¡Esos malditos libros gordos... de historia!
Manuel Trallero pone en duda el supuesto prestigio atribuido a los historiadores anglosajones solo por su procedencia
11 octubre, 2017 00:00A pesar de mi inexcusable vocación por la materia --no en vano me licencié en ella y tuve la fortuna de tener como profesores, entre otros, a destacadas figuras de la historiografía como Josep Fontana o Jordi Nadal-- y a pesar de mi afición por leer cuanto de nuevo aparece --venciendo la pertinaz antipatía del personal de la librería La Central que tanto hace para que uno abandone para siempre el vicio solitario de la lectura--, no he conseguido acabar ninguno de esos impresionantes tomos que empecé --que encima me pagué de mi propio bolsillo-- y que se han puesto últimamente de moda. Son obras que suelen venir envueltas con el aura del prestigio que rodea a todos las obras de historiadores anglosajones, con la vitela de afamadas universidades ya sea a un lado u otro del Atlántico, bien Cambridge u Oxford o bien Princeton, en la mayoría de los casos.
El último desgarro y consiguiente abandono me lo ha provocado la obra de Richard J. Evans La lucha por el poder. Europa 1815-1914. Como siempre ocurre con los historiadores de esa parte del mundo, por el simple hecho de pertenecer a la misma ya se les presupone de antemano un rigor en el conocimiento y una supuesta objetividad. Algo debía haberme alertado cuando declaró a La Vanguardia que el nacionalismo catalán era de los años 30 del siglo pasado, obviando a Prat de la Riba y al mismo Cambó --que no es peccata minuta-- a principios del siglo pasado. A los angloaburridos, en jocosa calificación de Umbral, se les presupone una destreza en el relato de la cual carecen el resto de los mortales, con la excepción de los franceses, que para eso son muy suyos como para todo lo demás. Siempre inicio la lectura de esos mamotretos con la esperanza mil veces defraudada que me voy a encontrar con una historia diferente, capaz de interrelacionar entre sí hechos aislados, sucedidos en punto alejados de la geografía e incluso --¿por qué no?-- en momentos distintos a la pura sucesión cronológica, pero suelo encontrarme en la mayoría de los casos --y la obra de Evans (quien por cierto en la pestaña de la edición española en que se relata su biografía académica consta su condición de Sir desde el año 2012) no es una excepción sino más bien un ejemplo paradigmático-- una especie de antigua historia universal por fascículos hasta formar una colección interminable que no consigue explicarnos casi nada pero trata de narrarlo casi todo hasta completar las mil páginas del ladrillo.
'Imperiofobia y leyenda negra'
En contraposición a ello debo confesar que estoy disfrutando de lo lindo con la obra de María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra que para un lego en la materia como lo es un servidor despierta un inusitado interés, con propuestas novedosas sobre un tema presuntamente trillado y redactada con una inusual combinación de erudición y amenidad. A destacar algunas morcillas en el texto que no tienen desperdicio capaz de provocar la carcajada al espíritu más reticente al jolgorio. Hasta que empecé su lectura no conseguía entender su éxito editorial con un tema que, en principio, ya de tan escrito, parecía relegado a un largo periodo de barbecho hasta un nuevo cultivo del mismo. La señora Roca tiene además el atrevimiento de explicarnos que los españoles ni somos tan malos ni tan especiales; vamos, del montón. Y que eso del Spain is different serviría para cualquier país de nuestro entorno. Además, tan solo tiene quinientas páginas e incluso se entiende lo que dice Arcadi Espada en el prólogo. ¡Albricias!