Carmen Iglesias / YOLANDA CARDO

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Ensayo

Carmen Iglesias: "No estaríamos donde estamos sin los valores ilustrados"

La directora de la Real Academia de Historia defiende que la democracia liberal es lo que ha convertido a Occidente en lo que es y aboga por su defensa frente a los retrocesos políticos y sociales

11 febrero, 2019 00:05

Reelegida en diciembre, por 28 votos a favor y tres en blanco, directora de la Real Academia de Historia, Carmen Iglesias (Madrid, 1942) es la primera mujer que ocupa este cargo desde que fuese designada por primera vez en 2014. Su apretada agenda muestra una incansable vida social, que se une a la pasión por su trabajo, la acumulación de saberes y un marcado sentido de la disciplina y el esfuerzo.

Uno de sus mayores logros es la elaboración del Diccionario Biográfico Electrónico, que, desde el Argantonio en el siglo VII a.C. hasta el siglo XX recoge datos de más de 45.000 personajes relevantes de la Historia de España. En sólo seis meses, esta obra de consulta alcanzó un millón de visualizaciones desde 160 países. Iglesias nos recibe en su despacho, cuyas paredes adornan retratos de María Cristina, Isabel II y Alfonso XII, además de sofás de terciopelo y libros y documentos que hablan de su día a día. 

–Es usted experta en el siglo XVIII, la Ilustración… ¿qué valores le han marcado de esa época?

–No estaríamos donde estamos sin los valores ilustrados, sin la creencia de que el ser humano puede conseguir las cosas a través de la razón y el conocimiento, aunque a veces se simplifique mucho la Ilustración. Los ilustrados argumentaban que sin la pasión y el sentimiento tampoco se podía llegar a conocer, y eso es importante, ese juego de razón y los sentimientos para llegar al conocimiento de la realidad y de nosotros mismos. En la condición de todos los seres humanos, desde sus orígenes hasta ahora, reina la diversidad y, por tanto, el conflicto. Que podamos convivir ha costado mucho tiempo: fue a partir de la Ilustración cuando se impuso en la sociedad la idea de que todos los seres humanos, por el hecho de serlo, deben ser iguales en derechos, tener igualdad de oportunidades… Y, por supuesto, está la libertad de los individuos, que es la que produce un estallido de energía, de creatividad y permiten que existan posibilidades en todas direcciones.

–De joven ya tenía claro que no quería quedarse en casa, sino estudiar. ¿En qué momento decidió que quería ser historiadora?

–Fue en la Universidad. En mi familia me decían mucho algo que yo creía que era propio de una familia pequeño-burguesa pero en realidad su origen es judío. Y es que la principal preocupación debe ser aprender todo lo posible. Eso es lo único que no te pueden quitar nunca. Ellos habían vivido una experiencia dura en su época y me transmitieron esto. Crecí con esa idea, con el gusto por los libros, el conocimiento, el cine no sólo como evasión sino también como un factor cultural importante… Luego me quedé huérfana tempranamente.

Carmen Iglesias / YOLANDA CARDO

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Carmen Iglesias, directora de la Real Academia de Historia / CG

Cuando en 1968 apareció ese eslogan de no future [un lema del movimiento punk], pensé: nunca me he permitido hacer planes de futuro. Me encontré en la universidad hombres que tenían pensado que a los 25 ó 30 años iban a tener una posición ganada, una familia. Yo, más que lo que quería ser y hacer tenía claro lo que no quería ser y hacer. Eso siempre lo tuve claro desde muy pequeña. Aunque siempre decía que no me iba a casar y al final me casé [risas]. Éramos muy jóvenes y militantes antifranquistas en una organización clandestina. Hubo una serie de acontecimientos, pero básicamente cumplí lo que no quería hacer: huir de las personas tóxicas y resentidas que siempre piensan en lo negativo. De alguna forma he vivido en el presente, sin perder el sentido de la realidad. Como decía Arturo Pérez-Reverte --que es muy amigo mío--, yo no me he desmoronado nunca. No quiero sonar pretenciosa, pero cuando sabes que no tienes un colchón detrás no puedes permitirte venirte abajo, y eso te hace seguir adelante. Los neurocientíficos llaman fuerza de voluntad a la educación del cerebro que llevas a cabo poco a poco y que se convierte en parte de ti.

