Manuel Peña ‘rescata’ la Cataluña sepultada por el nacionalismo
El historiador publica 'Una historia no oficial de Cataluña', relatada en ‘Crónica Global’ con la voluntad de retirar las piedras que esconden una verdad que se ha tergiversado
7 abril, 2019 00:10La ironía del historiador Manuel Peña es esencial. Con ella el lector se sumerge en Una historia no oficial de Cataluña, cincuenta momentos, un libro editado por Crónica Global, en el que Peña recoge sus relatos publicados en este medio. Lejos de la versión oficial que ha difundido el nacionalismo, y que sirve como base “emocional” para defender determinados proyectos políticos, Manuel Peña repasa diferentes episodios: desde Émpuries y el origen de Hispania, hasta La revolución de las sonrisas, pasando por El timbaler del Bruc, El origen catalán del fascimo español o Los Mossos: policía borbónica y guardia franquista.
El libro ya está disponible en las librerías. Y se presentará en Barcelona el 25 de abril en la Antigua Fábrica Damm, con un diálogo entre el autor y el historiador Ricardo García Cárcel, que ha escrito el prólogo del libro y conducido por el director adjunto de Crónica Global, Manel Manchón.
El autor de 'Una historia no oficial de Cataluña', Manuel Peña Díaz
El caso de los Mossos
El mensaje es claro y lo explica Ricardo García Cárcel al entender que no son buenos tiempos para difundir la Historia. “Parece ahora más evidente que la historia será oficial o no será, servirá a los intereses identitarios del poder político o será condenada al abismo de la indiferencia. La apelación a la verdad de la ciencia académica se ha convertido en una muestra de ingenuidad candorosa. La universidad ante estos retos o se entrega al requerimiento político con todas sus tentaciones o esconde la cabeza bajo el ala gremial y se consuela pensando que ya pasará el sarampión”.
Peña explica muchos episodios que el nacionalismo ha reinterpretado a su favor, con el objeto de crear un relato basado en ciertos mitos. Sobre los Mossos d’Esquadra narrra que su origen está estrechamente ligado con el avance borbónico en 1714. Pero que “pese a la imagen que se tiene de un Estado borbónico fuertemente centralizado, las escuadras no estuvieron bajo las órdenes de Madrid, sino de la Real Audiencia y de la Capitanía General de Cataluña, y su mantenimiento estuvo a cargo de los pueblos y ciudades catalanas”.
Sobre El timbaler del Bruc, Manuel Peña, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Córdoba, señala las divergencias entre los historiadores, con el ánimo, desde el nacionalismo catalán, de interpretar el asunto del avance de las tropas de Napoleón y su combate en clave ideológica y no patriótica. “Se prefirió calificar este levantamiento como antirevolucionario y clerical, reflejo de la Cataluña tradicional, rural y agraria, y que en ningún momento fue fiel a la idea de España”.
Sin embargo, Peña constata la realidad del momento: “Pese a todo, resulta difícil negar la tesis de Ronald Fraser de que Cataluña fue la región ‘más leal a la guerra antinapoleónica española’. Eran tan catalanes como españoles, tan monárquicos como procoloniales. Los intereses económicos, sociales y políticos les unían más al resto de españoles que les separaban. La identidad singular y diversa de la Cataluña de 1808 no tenía aún correspondencia con un proyecto político. El eco del Bruc lo sigue recordando, en los callejeros catalanes aún resuena…”
El historiador Ricardo García Cárcel
La historia y la identificación con una comunidad se aprende con mitos, con relatos que resultan atractivos. García Cárcel lo señala al entender que el “oficialismo” ha hecho los deberes:
El narcisismo catalán
“El narcisismo catalán se ha apoyado más que en una épica militar –aunque el almogavarismo ha pretendido evocar también la vocación imperial castellana—en el discurso del histórico constitucionalismo catalán que se remonta a las Cortes desde el siglo XIII y que pretende convertirse en todo un signo de identidad democrática, que se ha mantenido presuntamente a lo largo del tiempo. Los privilegios se han convertido en derechos históricos, la corrupción se ha enterrado –solo existe aplicada al Estado opresor—y la escasa representatividad social de las viejas instituciones, convertidas en la esencia que legitima las expectativas políticas de un Estado propio, el narcisismo se fundamenta en la posesión de una lengua catalana que generó un legado cultural maravilloso en los siglos XIII, XIV y XV, que se hundiría por culpa del Estado español hasta resucitar en el siglo XIX con la Reinaxença. El narcisismo siempre se ha realimentado del victimismo de la culpa ajena”, señala.
¿Qué ocurre entonces? Lo que escribe Manuel Peña en Crónica Global, ahora recogido en las páginas del libro Una historia no oficial de Cataluña, es un alegato a favor de la desmitificación. Algo que sí se ha hecho con claridad respecto a la historia de España, lo que supone también un problema para una nueva conectividad emocial. De nuevo García Cárcel lo clarifica: “Me temo que la historia crítica de los mitos del nacionalismo español elaborados en el franquismo y que combatimos muchos historiadores de mi generación, ha acabado por dejar vacío de referencias emocionales al Estado español mientras que los altares de los nacionalismos periféricos han estado sobrealimentados de flores y glosas incentivadoras de su identidad”.