la creación del Institut Català de les Arts del Llibre. El objetivo principal era poner en marcha una formación profesional que surtiese técnicos ante el acelerado crecimiento de la actividad impresora en la ciudad. El siguiente paso editorial fue fundar en 1900 el Centro de la Propiedad Intelectual, del que Salvat fue su primer secretario, con el fin de defender sus intereses ante el gobierno central.

Pablo Salvat ejerció editor en su sentido muy amplio e innovador: autor, traductor, dibujante, dirección de imprenta, encuadernador... Pero si en una faceta destacó especialmente fue a la hora de difundir, distribuir y vender sus libros impresos, fueran en librería, o en quioscos o a domicilio cuando eran fascículos. Algunas de las publicaciones con las que marcó diferencia respecto a otras editoriales en el mercado español fueron la edición de Don Quijote de la Mancha (1916), con ilustraciones de Daniel Urrabieta Vierge, la Historia de España y su influencia en la Historia Universal (1914) de Antonio Ballesteros o la Historia del Arte (1918) de Pijoán en 10 volúmenes, de cuyas ilustraciones se encargó el mismo editor.

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Catalanista vinculado a la Lliga y concejal por este partido en el Ayuntamiento de Barcelona en 1917, Salvat supo distinguir, hasta cierto punto, la política y su compromiso con la ciudad del negocio editorial. El interés por el mercado internacional le llevó representar a España en la feria de Leipzig en 1914, sin que el gobierno español mostrara el más mínimo interés en apoyar esta iniciativa, una indolencia que le exasperó enormemente: “Gràcies a la installació de l ‘Institut de les Arts del Llibre, els alemanys no diran que l’África comença als Pirineus, exceptuant un tros de terra hispana. Catalunya fa de barrera, com sempre. I Barcelona serà el Leipzig català”. A diferencia de Alemania y de Francia, donde el libro era clave en sus proyectos nacionales desde fines del XIX, en España no existió una política cultural: “Semejante dejadez -concluye Castellano- apaga los entusiasmos y dificulta todas las iniciativas destinadas a aumentar la capacidad de intervención de los editores que, como Pablo Salvat, quieren orientar el mundo cultural y ser partícipes del desarrollo económico”. 

Una de las innovaciones que aportó Salvat como editor, y quizás la más decisiva, fue la proyección de su sello por el mercado americano. La novedad era relativa, puesto seguía la estela del americanismo empresarial de los grandes negocios catalanes, iniciativas privadas ante la falta de apoyo a las exportaciones del gobierno español. No fue casual, por ejemplo, que Pablo Salvat estuviese entre los fundadores de la Casa de América en Barcelona, clave en la vida económica de la ciudad y en sus relaciones con el continente americano. El estadillo de la Primera Guerra Mundial había aumentado la competencia en la capital catalana con la llegada de editores franceses que habían huido de París. La primera empresa editorial creada con inversiones y personal tanto francés como barcelonés fue Labor S.A. que, rápidamente, se proyectó en el enorme mercado trasatlántico. La adecuación del catálogo y la demanda de lectores médicos fueron las dos primeras apuestas que se planteó la editorial Salvat para competir con estas empresas europeas que ya distribuían publicaciones por el mercado hispanoamericano. El éxito fue rotundo al conseguir en poco tiempo que la mitad de su producción fuese destinada a la exportación a aquel mercado. Pablo Salvat falleció en 1923, después de regresar de un viaje a Buenos Aires en el que había puesto orden en los negocios y había consolidado la red de difusión y distribución de las obras en Hispanoamérica. 

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El estudio de la trayectoria empresarial de Pablo Salvat es una historia fascinante sobre cómo un agente del libro logró poner a la venta un catálogo selecto de volúmenes y cómo despertó el interés de los compradores barceloneses, españoles e hispanoamericanos. Prácticas similares, aunque buena parte de ellas aún ancladas en el antiguo régimen tipográfico, han sido también estudiadas en un magnífico volumen colectivo dirigido por Pedro Rueda, Mònica Baró y Lluís Agustí: Redes del libro. Agentes y circulación del impreso (siglos XVII-XX) (PUZ, 2021). Importa mucho conocer cómo los agentes y las redes del circuito enlazaron el espacio, la sociabilidad y el libro impreso mediante redes formales e informales. Las primeras, por ejemplo, permitieron conectar la península con los territorios americanos desde comienzos del siglo XVI. Las segundas, más difíciles de reconstruir, explican cómo era el abastecimiento en núcleos urbanos de menor entidad con escasez de librerías, en las que la mediación de familiares, amigos o comercios generalistas eran parte principal en las redes de la sociabilidad del libro.

El relevo generacional de Manuel Salvat impresor por Pablo Salvat editor es decisivo; con ese paso se convierte, junto con otros editores barceloneses, no sólo en intermediarios con la potente industrial europea, sino también en agentes de intercambios de las transferencias culturales en la gran área euroamericana. Es un gran salto cualitativo y cuantitativo. Pero nada hubiera sido posible sin el entramado de las redes económicas y culturales, en parte heredadas de siglos atrás, en parte construidas exnovo y en las que los recursos publicitarios fueron definitivo en este cambio de estrategias editoriales entre los siglos XIX y XX. En lugar de buscar o inventar mitos nacionales, la historia cultural necesita ser analizada en clave de historia global y reconstruir de ese modo las trayectorias e interacciones de sus agentes. En cierto modo y desde el siglo XV, la historia de España ha sido también así, como un libro en red.