–¿Cómo ve el mundo una historiadora? ¿Se sorprende de los cambios o los relativiza por su repetición a lo largo de la Historia?

–Siempre hay un distanciamiento de la realidad presente cuando se conoce la Historia, que, felizmente, es imprevisible. Hay quienes dicen “esto no puede pasar nunca” y de repente sucede. El azar y la necesidad son los componentes de nuestra vida en común. Siempre recuerdo cuando en los años setenta ya se pensaba en el fin del milenio y se hicieron todo tipo de predicciones. A nadie se le ocurrió ni de lejos que podía haber teléfonos móviles, ordenadores personales… Pasan cosas felizmente imprevistas, se establece un reto continuo. La Historia enseña que nada es para siempre y que las cosas que importan hay que defenderlas. Hay que estar muy atentos: la democracia liberal, que es la que ha convertido a Occidente en una fuerza que ha modificado todo el planeta, no es algo que esté ahí por las buenas, sino que han sido necesarias muchísimas generaciones para llegar a algo que se puede torcer y retroceder hacia no se sabe dónde.

–¿Cree que es fácil retroceder?

–Tan fácil o difícil como seguir adelante, porque las cosas no son estables. Tenía un maestro que decía que los seres humanos somos los que inventamos las cosas, pero las instituciones que creamos son las que las mantienen. Ese juego entre el individuo y las instituciones es muy importante. Cuanto éstas se deshacen o se destrozan o no se cambian dentro de una dinámica que no lleve al enfrentamiento corremos serios peligros.

Carmen Iglesias / YOLANDA CARDO

Carmen Iglesias, de perfil / YOLANDA CARDO

–El político francés Camille Sée afirmaba que “la historia se repite, pero lo cierto es que sus lecciones no se aprovechan”…

–Eso lo he dicho mucho. La Historia enseña pero nosotros nos negamos a aprender porque las pasiones, eso que tenemos en lo más profundo del cerebro, en el hipotálamo, son más fuertes que la razón. La corteza prefrontal, que es más tardía, necesita mucho alimento y cuidado, y las pasiones tienen una gran fuerza. De ahí la importancia de la civilización, de transmitir no tanto unos valores para siempre, pues éstos cambian según las generaciones.Lo importante es la creatividad que las nuevas generaciones aportan. Pero es necesario establecer unos lazos de conexión y no perder lo bueno que tenemos.  

–¿Deben prevalecer los valores del individuo sobre la colectividad?

–Históricamente existe una pasión coloreada por el sentimiento, como dice algún neurocientífico. Una de las pasiones fundamentales es la tribu, el sentimiento de pertenencia. El individuo es una creación occidental, en parte. Pero, como decía antes, eso desata unas energías y una creatividad que a la vista están. Hay que pensar, por ejemplo, que somos solidarios con regiones y grupos humanos que viven en condiciones desfavorecidas como resultado de la idea que cada ser humano tiene derecho a una vida digna. Goethe decía que no hay un avance en un derecho si no se educa en que éste debe llevar aparejada una obligación con respecto a los demás.

–Italo Calvino decía que “toda historia no es otra cosa que una infinita catástrofe de la cual intentamos salir lo mejor posible". ¿Es usted tan pesimista?

–No lo soy a la fuerza, porque es verdad que la Historia es dolorosa. No existe la justicia: la construimos los seres humanos poco a poco, eso que Max Weber llamaba la irracionalidad ética del mundo. La historia humana está llena de catástrofes, conflictos, guerras, muerte, injusticia… Que además exista la solidaridad, instituciones, instrumentos y consensos que nos permiten vivir… Esto ha ocurrido varias veces en la historia de la humanidad. De lo contrario estaríamos en la prehistoria.

