Josep Tarradellas, el añorado
La figura del 'expresident' hoy se sobredimensiona porque a sus méritos políticos se añaden sus dotes de profeta del tiempo político que hoy estamos viviendo
11 marzo, 2018 00:00Es curioso la nostalgia que suscita hoy la figura de Tarradellas. Me sorprende contemplar en algún vídeo de Youtube de la derecha española más recalcitrante una defensa de su figura como arquetipo del buen catalán, del seny, frente al "catalán arrauxat" y cóncavo hoy día tan presente. A escala catalana sin duda se añora hoy su papel histórico como factor determinante de la Transición pacífica y sin trauma de la Cataluña del franquismo a la democracia. El hombre que llevando a sus hombros la Generalitat histórica repuso esta institución en Cataluña, como último testimonio de fidelidad a la causa catalana que defendió en el exilio desde que en 1954 había sido elegido presidente tras la muerte de Josep Irla.
Recientemente, Jordi Amat ha escrito una serie extraordinaria de siete artículos con un buen análisis del personaje, ciertamente con notable propensión a la evocación nostálgica. La pregunta es inevitable: ¿merece Tarradellas las glosas que hoy se le tributan o el personaje está sobredimensionado por los contrastes de aquella Cataluña de la Transición con la Cataluña irredenta que hoy vivimos?
Macià, Companys y la presidencia
Conviene, de entrada, fijar la atención en el primer Tarradellas. De familia humilde, formado en el CADCI (Centro Autonomista de Dependientes del Comercio y de la Industria), asociación menestral, buen vendedor, muy pronto vinculado a Macià. En marzo de 1931 fue uno de los fundadores de Esquerra Republicana y ejerció como secretario de Macià. Antes de la aprobación del Estatut republicano fue conseller de Gobernación y de Sanidad y diputado en Cortes. Tocó poder, pues, muy pronto. Se enfrentaría con Macià y dimitiría del Govern junto con otros tres consellers del ala socioliberal.
Muerto Macià se vinculó a Companys ocupando diversas consejerías en el gobierno hasta el exilio. La "balconada" de Companys la interpretaría años después como "exceso de sentimentalismo". Según el propio Tarradellas escribió en sus memorias, intentó que Companys saliera de París ante la amenaza que suponía la ocupación nazi de Francia. No lo consiguió por la fijación de Companys en el cuidado de su hijo Lluiset. Tarradellas pudo trasladarse a Suiza, concretamente a Lausanne donde curiosamente, se relacionó hasta con algún miembro de la familia real española allí residente. El exilio en Suiza fue temporal (16 meses) para pasar después a México con su familia. En 1939 compró su mas en Saint-Martin-le-Beau y allí se asentó con un pequeño patrimonio de viñedos. En 1954 empieza otra vida para Tarradellas. Es elegido president de la Generalitat a la muerte de Josep Irla. Él dice en sus memorias que lo fue de rebote, porque no quisieron el cargo ni Pau Casals ni Carles Pi Sunyer ni Nicolau D'Olwer. Sí lo deseaban otros como Serra i Moret, último vicepresident del Parlament de la época de Companys, que intrigó para ser el president alegando el antecedente de Irla. Este, había pasado de la vicepresidencia del Parlament a president de la Generalitat. Lo cierto es que Tarradellas se hizo con el poder, ejerciendo de presidente de la Generalitat en el exilio hasta 1977.
Enfrentamiento con Pujol
Tarradellas nunca quiso ser, como dice Jordi Amat, una figura de museo de cera. Intentó dotar de vida propia a su personaje. Se dedicó en los años 60 y 70 a recibir a multitud de políticos y periodistas de todo perfil, desde Josep Pla a Manuel Ortínez o Valls Taberner. Nunca acabó de sintonizar con Montserrat ni con el catalanismo cultural ni con Pujol por más que este a través de Òmnium Cultural lo apoyara económicamente. Muerto Franco, su rol histórico fue elevado a los altares y así se produjo entre infinidad de intrigas el famoso encuentro inicialmente frustrante de Madrid con Suárez que él saldó con su diagnóstico optimista "muy cordial y muy agradable". El optimismo de la voluntad se impuso y la Generalitat se restableció el 29 de septiembre de 1977, y el 23 de octubre de este año Tarradellas pronunció su famoso discurso en el que empezó con su "ciutadans de Catalunya" en lugar del clásico "catalans". Tarradellas tenía entonces 78 años. En 1979 se aprobaba el nuevo Estatut de Autonomía para Cataluña y se celebrarían las primeras elecciones autonómicas. Su relación con Pujol se rompería definitivamente. El 16 de abril de 1981 publicó La Vanguardia una carta larga de Tarradellas enviada al director del periódico el 26 de marzo. Tardó en publicarse porque estaba demasiado reciente el golpe de Tejero. En la carta denunciaba a Pujol por haberle aconsejado no pronunciar el "¡Viva España!" al lado del "¡Visca Catalunya!" y profetizaba el riesgo de “la ruptura de la unidad de nuestro pueblo por la megalomanía y ambición de algunos”, subrayando la tendencia equivocada al victimismo que observaba en determinados líderes políticos (con mención tácita de Pujol).
Era el último Tarradellas, sin duda resentido por la escalada política de Pujol, el nuevo presidente de la Generalitat, con una visión de Cataluña diferente. Pujol trascendentalizaba la cultura catalana como eje identitario; a Tarradellas le importaba más que la identidad la representación política: dos ambiciones confrontadas. En noviembre de 1985 Tarradellas aconsejó a su sucesor Pujol que dimitiera de su cargo en función de la querella por el caso Banca Catalana. El Gobierno socialista español prefirió conservar el capital político de Pujol, que podía serle rentable a corto plazo, que el seguimiento de una figura como la de Tarradellas que consideraba como amortizada. Tarradellas depositó al final de su vida su archivo documental en Poblet bajo el nombre de su hija Montserrat que había muerto en 1984. La abadía de Poblet, la historia larga, frente a la abadía de Montserrat, la historia corta. Tarradellas murió en 1988 y Pujol gobernaría como presidente de la Generalitat desde 1980 a 2003. 23 años de poder omnímodo. Nunca Tarradellas pudo soñar el poder político que llegó a alcanzar en Cataluña y en Madrid Jordi Pujol, pero sí pudo imaginar los riesgos de la deriva política del tiempo que vivimos. Me temo que la figura de Tarradellas hoy se sobredimensiona porque a sus méritos políticos se añaden sus dotes de profeta del tiempo político que hoy estamos viviendo.