La causa perdida
Llevaba varios meses dándole vueltas a la idea, y un excelente artículo en el blog El Orden Mundial, así como la reciente polémica entre el Instituto Martin Luther King y Quim Torra, me ha hecho retomar la historia, o, mejor dicho, la analogía histórica.
Situémonos; tras la resaca de la cruenta guerra civil de Estados Unidos (1861-1865), los Estados del sur, derrotados militarmente y desorientados social y políticamente, empiezan lentamente a restañar las heridas. El dolor, la herida al orgullo sureño de los confederados es profundo. Al fin y al cabo, su sistema político, económico y social sustentado en buena medida en la esclavitud se había desvanecido en menos de cuatro años con la victoria de la Unión.
Cómo explicar la derrota, cómo supurar las heridas y cómo justificarse ante las futuras generaciones sureñas será la empresa que llevará a cabo un emergente movimiento social que se denominaría “la causa perdida de la Confederación”. Profesores, políticos, escritores y amas de casa se involucrarían en tal empeño; blanquear la historia y otorgar un halo de romanticismo y misticismo a la extinta Confederación y a sus supuestos valores y forma de vida.
Con tal propósito se escribirían libros en los que se distorsionaría la historia hasta hacerla irreconocible. La esclavitud sería banalizada y considerada como un sistema paternalista de protección y cuidado de los más desprotegidos, los esclavos, los cuales eran tratados como un miembro más de la familia. Los soldados sureños serían idealizados como nobles y caballeros en el arte de la guerra, a diferencia de los bárbaros y despiadados mercenarios del norte.
En definitiva, se quería transmitir que los Estados sureños, en clara e injusta desventaja, únicamente lucharon por su supervivencia y por conservar su estilo de vida, rural y tradicional. En contraposición a un malvado norte, frío, industrial, uniformizador y exento de principios morales. La derrota, se escribiría, era inevitable, pero fue una lucha heroica que había que arremeter para preservar la dignidad del sur, de aquel presente y del futuro.
Así, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, se empezaron a erigir monumentos y estatuas para homenajear a los políticos y militares sudistas derrotados. Se organizaron concursos literarios laudatorios y profesores de historia se empeñaron en reescribirla y en adornarla a favor de los intereses del movimiento. En este contexto nació la famosa asociación de Las Hijas Unidas de la Confederación, organización fraternal formada por mujeres descendientes de los soldados derrotados. Las Hijas Unidas acabaría convirtiéndose en la organización más activa y relevante de “la causa perdida”. Gracias a su iniciativa y capacidad recaudatoria se erigieron docenas de monumentos por todo el sur en recuerdo de generales confederados, al soldado desconocido o colosales memoriales a la Confederación.
Desde el Gobierno federal se decidió no intervenir, dejar hacer y mirar hacia otro lado, eran tiempos de appeasement (apaciguamiento). Pero más allá de permitir la ocupación ideológica del espacio público, como si eso no fuera suficiente, se permitió la promulgación en los Estados del sur de leyes segregacionistas amparadas en el principio “separados pero iguales”. Doctrina lamentablemente avalada por el propio Tribunal Supremo de Estados Unidos en su famosa sentencia Plessy v. Ferguson de 1896. El summum del appeasement. Escuelas segregadas, restaurantes segregados y hasta asientos de autobuses segregados fueron algunos de los frutos de tanto apaciguamiento.
Esta situación se prolongaría durante casi setenta años. Hasta que en la década de los sesenta del siglo pasado el Gobierno federal y el Tribunal Supremo de Estados Unidos, presionados por los incipientes movimientos de derechos civiles, tomaron finalmente conciencia de lo injusto e insostenible de la situación, y se empezaron a abolir las leyes segregacionistas y la tan nefasta doctrina del “separados pero iguales”. Sin embargo, en parques y edificios públicos seguiría ondeando la bandera confederada y numerosos monumentos a los héroes sudistas se mantendrían en pie, perpetuando así el recuerdo de la esclavitud y la segregación.
El último capítulo del bochornoso libro del apaciguamiento se está escribiendo ahora, cuando una nueva oleada de presión popular está forzando la retirada de banderas y estatuas confederadas de los espacios públicos.
En Cataluña, el separatismo también es una causa perdida. Ha perdido, aunque algunos pretendan ignorarlo por vergüenza, por modus vivendi o por temor a la reacción de tanta gente a la que han engañado tanto y durante tanto tiempo. Pero, sobre todo, es una causa perdida a la razón, o lo que es parecido, a la comprensión de la realidad.
Por eso, los próceres secesionistas han empezado ya a construir un relato suavizador de la realidad, de los hechos del año pasado y del proceso secesionista en general. Han empezado a erguir los monumentos a sus héroes caídos en la trifulca (legal) con lazos y banderas. Juristas y charlatanes alegan, como mantras, principios y derechos universales inexistentes por inaplicables para intentar justificar “su noble y legítima lucha”. Y la ANC y Òmnium se han convertido en las Hijas Unidas de la Confederación, moviendo y manteniendo activas la bases y financiando sus proyectos. Mientras tanto, los tertulianos y medios adscritos al régimen difunden ya la idea de la derrota romántica, inevitable, pero digna de ser disputada. Quizá en vistas, sostendrán los más optimistas, a nuevas ventanas de oportunidad en el futuro.
Al otro lado de la realidad, una mayoría de catalanes contemplamos tales discursos con creciente indiferencia. Nos hemos vacunado contra tanta sinrazón, y ya hemos desconectado de unos líderes e instituciones que han renunciado a representarnos.
La comparación entre el secesionismo y la lucha de Martin Luther King ha sido el penúltimo episodio (bochornoso) de esta cruzada romántica, mitificada y falsa del independentismo. Hasta los estudiosos y guardianes de la memoria del reverendo King han dicho; pero hombre, ya está bien, no compare un movimiento independentista de una región rica con la lucha y sufrimiento de los afroamericanos en USA. Hasta ahí podíamos llegar King Torra. Esperemos que no se tarde cien años en retirar los monumentos que ha dejado el procés en Cataluña.