Una fotografía de Carmen Iglesias con Felipe VI / YOLANDA CARDO

Una fotografía de Carmen Iglesias con Felipe VI / YOLANDA CARDO

Una fotografía de Carmen Iglesias con Felipe VI / YOLANDA CARDO

Hay un dibujo de El Roto, genio del humor profundo, en el que aparece un personaje vestido con pieles que grita: “¡Por fin he conquistado la memoria histórica!”. La catástrofe y la negación conduce a que podamos retroceder, máxime ahora con los elementos de destrucción que tienen algunos Estados. Sabemos que hay un peligro nuclear que parecía contenido y hay muchos psicópatas sueltos. La neurociencia nos está avisando de que por cada cien personas hay dos psicópatas.

Aún así, yo que soy amante de la tradición griega. Recuerdo una de sus maravillosas reflexiones: el hombre es más fuerte que el destino. El destino final es la muerte, el fin de todo, pero el hombre mortal actúa como si eso no fuera a pasar. En la vida se pasa por etapas en las que vas soltando lastre. Siempre recuerdo un momento decisivo en el instituto, cuando uno se enfrenta a si cree o no cree. Lo que más me impactó entonces fue cuando el profesor de ciencias nos contó que el planeta podía desaparecer. Personalmente no te afecta pero, sin embargo, yo lo recuerdo como una de las impresiones más fuertes que he sentido nunca. Somos mortales. 

–Usted ha repetido que el Diccionario Biográfico Electrónico sólo es comparable al de Oxford…

–El de Oxford se creó en el siglo XIX y su plataforma tecnológica es de 2004, mientras que el nuestro es pionero en muchas cosas. Francia e Italia no lo han acabado. Llevan desde el XIX. Uno va por la letra S y el otro no lo recuerdo… Es la tiranía del alfabeto. Con Italo Calvino, cuando murió, tenían un problema porque ya habían pasado de letra… Y la digitalización va poco a poco. Mientras tanto, el de Alemania tiene 50.000 entradas pero son de un párrafo y no es comparable al nuestro. El de Estados Unidos, 17.000… Hace poco lo enseñamos a personalidades del mundo de la educación y una dijo: “Me siento como la primera vez que vi las pirámides de Egipto, ¿cómo ha podido hacerse esto?” Me sigo emocionando al verlo, me parece un milagro que hayamos podido sacarlo adelante con tres personas y tan pocos medios. Y esa perfección… Aunque todo es mejorable, se logró con muchísimo esfuerzo y estamos muy contentos.

Carmen Iglesias / YOLANDA CARDO

Carmen Iglesias / YOLANDA CARDO

Carmen Iglesias / YOLANDA CARDO

–¿Hay cultura histórica en España? 

–No la hay, sobre todo ahora en democracia. Por lo menos, lo que a mí me enseñaron me lo explicaron bien en el instituto público en el que tuve la suerte de cursar el bachillerato todavía con la fórmula que había creado Francisco Giner de los Ríos. Nos enseñaron bien las coordenadas espacio-tiempo, que es lo fundamental que puedes enseñar a los niños. Hay un libro precioso, El tesoro de los saberes olvidados, de una profesora francesa helenista, Jacqueline de Romilly, que explica muy bien cómo las cosas que nos enseñan de pequeños no se olvidan, Van conformando en el cerebro unas coordenadas, un sedimento, una estructura que aunque puede que no la recuerdes exactamente, te permite discernir si alguien dice una barbaridad, te da elementos de juicio. 

–¿En Cataluña está distorsionada la Historia?

–Totalmente. No sólo distorsionada, sino claramente falseada. Nunca ha existido una Corona Catalano-aragonesa, era la Corona de Aragón, y nunca Cataluña ha sido reino, era Principado, como tampoco nunca la Generalitat se remonta a no sé qué siglo, como dicen, sino que era la Diputación del General, nada que ver con la Generalitat. En la actualidad han enloquecido: la Guerra de Sucesión la han transformado en una Guerra de Secesión, que no es cierta… Es todo falso, mentira, pura manipulación. Lo que está pasando me recuerda mucho al nazismo, al estalinismo… Decir que sólo hay una verdad sobre cómo interpretar la Historia. Los historiadores podemos estar de acuerdo en lo fundamental, los hechos son los hechos. Y en este sentido siempre hay que remitirse a Hanna Arendt. 

