Ensayo

¿Comisión de la verdad?

29 septiembre, 2018 00:00

Ya hace tiempo que la política y aún más el hecho de gobernar ha sido sustituido en Cataluña por una multitud de gestos y de palabras, dichas de forma reiterada y alzando la voz, hasta que han dejado de tener ningún sentido, más allá de hacer un ruido que pretende llenar el gran vacío sobre el que nos han instalado. Tenemos gobierno, pero no tenemos quien gobierne.

Hay a menudo hojas de ruta renovadas para indicarnos la fase propagandística en la que estamos inmersos, pero no proyectos de acción política de cara a recuperar unos servicios públicos notoriamente dañados por las políticas de austericidio que un nacionalismo bastante derechista, durante el periodo de transmutación hacia el independentismo, nos aplicó con especial rigor. Querían resultar un ejemplo en el control del déficit público, y su apuesta fue laminar los servicios públicos, privatizando además la prestación de algunos servicios sociales y sanitarios.

En un entorno poseído por proclamas que no quieren decir nada y que tampoco obligan a gran cosa, se nos ha dicho primero que se construían estructuras de Estado, que cuando fue el momento que se evidenciaran, como dijo la exconsejera Ponsatí, no eran más que un "farol". Como en la fábula antigua, el rey no llevaba camisa. Después se ha dicho que se estaba erigiendo la República, y algunos atrevidos, además, la han tipificado de "social".

El catálogo de deseos expresados es muy amplio, pero mientras tanto no parece que haya ninguna prisa para ejercer de Gobierno y, aunque no se construya un mundo nuevo, al menos que se haga algo más allá de las habituales performances que llenan la agenda de acciones tan falaces como inútiles. Sólo un dato. Desde 2010, el gasto sanitario ha bajado en Cataluña en un 27%, mientras que las necesidades sanitarias aumentaban de manera notoria. Y la culpa no es de Madrid, sino de las decisiones políticas y de las prioridades propagandísticas que se han encarado hacia otro lado: TV3, subvenciones a medios afines, internacionalización de el proceso, aumento brutal de cargos políticos y parapolíticos...

A la enseñanza tampoco se la ha tratado mucho mejor que a la sanidad. Un número ingentes de centros educativos han comenzado el curso con obras a medias y con innumerables barracones. Y no se puede responsabilizar de ello al 155, sino a la dejadez en relación a la educación y muy especialmente cuando ésta es pública.

No se gobierna, pero en cambio se quiere decidir qué debe pensar la ciudadanía, proporcionándole un relato completo y repetitivo. Se ha anunciado la creación de una Comisión de la verdad para establecer la historia oficial del franquismo y de la Transición. El concepto no resulta solamente inadecuado y pretencioso, sino que destila una notoria pulsión totalitaria, que en la actualidad no es algo exclusivo de la política catalana, pero que también, de vez en cuando, el independentismo no puede dejar de evidenciar.

Una cosa es que un gobierno democrático deje de hacer honores a periodos y personajes de dictaduras y que, obviamente, facilite la exhumación de todos aquellos enterrados de manera vergonzante para darles una sepultura digna, y una muy distinta pretender establecer "verdades históricas". Intentar explicar la historia le corresponde a los historiadores, los cuales lógicamente no lo consiguen ni de una manera única e incuestionable, llegando a conclusiones diversas, pero lo que es seguro es que no es tema de gobiernos. Cuando esto es así, lo que se intenta es establecer un pasado instrumental que les sirva para adoctrinar sobre el presente.

Mucho me temo, que en la "verdad" gubernamental no habrán franquistas catalanes --y los había, y muchos-- y la Transición se dirá que fue un proceso español contra Cataluña --supongo que no se explicará la gran cantidad de franquistas reciclados por la vía del pujolismo--. Cuando uno escucha a todo un consejero de Interior de la Generalitat afirmar que, en 1714, "España invadió y ocupó Cataluña", no es que se indigne, sino que sienta una profunda vergüenza. Y no solamente por resultar una manera muy interesada y absolutamente falsa de resumir lo que fue un conflicto señorial con connotaciones dinásticas y geopolíticas europeas. Este uso perverso de la historia más bien da miedo, pero también que ningún historiador se atreviera públicamente a enmendarle la plana y le afeara un cultivo tan grosero del pensamiento.