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Carmen Iglesias durante la entrevista para Crónica Global / YOLANDA CARDO

–¿Qué opina de la educación pública actual? ¿Es fácil sobresalir en ella?

–No, siempre pienso que en casos como el mío: buena estudiante y huérfana, alguien que ha salido adelante con becas. Ahora esto en la educación pública no sería posible. La igualación ha sido hacia abajo. Recuerdo que alguien que hace años formaba parte del Gobierno decía: “Los buenos, vengan de donde vengan, saldrán adelante aunque sea con becas privadas”. No es tan sencillo. Eso de que la educación pública enseñe bien a leer, a escribir, a hacer cuentas… Siempre digo que lo que me ha enseñado es a leer y a escribir; que luego haya una enseñanza media y una formación profesional buena… No a todo el mundo le gusta estudiar. La enseñanza pública se ha deteriorado. Se mantiene en ciertos sitios por la vocación de sus profesores, a los que les han asignado tareas distintas a su especialidad. Se ha perdido el respeto, las familias no apoyan… Y ha habido algo que pudiendo ser bueno, que es la pedagogía, a veces se ha convertido en un obstáculo. Hemos tenido que escuchar que lo importante es cómo se enseña y no lo que se enseña. No es verdad. En primer lugar, un profesor tiene que saber de la materia de la que va a hablar y luego tendrá más o menos aptitudes, que es algo que se puede mejorar. Recuerdo a un ilustre pedagogo decir que se podía enseñar matemáticas sin saber matemáticas… Pero qué barbaridad, ¿no? 

–¿Y el esfuerzo?

–Es otro de los aspectos que también se han negado, cuando es fundamental. Se ha pensado que la educación es puro entretenimiento y no lo es, porque la vida tampoco es entretenimiento: es muy dura. Hay que recordar esa magnífica frase de una de las películas de Truffaut en la que uno de los personajes afirma: “Hay que fortalecerse pero no endurecerse, porque la vida es dura pero hermosa”. Y esa fortaleza se logra a través de la autoestima que produce el propio esfuerzo y sabiendo postergar la gratificación, como decían los clásicos. No hay que esperar nada a hacer las cosas. Luego pueden ser reconocidas, algo que te puede llegar por otro lado que no esperas. No hay un toma y daca, sino que la vida es mucho más fluida: tú haces cosas que nadie te reconoce y de repente te llega algo por otro sitio. Es la teoría de la compensación de la que hablaban los clásicos.

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Carmen Iglesias en su despacho / YOLANDA CARDO

–¿Se ha superado la tradición pesimista de España? ¿Qué dirían los escritores de la Generación del 98?

–A ratos [risas]. Esa veta parte de los arbitristas del siglo XVII, a quienes leían los miembros de la Generación del 98, que enlaza con la Guerra Civil y que sigue vigente. Ese pensamiento de que Dios nos ha abandonado, el blanco y negro. Los del 98 eran buenísimos escritores, de ahí su influencia, pero no veían el conjunto completo porque el final del 98, visto desde una perspectiva económica y política más amplia, más bien fue bueno para España: se acabó la sangría de jóvenes que iban a la guerra junto a otros más modestos, la repatriación de capitales que dio lugar a los grandes bancos de principios del XX… Es verdad que perdieron otras cosas, como en el caso de Cataluña con el mercado textil y esclavista cubano.

–¿Cuáles son sus libros de cabecera?

–El libro que comentaba de Romilly es maravilloso. Ella ya estaba ciega cuando lo publicó. Tenía 90 años. Había sido profesora de Liceo y decidió dictarlo. Son sus experiencias. Es un libro que tengo siempre sobre la mesa aunque lo he buscado para regalar y no hay manera de encontrarlo en su edición en castellano. Llevo años en que no me voy de vacaciones sin llevarme a Thomas Mann, Shakespeare, Cervantes… Sigo siendo una lectora voraz de ensayo y narrativa, y de poesía de vez en cuando, pues es la que te enseña a percibir el lenguaje escrito. Y siempre me ha interesado el conocimiento científico, como aficionada y como pauta de por dónde van las cosas.